Los zapatazos a George W. Bush fallaron, afortunadamente. Pero no solo porque es incivil asestar zapatazos a nadie, sino porque si el periodista Mutazem al Kaidi hubiese atinado su par de talla 10, hoy Bush sería una víctima, según los guiñapos de moral burguesa que aún asisten al gringo. Esa acertada mala puntería tiene una contundencia simbólica indómita. Y no solo porque en el Islam un zapato está entre las impurezas y “perro” es un insulto, bueno, inhumano, sino porque esos chutazos son también contra sus perros guardianes de aquí.
Nuestra oposición bushista recibe esos zapatazos con mayor solidez simbólica, porque los acólitos sufren más el ridículo que los pontífices del ridículo. Han promovido, paniaguados por las agencias más criminales del mundo, las que costean a Luis Posada Carriles, a mamarrachos elegidos por una clase media aterrorizada por la maquinaria comunicacional que arrolló a la Unión Soviética.
Su desvergüenza es solo superada por la de los que saltaron la talanquera luego de una vida insultando a la derecha que ahora sirven con el mayor desparpajo conocido por la historia patria. Gente que sacrificó el afecto de un país entero por procurarse si acaso la sonrisa displicente de Bush y de los burgueses que siempre pintaron con los colores más repulsivos. Porque esa nueva audiencia no aprecia La canción del elegido sino porque está entonada contra Chávez. Ese público, de apreciar algo, aprecia como mucho a Yazuri Yamilé. Es el abismo ético y estético que va de Abel Santamaría al Violador de Mérida. Cuando esa gente se envilece, obra con un sadomasoquismo más masoquista que sádico.
La oposición bushista endosó Abu Ghraib y Guantánamo; el Golpe de 2002; la destrucción de nuestra industria principal (mira los vídeos repugnantes de esa época, exhibidos en estos días por VTV); la emboscada de Puente Llaguno a su propia gente y el ridículo catastrófico que está declamando el neoliberalismo ante el Universo Mundo, mientras Nuestra América restablece en su seno a Cuba sin tutela de los Estados Unidos y Europa.
A ellos mis dos zapatazos dedico, gozando la misma carcajada con que esta gran humanidad ha celebrado al periodista iraquí, el humorista más ilustre de lo que va de siglo.
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