La agroecología: una ciencia, un saber y un modo de vida

La Agroecología (AE) es un término popularizado en la sociedad, y al mismo tiempo, percibida, defendida o atacada en el ámbito venezolano de dos maneras: como la panacea o como el demonio. Así las cosas, lo menos que podemos concluir es que por los significados actuales de esta palabra, la misma no puede ser ignorada, más si recordamos que en nuestro país tiene rango constitucional desde 1999.  

Sin entrar en los detalles del surgimiento del término AE, cuento que me enteré de su existencia recién graduado de agrónomo en La Habana del ´92. En verdad es poco tiempo para algo tan importante, pero en esos 20 años su desarrollo y crecimiento han sido cuando menos, notables. La AE me fue develada por dos maestros, y además, y sobre todo, activistas actuales de los movimientos agroecológicos en toda la América, Miguel Altieri y Peter Rosset. Tuve conmoción pues el paradigma con el que acababa de ser formado, basado en la simplificación del agroecosistema, había sido cuestionado hasta la médula. Descubrir que existe otra forma de concebir la forma de producir alimentos a nivel de prédio, donde además de los elementos tangibles del arte de cultivar y criar seres vivos (agricultura), cuentan también los saberes, y hasta las creencias de los agricultores, fue demasiado!. Al mismo tiempo, la perspectiva agroecológica me pareció lo más lógico y natural del mundo; donde producir y consumir materia orgánica (alimentos) era casi un sistema perfecto, donde se diseñaba la finca a semejanza de la naturaleza tratando de cerrar ciclos para disminuir la importación de insumos de fuera de la finca. Solo un bolero de rockola podía reflejar aquellos sentimientos encontrados.

La agroecología es una opción, una forma de relacionarse el hombre con la naturaleza, y por ende, una forma de hacer agricultura. La AE tiene un frente biofísico, uno tecnológico, uno cultural y, el más importante y temerario, un frente político. Por éste último es que, o es amada, o es odiada. Lo biofísico tiene que ver con el espacio (relieve, clima, tipo de suelo, convivencia e interelación de la biodiversidad en el espacio y en el tiempo). Lo tecnológico engloba las prácticas y técnicas que permitan el uso racional del espacio; o sea, aprovecharlo con eficiencia hasta un máximo que permita el suelo, la humedad o la fertilidad se regeneren sin necesidad de incorporar elementos externos al sistema (diseñar fincas de forma tal que cada elemento vivo tenga una función complementaria con la de otros componentes del sistema “finca”, es lo que en el lenguaje agroecológico se conoce como biodiversidad funcional. AE implica, en lo tecnológico, sí, intervenir el ambiente, pero “copiando” en la finca muchas de las bondades de los ecosistemas naturales. Como por ejemplo, la capacidad de estos de regenerar los nutrientes del suelo extraídos con cada cosecha, mantener e incrementar la humedad del sustrato, mantener las plagas controladas aprovechando las sinergias de la finca diversificada, etc.. Todo esto, cuando menos, podemos inferir que contribuiría a la sustentabilidad. Es importante destacar que en esta forma de producir, que sería a su vez una forma de vida, el máximo que se le puede sacar a un espacio no lo determina el empeño de crecimiento, de acumulación de capital o la audacia del productor en el mercadeo y comercialización; sino el propio agroecosistema, más específicamente la capacidad de regeneración de los recursos disponibles en el espacio. En lo cultural, pudiéramos englobar los modos de hacer del agricultor, aspiraciones de vida personales, imaginarios colectivos, la visión del ser en la naturaleza, etc. El componente cultural determina la tecnología con la que el agricultor va a gestionar su finca. Sin embargo, existen casos en que empresarios capitalistas, con todas las implicaciones que esto tiene, pueden hacer un manejo agroecológico de su finca, pero fuera de ella comercializan sus productos con etiqueta verde en mercados exclusivos. En este punto entra el temido componente político de la AE. Por un lado, tod@s tenemos derecho a disponer de alimentos suficientes, con calidad nutricional aceptable, inocuos y oportunos (seguridad y soberanía alimentarias). Por el otro, tenemos derecho a un ambiente sano.

Dicho en otras palabras, tenemos que ser alimentados, pero no a costa de afectar el ambiente de esta generación o comprometiendo el sustento de las generaciones futuras. Sin embargo, con estos derechos, y su violación, podemos vivir, se pueden analizar críticamente en congresos científicos e incluso discutir en reuniones internacionales de nuestros gobernantes, en fin, se puede convivir secula seculorun. Los caminos para rebelarse pueden ser varios, radicales como el movimiento Vía Campesina donde la soberanía alimentaria es su principal bandera de lucha, y la AE es a la vez la ciencia que los apoya y el modo de cultivar que han abrazado. También existen otras formas más silentes de demandar un cambio en el paradigma de la agricultura tipo Revolución Verde, como en Cuba, donde modestamente la AE ha demostrado las vías para una agricultura pospetróleo, al decir del profesor Altieri.


En cuanto a acciones de Estado, lo más radical es plasmarlo en la ley de leyes, la Constitución. Es normal que los cambios de la sociedad vayan delante del derecho positivo; en este caso, y retomando a Venezuela, el legislador se adelantó a  la realidad. Creo que la AE enfrenta tres retos fundamentales: i) la AE no ha tenido, o no se le ha permitido que tenga, el impacto necesario como forma de proveer alimentos para la humanidad en los consumidores citadinos, y particularmente en el reducido sector de los decisores políticos; ii) dada la complejidad y la incertidumbre de los elementos que la componen, atender la necesidades científico-tecnológicas que el debemos a la AE requiere de métodos tan complejos como los transdisciplinarios, de los cuales sabemos poco como para implementarlos en lo inmediato y iii) con la AE los consumidores tendríamos que asumir un compromiso, consumir responsablemente (ver http://www.rebelion.org/noticia.php?id=30745)  apoyando todo un sistema agroecológico de producción, mercadeo y distribución de la riqueza generada. En resumen,  un nuevo modo de vida, que por loable y necesario que sea, no se decreta. Como colofón, les comento que la AE es también un término usado, y abusado, en el discurso de productores, consumidores, científicos, nuestros representantes en los asuntos de la polis (políticos) y, no menos importantes, por los entusiastas, que a la larga pueden lograr dos cosas, ganar adeptos a la causa agroecológica, o espantarlos por el desconocimiento de sus detalles y magnitud. La AE es, pues, subversiva por naturaleza.


*Investigador, Editor de revistas científicas y facilitador en espacios de posgrado. IDEA, Baruta, Venezuela. Correo-e: simompm2006@gmail.com 



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Simón Pérez Martínez*


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