Revisión táctica

Los resultados de las elecciones legislativas del 26S, mostraron una inconsistencia importante entre el discurso presidencial y el enfoque del PSUV por una parte, y la realidad cotidiana que viven los venezolanos, por la otra. Un registro firme de 98 diputados chavistas, 65 de la derecha clásica y apenas 2 del ahora “centrista” PPT, aunque reflejan una victoria clara de la izquierda, no llegó a la meta de 110 legisladores, necesaria para garantizar los dos tercios del parlamento, que permitan tomar decisiones trascendentales en la construcción del socialismo del siglo XXI. El énfasis puesto por la dirigencia pesuvista durante la campaña, con sus arengas insistentes acerca de que no se trataba sólo de una elección del poder legislativo, sino de una de cuyos resultados hasta podría depender la continuidad del proceso (“los barremos o nos barren” afirmó Aristóbulo), se contradice ahora con la ligereza con la cual proclamamos la victoria en número de curules, cuando por primera vez desde 1998, la derecha tiene razón al afirmar que es mayoría. Nos aferramos, sin razón, a una pírrica diferencia que separaría a la MUD del chavismo, de aproximadamente 200 mil votos, pero no tomamos en cuenta la votación del PPT que ciertamente no sumará a favor nuestro sino del contrario, a la hora de las decisiones.

Obviamente, si los números estuvieran invertidos, la oposición estaría denunciando fraude aquí y en todo el mundo, porque está claro que para ellos el CNE funciona cuando ganan pero no cuando pierden. La inédita cobertura mediática nacional e internacional del evento, reflejó la importancia de las elecciones, no tanto por los resultados internos en sí mismos, sino por la lectura que un eventual triunfo de la derecha, podría significar en el entorno regional, contra el avance hacia una Latinoamérica unida y deslastrada del tutelaje yanqui.

Como resultado de las elecciones, el revitalizado furor de la derecha la estimulará a boicotear sistemáticamente la actividad parlamentaria y a “calentar” otra vez las calles, tras su idea fija de salir del Presidente a como dé lugar, para regresarnos a la época neoliberal, al plan privatizador de PDVSA, al abandono de las misiones sociales, al cierre de las universidades creadas por el gobierno, y a la paralización del proyecto ferrocarrilero, entre tantas obras importantes emprendidas por la administración actual.

Contar con 52% del voto nacional, revierte, por primera vez en casi 12 años, la tendencia mantenida desde las elecciones presidenciales de 1998, haciéndole sentir a los opositores que realmente son la mayoría, lo cuál sólo podría establecerse de manera inequívoca, si se analizara la abstención y su distribución entre los diferentes estratos de la sociedad, ya que parece evidente que muchos chavistas se abstienen por una u otra razón, mientras que la derecha vota en masa, unida por el odio al Presidente y a todo cuanto él representa. Si en realidad la derecha contara con la mayoría de la población hábil para ejercer el voto, sería estúpido no intentar de una vez la revocatoria del mandato chavista, en este “momento estelar” que dicen vivir.

Pero visto de manera objetiva, aquella brecha del 20 por ciento que tradicionalmente nos había favorecido, ya no existe. Asumir que con la mayoría parlamentaria simple somos los ganadores absolutos de la contienda, no pasa de ser un sofisma que disfraza la gravedad del caso. Se trata de una victoria parcial en la AN pero que afecta la ruta estratégica prevista.

La pérdida de poco más de un millón de votos, en una elección en la cual afirmábamos que estaba en juego el proceso, no es poca cosa, y debe ser analizada con la mayor sinceridad y profundidad, dentro del espíritu que desde hace un par de años ha tratado de insuflar el Presidente, con la consigna de las tres erres. Es hora de hacer un balance necesario, que permita reforzar el proyecto socialista, para superar deficiencias que se han vuelto crónicas en la forma de abordar la situación del país. Algunas de ellas son las siguientes:

a) La excesiva ponderación de la madurez del pueblo. En otras ocasiones hemos afirmado que el verdadero chavismo habría que cuantificarlo en tiempos difíciles, como los que ahora se avizoran. La construcción de un socialismo a realazos, con todas las dádivas posibles a los más desposeídos, pero sin exigirles nada a cambio, es contraproducente. Toda familia que habita en zonas marginales exige una vivienda digna, pero no para que se la vendan con planes de pago razonables, acordes con sus ingresos, sino para que se la obsequien. Luego, la vivienda regalada se comercia, se construye un nuevo rancho y se reinicia el ciclo. Así mismo, el gobierno reparte computadoras, regala vehículos, crea empleos para promociones enteras de graduandos universitarios, regala la gasolina y muchos otros bienes, pero tales acciones no son asimiladas por la masa popular como reivindicaciones legítimas a las cuales los sectores más pobres jamás tuvieron acceso, sino como derechos adquiridos que les permiten chantajear al gobierno o pasarle facturas injustas, cuando sus aspiraciones no pueden ser satisfechas con la rapidez que las comunidades demandan. Esto contribuye a una irracional abstención electoral en el bando chavista, con consecuencias negativas para el avance del proceso.

