Es un Polichacao el asesino de Jorge Aguirre. Lo es todavía, a pesar de haber sido destituido. El tombo se lleva dentro. Y la pistola en la cintura.
No, no es un invento de Jesse Chacón para desprestigiar a los pendejos esos del uniforme caqui que pueblan Altamira y sus alrededores. El criminal está convicto y confeso.
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Cuando se haga el recuento de los periodistas muertos en el ejercicio de sus funciones, los resúmenes interesados dirán: El Gobierno de Venezuela ha asesinado a tantos periodistas.
Nadie preguntará por el origen de las balas asesinas, y mucho menos por las preferencias políticas de Aguirre ni de su tocayo y compañero de batallas finales, Jorge Tortoza. En el caso de ambos, eso no es procedente; de hecho, invocarlo es ya una descortesía imperdonable. No sucede así con las otras muertes. Las únicas que los venezolanos estamos autorizados y obligados a llorar y a denunciar. La memoria de los muertos sólo vale la pena como memoria militante si esos muertos fueron antichavistas.
No, no hay que politizar el asunto.
Pero para algunos venezolanos Globovisionarios, a Aguirre lo mató Chávez.
Después preguntan por qué tanto asco y por qué tanta repulsión hacia los manipuladores de la información.
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