Esta columna huelga hoy su acepción poética, y asume la política en su tradicional acepción de aguas podridas para solaz de bagres, es decir, responde palo con pedrada y esgrime la intención de puyarle los ojos con sus propias rodillas a esa urraca chapucera, bruja de pacotilla.
Y me doy un gustazo porque soy mujer, porque a ella y a mí nos afligen las mismas hormonas y en eso, única y exclusivamente en eso, estamos de igual a igual. Me disgustan hasta el asco esos renegantes de la testosterona que arremeten con sus pechos y sus mentones peludos -no hay razón que valga-, contra las mujeres, por muy de izquierdas o de derechas que éstas sean. Cesar Pérez Vivas no podía ser más abyecto hasta que le dio la patada a "La Fosforito".
La burguesa tercermundista esa, se metió con todas nosotras, no con las “humildes” porque en predios de Bolívar y Simón Rodríguez, somos coronelas todas las Manuelas antimperialistas, anticapitalistas, antifeudales, antipatriarcales. Son generalas las Manuelas que vencen el Sol, el cansancio, y la agresión de la ricachona emperifollada, mujeres que dejaron atrás la humildad puntofijista y se echaron al hombro el peso de una revolución a la que le falta mucho, le falta casi todo, pero le sobra el coraje de ellas arando nuestro futuro con el termo de café, con las panelas de San Joaquín, con la pala, el pico, y el azadón.
Ni todo el maquillaje, ni todo el glamour mortecino de la susodicha fémina, valen una partícula de la tierra adherida al calzado de las guerreras de los caminos, guerreras del viento y de la lluvia, del día y de la noche, de la vida alegre de sus hijos alegres, de la vida alegre de una Patria alegre en la cual humildad no es sinónimo de pobreza, y pobreza es sinónimo de dignidad, de coraje, de ganas; sinónimo de obreras, campesinas, estudiantes.
Te lo advierto, bruja: no te me cruces en el camino porque te voy a jalar tus acicaladas y relamidas mechas, te las voy a estirar de una vez y para siempre, no vas a necesitar de más afeites para seguir pareciendo una rata de albañal. Te juro, que con todo y grima te voy a arrancar las greñas que me quepan en la mano, te las voy a retorcer hasta que te acuerdes del remaldito día en que tu madre cometió la desgracia de parirte.