Es obvia la fragilidad ideológica de un pueblo que sólo pondera la gestión en términos de la satisfacción de sus aspiraciones materiales individuales, sin valorar el enorme progreso que significa un sistema de seguridad social, que por primera vez funciona de manera expedita y ajustando las pensiones al salario mínimo; el cuantioso gasto que significan los subsidios alimentarios para combatir la especulación, o la creación del mayor número de centros educativos, desde los niveles preescolares hasta el universitario, en toda nuestra historia republicana.

b) La sobreestimación del poder de convocatoria. Ahora nadie cree dentro del chavismo, que alguna vez el PSUV haya tenido siete millones de militantes. Y en el supuesto caso de ser cierto en el papel, ello no pasaría del formalismo de poseer un carnet sin compromiso real, con lo cual incurrimos en un autoengaño, cuyas consecuencias empezamos a sufrir hace rato, sin que se haya hecho justicia ni rectificación alguna por parte del liderazgo que incurrió en tamaña exageración. El innegable avance de la derecha en zonas populares como Petare y la tendencia de los últimos eventos electorales, desmienten cada vez con más fuerza la mencionada cifra, la cual, por si fuera poco, elevamos hasta los diez millones de votos durante el clímax del optimismo. Sin duda hay que poner los pies sobre la tierra y sincerar la lista de militantes reales, comprometidos con la creación de una sociedad más justa y progresista, y de ponderar y estimular la participación de quienes sin necesidad de estar inscritos en partido alguno, han asumido el pensamiento de izquierda como ejercicio vital y desean aportar a la construcción del socialismo venezolano.

c) La ineficacia de las políticas públicas. Por más que el gobierno dedique ingentes recursos a los más pobres, mejorando la redistribución del ingreso y manteniendo subsidios de variada índole, no se puede esperar el voto favorable de quienes se sienten acosados en sus vecindarios por una inseguridad cada vez más expandida en el espacio y más cruel en los métodos, sin que hasta la fecha hayamos podido al menos frenar el auge delictivo. No se puede esperar revertir las razones objetivas de la delincuencia como única vía para reducirla y controlarla, sin aplicar las medidas represivas, de control del ingreso por las fronteras y de justicia necesarias para preservar la vida de los habitantes de zonas populares, quienes no viven sino que sobreviven al flagelo de las bandas de ladrones y asesinos, asociadas con frecuencia al consumo y distribución de drogas.

El “dejar hacer” a sectores como los motorizados, quienes infringen a diario y descaradamente las normas de tránsito, ante la mirada complaciente de los fiscales; los frecuentes robos a personas mientras permanecen en las enormes colas de Caracas, o se desplazan en transportes colectivos en cualquier parte del país; la presencia de delincuentes ejerciendo como funcionarios de cuerpos policiales, y la ineptitud del sistema judicial, tampoco son hechos que estimulen la votación a favor del chavismo. A ello habría que agregar entre otros, los efectos de las inundaciones y deslaves en zonas de alto riesgo pero densamente pobladas, a pesar de que una de las políticas fundamentales del programa de gobierno plasmado en el Proyecto Nacional Simón Bolívar, es la desconcentración de la población y su redistribución en áreas del interior que conforman ejes de desarrollo. El deplorable estado de calles, avenidas y carreteras aunque desde hace dos años se detuvo la exportación de asfalto; el descuido de obras como el Metro de Caracas; la ineficiente recolección, reciclaje y disposición de desechos urbanos y las recurrentes fallas del alumbrado público, son otras razones para el desencanto en un sector de las bases chavistas.


d) La “quinta columna”. Vinculado con el punto precedente, en la administración pública, desde los ministerios hasta los cuerpos policiales y de seguridad del Estado, pasando por las empresas públicas, labora un número indeterminado de personas que son activos militantes opositores del actual gobierno. En épocas pasadas, la posesión de carnets de AD o COPEI, así como el padrinazgo de militantes notables de ambas organizaciones, eran condiciones casi indispensables para el desempeño de cargos públicos. Los secretarios generales de los partidos de la derecha, como fue el caso del adeco Luís Alfaro Ucero, controlaban las nóminas de instituciones completas, desde el nombramiento de magistrados de la Corte Suprema de Justicia hasta el ingreso de cualquier obrero en empresas del Estado. De tal poderío partidista surgió el término “maquinaria”, acuñado por los adecos e infelizmente copiado por líderes chavistas. Los pocos izquierdistas que pudieron colarse en las instituciones oficiales durante la Cuarta República, tenían un margen de maniobra política tan limitado, que su acción sólo se ejercía bajo la amenaza permanente de los cuerpos represivos.

