Es pasmoso como nos tapan las guerras. El complejo comunicacional mundial es cada día más centralizado y cada día más trivial en el contenido de la información que ofrece, casorios principescos, los novios de Britney, las fiestas de Berlusconi. Todo al detalle, el tachón captado por el paparazzo, el tacón trabado en la grieta, la corbata torcida del galán, el picón, la micronoticia intrascendente, el chisme de esquina.
Las grandes guerras del siglo XX fueron minuciosamente fotografiadas y filmadas. La Revolución Mexicana está escrupulosamente documentada. Igual la II Guerra Mundial, la del Vietnam. Pero desde la Invasión de Granada el Ejército de los Estados Unidos decidió impedir que los corresponsales informasen de esa operación menor. La evidencia de los horrores de la guerra por televisión causó, entre otras cosas, el fin de la Guerra del Vietnam. Solo el corresponsal de la revista Time se mosqueó y se fue en un peñero a cubrir los hechos. Los demás periodistas fueron invitados a abordar un barco que se quedó en alta mar. Se tuvieron que contentar con lo que se les ofrece ahora: boletines de prensa cuidadosamente expurgados, casi que ad usum Dephini, es decir, aquellas informaciones castradas que podían comunicarse al Delfín de Francia, para no molestar su niñez. Eso es lo que nos dejan saber bit.ly/i0XMLX, como si fuéramos gafos.
A los periodistas se les reserva el trato que han recibido en el Medio Oriente: asesinato, secuestro, tortura, etc. WikiLeaks nos reveló un vídeo aterrador en que matan a unos periodistas desde un helicóptero, en lo que luce como un videojuego, incluso menos atractivo porque es en blanco y negro, no tiene música, no se ve la sangre embadurnando la pantalla, qué chimbo, pana.
Afortunadamente hay WikiLeaks e Internet en general. Claro, gafos hay siempre, pero no todos.
roberto.hernandez.montoya@gmail.com