Hoy se cumplen tres años de la invasión de Irak por las tropas norteamericanas. Estados Unidos violó descaradamente el Derecho Internacional y pretendió justificar su agresión con una grotesca mentira sobre las “armas de destrucción masiva”.
Tres años después, Estados Unidos ha lanzado lo que sus mismos generales califican como “la mayor operación bélica desde el inicio de la guerra”. Ninguna otra declaración más elocuente para confesar el fracaso militar y político del gobierno de George W. Bush.
El vocero militar de Washington afirmó que el objetivo de la ofensiva en Zamarra, a 150 kilómetros de Bagdad, que: “es eliminar todos los focos de rebelión. Tratamos de privar a la insurgencia de armas y matar a la mayor cantidad que podamos”.
Estados Unidos no encuentra cómo aplastar la heroica resistencia del pueblo iraquí. A tres años de haber iniciado una guerra inmoral, el dilema es mortal para el gobierno de Bush: no puede retirarse porque las consecuencias políticas y militares serían mucho peores que la derrota en Viet Nam y no puede quedarse porque el costo en sangre y en prestigio representará una carga insostenible que terminará inevitablemente con una segura derrota y retirada.
Tampoco esta vez, la nueva ofensiva militar conducirá a solucionar el terrible conflicto en que se empantanó Bush. Estados Unidos busca una victoria imposible. No hay ni habrá victoria norteamericana en Irak. Como no la habrá en Irán si acaso se atreve a una nueva aventura. Ni en Venezuela. Estados Unidos es un imperio en decadencia que ya no puede imponer su voluntad donde quiera y como quiera.