– “¿Por qué no te callas?... ¿Por qué no te callas?... ¿Por qué no te callas?... ¿Por qué no te callas? …”
– ¡Despierte, Majestad! ¡Tiene una pesadilla!
– Mi fiel sirviente; merece mi agradecimiento... ¡Aunque me haya despertado de mi siesta!
– Creo que, el esfuerzo de la preparación del discurso de la Cumbre, lo ha afectado…
– Tiene razón; debo dejar que otros manejen el aspecto externo de mis empresas. Ya nadie se cree el cuento de que estas cumbres son para buscar un acercamiento y “el mulato” y su séquito pusieron al descubierto el negocio que para nosotros representan. Me sacó de quicio su persistencia; debió quedarse callado y hacer negocios con nosotros, como los demás. Al terminar su gobierno, lo hubiéramos recibido aquí, como un hijo de la… Madre Patria; tal cual hemos hecho con otros tantos.
– ¿Cómo, Majestad?
–Usted sabe el privilegio que representa este cargo, porque se tiene acceso a información valiosa, la cual es de muchísima utilidad para realizar buenos negocios; mejor aún cuando estos cuentan con el respaldo diplomático que impide que alguien los acabe intempestivamente. No sabe cuánto le agradezco a mi Generalísimo este nombramiento. ¡Ése si es verdad que sabía cómo hacer las cosas, hasta logró crear una monarquía republicana! (¿Sonará mejor “república monárquica”?), para satisfacer todos los gustos. Después de tantos años de fallecido, aún parece que viviera.
– ¡Sí, es cierto, Majestad!
– ¿Cree que deberíamos hacer un referendo para ratificar la monarquía?
– ¿Qué dice, Majestad?
– ¡Olvídese! Es que de tanto oír a ese mulato, pasan ideas locas por mi cabeza.
– ¡Disculpe, Majestad! ¿Qué soñaba?
– Soñaba que el mulato había cumplido su promesa de revisar nuestras inversiones en la antigua colonia y había descubierto las mías; luego me había llamado y me había impuesto la condición de que si no me dormía en uno de sus programas, no me las nacionalizaba; pero, por más esfuerzo que hice, no lo logré. Uno de sus asistentes me despertaba cada vez, hasta que no pude soportar más la perorata y le grité… ¡Fue cuando usted me despertó!
– Majestad, debe calmarse; más tarde debe recibir a la Comisión de la Pequeña Venecia.
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– Su Majestad; venimos a ofrecerle nuestro respeto y agradecimiento; nos sentimos representados por Su Excelencia. Consideramos que hablamos por boca suya; porque en todos estos años no hemos podido callarlo. Por nuestras venas corre sangre española, no como la de ese… que parece tener sólo agua de río llanero. Deseamos presentarle un plan para recuperar la gloria del antiguo imperio español, empezando por la Pequeña Venecia.
– Gracias, no creo que sea necesario. Hoy en día la Armada Invencible está representada por nuestras transnacionales, a través de las cuales continuamos dominando el comercio de las antiguas colonias (¡Con cierta ayuda que no podemos rechazar!), sin derramar una sola gota de sangre. ¡Hasta creen que es verdad que las queremos ayudar! ¿No ven que nos ruegan que invirtamos en ellas? Las mayores ganancias de nuestras empresas provienen de allende el mar; con la valiosa ayuda de personas como ustedes.
– ¡Honor que nos concede, Majestad! Eso era así hasta ahora; pero ese $%&*#Ç (¡Perdone su Majestad; pero es imposible no decirlo!) no sólo está acabando con nuestros negocios… ¡también quiere terminar con los suyos! ¿Se lo va a permitir?
– Bueno, no pueden decir que no los ayudé a tratar de impedírselo; pero, por creerles el cuento de que lo tenían listo, todo salió mal. Él descubrió mi apoyo y ahora se lo cuenta a todo el mundo. Lo peor del caso es que lo repite a cada momento. ¡Por eso fue que lo mandé a callar! Menos mal que no me oyó; de lo contrario, todavía estaría replicándome en la Cumbre; no entiendo porque me lo agradecen. No le encomendaré más nada a Mular; está haciendo las cosas acorde con su nombre, y me está creando muchos inconvenientes. ¡Y eso que se le paga como si fuera “pura sangre”! Remendón está peor, se puso tan nervioso que debí intervenir para sacarlo del apuro; con la defensa que hizo de Mular, quedó tal cual era y no como lo había hecho creer. Espero que eso no nos cause más problemas políticos internos; de lo contrario habrá que prescindir de sus servicios.
– Nosotros podemos ayudarlos…
– ¿Cómo?
– Sacándolo…
–¿A Remendón?
–¡No, “al mulato”! Pero, necesitamos financiamiento.
– Con ese cuento llevan ocho años y no han logrado nada. Bueno, sí… ¡meterse unos cuantos reales! (¡Como añoro mi moneda!), porque no le entregan cuentas a nadie.
–Usted sabe lo costoso que es deshacerse de un Presidente.
– Será con ustedes los civiles, porque con los militares nos salía más barato.
– Pero, éste es un caso especial.
– ¡Tienen razón! ¿Qué puede hacerse?
– Comience por romper relaciones diplomáticas...
– Sí; para que nacionalice mis inversiones y me salga el tiro por la culata.
– Si hace eso, nuestros estudiantes saldrán a protestar.
– ¿Quién les creería? Si no lo hacen ahora que protestan dizque por “la autonomía universitaria”. ¿Qué dirían las pancartas? “¡Queremos volver a ser colonia?”. ¡Ahora si se por qué no lo han podido sacar… con esas ideas tan brillantes!
– Contamos con el apoyo de la iglesia; hija noble de la Madre Patria.
– Ni siquiera toquen el tema, porque ahora también les reclaman el por qué obligaron a los indios a adoptar su religión y aún así no los protegieron de nuestros soldados. ¡Dígame eso, hasta cambiaron el glorioso Día de la Raza, dizque por “el día de la resistencia indígena”!
– Entonces; invadan, que nosotros los recibiremos como nuestros libertadores…
– Ese cuentito ya lo contamos en Irak, y tampoco entonces lo creyó nadie; además, bastante problemas tenemos allá, para andar buscando más. Eso lo he conversado con Don Buche y a él tampoco le parece conveniente en este momento, porque no ha habido interrupción en el suministro petrolero; ahora, si “se pone cómico” –como dicen ustedes– habrá que pensar en soluciones más radicales. Mientras tanto continuaremos aplicando la “diplomacia multinacional”, que bastante bien nos ha funcionado.
– Que sus empresas produzcan una escasez, en senda áreas…
– Nuestro negocio es vender sin importar qué, ni quién lo compra; lo importante es ganar. Con él hemos tenido los mayores superávit de nuestra historia comercial; entonces, ¿para qué buscarnos más problemas? Si no le vendemos nosotros, otro lo hará.
– ¡Su Majestad!... ¡Su Majestad!... ¡Su Majestad!...
– ¿Por qué no te callas? ¿No ves que quiero dormir una siesta?
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