Hoy en día, la lentitud de la gestión burocrática, expresada a través de la exigencia de innumerables documentos para adelantar cualquier trámite por simple que éste sea, aunado al maltrato frecuentemente denunciado por los usuarios, parecen responder a un boicot planificado y ejecutado con fines políticos para generar un descontento en la población, que es amplificado por los medios privados de comunicación social, y capitalizado por los grupos opositores, en desmedro del gobierno que paga los salarios de los complotados. En el colmo del cinismo, muchos empleados públicos figuran como inscritos en el PSUV, visten de rojo y participan en las marchas y movilizaciones gubernamentales, pero votan “blanco-blanquito”. La visión socialista es incluyente pero no suicida. Si bien no debe exigir identificación ideológica sino competencia y honradez para el desempeño de cargos administrativos o técnicos, tampoco puede dejar las posiciones claves en manos opositoras, porque son los directivos y gerentes altos y medios, los responsables del cumplimiento de las políticas sectoriales y de exigir eficacia total en el marco de las actividades que correspondan a cada entidad.

e) La lucha de clases sin fundamento teóricos. Es evidente que con la llegada de Chávez a la Presidencia y en particular desde la aprobación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, y la afirmación socialista de su gobierno, en el país comenzó una feroz lucha de clases, que asocia a las personas más pobres, las siempre excluidas durante los 40 años de la “democracia representativa”, con la indigencia, la incompetencia, la falta de educación, la fealdad y el chavismo. Como contraparte, las de las clases medias, media alta y alta, como los jóvenes reunidos bajo el epíteto de “manitas blancas”, se asimilan con el ideal burgués y racista de la “persona educada”, de piel blanca, estampa fina y buenos modales, respetuosa del orden establecido por el poder económico y eclesiástico. Para los primeros, el léxico de los segundos abunda en calificativos denigrantes como “mico”, “niche”, “mono”, “tierrúos”, “desdentados” y “chaburros”, que expresan el odio infinito de los pudientes fascistas, hacia las clases pobres que durante años sólo accedieron a la categoría de “servicios de adentro”, “choferes” o “conserjes”, pero que actualmente, gracias a la acción del gobierno, disfrutan de salarios mínimos ajustados a la inflación, gozan de inamovilidad laboral, y han mejorado tanto su poder adquisitivo, que hasta pueden acceder a ciertos servicios anteriormente destinados a la exclusividad de los adinerados.

Tal situación es intolerable para quienes siempre fueron privilegiados en la Cuarta República, cuando la pobreza era objeto de caridad siempre que se mantuviera a distancia y supiera ocupar su puesto, como manda la jerarquía católica. Pero la acción del gobierno sobre la base del 80% de pobres que nos legó el pasado, sólo rendirá frutos cualitativos y cuantitativos duraderos si se nutre con una formación ideológica y laboral sólida, que imprima el orgullo de clase trabajadora y no la necesidad de acumular riquezas materiales. En este sentido, habría que analizar el fenómeno de muchos habitantes de los barrios, quienes al mejorar sus ingresos, asumen el estatus de “clase media” y pasan a identificarse con los opositores. De igual forma, conviene deslastrarnos del maniqueísmo que asigna la bondad y la maldad a los extremos sociales, en una apreciación simplista de la naturaleza humana.

f) El discurso presidencial. Aunque Chávez afirma lo contrario, su discurso atropellante y pleno de triunfalismo, tiende a reducir la participación de sectores afectos al gobierno, mientras concita la unión y participación masiva de los opositores. Acicateados por el verbo irreflexivo del mandatario, por el miedo al comunismo, por la acción anestesiante de la iglesia y el poder de los medios privados nacionales e internacionales, ante los cuales el proyecto socialista se encuentra en franca desventaja, sufrimos las consecuencias del boomerang de la emotividad del comandante. Ya en las elecciones por la reforma constitucional, el Presidente se burló de la probabilidad de triunfo de la oposición, la cual sería más difícil “que matar no uno, sino diez burros a pellizcos”, en lo que constituyó nuestra primera derrota.

En otro momento, en su empeño por agrupar todas las fuerzas de izquierda bajo un mismo emblema, lo cual no tiene por que ser estrictamente necesario para la construcción socialista, y menos aún cuando hay varias facciones que defienden intereses propios dentro del mismo PSUV (denuncia reiterada del General Müller Rojas), afirmó que la militancia del PCV, un partido minoritario pero que ha sido un aliado consecuente de la izquierda, desde mucho antes de la emergencia de Chávez en la política nacional, cabría en un Volswagen y sobraría espacio. Habría que reconocer que la soberbia del Presidente lo convierte en un aliado incómodo, y que quizás éste sea uno de los aspectos a los que se refiere Néstor Kirchner, al referirse a las pasadas elecciones. “Demolición de los escuálidos”, fue el grito de guerra hasta el domingo pasado, con los resultados que ya conocemos. La sobreexposición de la figura del comandante, incluso sin respetar horarios en los cuales el venezolano común disfruta de programas recreativos en radio y TV, tampoco ayuda a aumentar la simpatía por las ideas del mandatario, al margen de su indiscutible pertinencia.

g) La demagogia cuartorepublicana. Algunas acciones gubernamentales, cuando no obedecen a un plan sólidamente concebido, y además son tomadas a escasos días de un evento electoral, pueden interpretarse como la demagogia característica de los gobiernos adecos y copeyanos. Eso acaba de ocurrir con la “tarjeta del buen vivir”, y con las largas listas de pago de prestaciones sociales a jubilados de los ministerios, que aparecieron en la prensa en días recientes. La demagogia es una herramienta electoral que funciona para la derecha porque carece de escrúpulos, pero que por razones éticas no debería ser empleada por gobiernos de izquierda. De hecho, durante mucho tiempo los adecos se mantuvieron en el poder, no sólo mediante la práctica del “acta mata votos”, en el antiguo Consejo Supremo Electoral, sino también cambiando votos por láminas de zinc, potes de pintura, bebidas alcohólicas o dinero en efectivo, repartidos a granel en los días previos a las elecciones.

Ahora, paradójicamente, densos sectores populares, incluyendo miles de extranjeros residentes en el país, quienes al margen de cualquier proceso electoral se han beneficiado del pago de la “deuda social” heredada, se alimentan con MERCAL, reciben los cuidados de Barrio Adentro y participan en las misiones educativas, pero a la hora de votar se abstienen o lo hacen en contra del Presidente, en lo que refleja de nuevo nuestras fallas en la concientización de la población.

h) La volatilidad del equipo de gobierno. Si se hiciera un ejercicio sobre la rotación de ministros en el gobierno de Chávez, seguramente nos sobrarían los dedos de una mano, para contar cuántos de ellos se han mantenido en sus cargos durante el tiempo suficiente como para imprimir resultados positivos y sostenidos en su gestión. De hecho, tal situación impide hablar de la conformación de un verdadero equipo de gobierno, y tanto más cuanto cada nuevo ministro trae un nuevo grupo de viceministros, directores generales, asesores y técnicos, de manera que no existe continuidad en la gestión ministerial, a pesar de que se trata del mismo gobierno.

Cuáles son las razones para tan frecuentes cambios, y cómo se explican los continuos enroques en un universo reducido de militantes del partido mayoritario, son algunas de las preguntas que habría que hacerse en relación con este aspecto. Se entiende que en muchas áreas, al comienzo de la administración de Chávez, no se contaba con personal calificado ni con experiencia en gestión pública, para el ejercicio de cargos tan importantes. Pero han transcurrido ya más de diez años y el núcleo de confianza del Presidente luce tan reducido como en 1999. Por eso, salvo contadas excepciones, los mismos personajes transitan de una cartera a otra, sin que se haya evaluado seriamente el desempeño anterior, y sin que se renueven de manera significativa los cuadros gerenciales del gobierno. Más aún, gestiones fracasadas han sido premiadas con nuevos cargos, sin que se resuelvan los problemas fundamentales del sector en cuestión.

La revisión, rectificación y reimpulso

Pero la derrota parcial en las elecciones del 26S constituye apenas un evento, una de tantas batallas en una guerra que será muy larga. No caben actitudes pesimistas sino de profunda reflexión para la rectificación y el reimpulso. En pocos años hemos recorrido un gran trecho, que se va llenando de obras materiales e inmateriales innegables, pero tenemos que avanzar en la construcción de la conciencia revolucionaria. Habrá que sacarle el jugo a esa mayoría de 98 diputados, de los cuales algunos ya cuentan con experiencia para enfrentar el saboteo diario de una derecha, que por su carácter de franquicia carece de proyecto propio, pero que dispone de grandes recursos monetarios y mediáticos. Los nuevos parlamentarios de la izquierda lucen crecidos cuando se les compara con sus pares de la derecha y más aún con algunos fósiles, sobrevivientes del sacudón que empezó en Venezuela en febrero de 1989.

Aprovechemos el látigo de la contrarrevolución para acelerar el carro del socialismo, como decía Trotsky. Pero no olvidemos que el socialismo no se construirá sobre la base de una prédica repetitiva como de catecismo, sino con el éxito del desempeño cotidiano para la superación de los problemas, a través del trabajo edificante. El socialismo del siglo XXI es el gran sueño, pero sólo podrá concretarse con los logros acumulados en el día a día.


*profesor jubilado de la UCV

charifo1@yahoo.es


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Douglas Marín


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