Los hechos ocurridos en la Universidad Central de Venezuela el pasado miércoles 7 de noviembre, son prueba inequívoca y lamentable de que un sector de la población se mueve en reversa, acercándose peligrosamente a los períodos más oscuros y sanguinarios de la Historia.
Cuando la marcha del llamado Movimiento Estudiantil llegó sin contratiempos a su destino, el Tribunal Supremo de Justicia, hubo un clima de alegría colectiva. Sin ánimos de parecer comeflores, de jugar a la paz o a la hipocresía, es importante destacar que aparte de la felicidad propia de los impulsores de la caminata al sentirse atendidos, nuestro sector, el oficialista, también sintió un fresquito al constatar que la movida de aquella mañana había terminado en paz, algunos por altruistas, otros por egoístas al saber que no habría colapsos viales a causa de protestas aquella tarde.
No obstante, hubo excepciones. Las minorías fascistas de la oposición al gobierno del presidente Chávez no soportaron aquella sobredosis de civismo y optaron por regresar a la UCV en busca de la anhelada “candelita”, como la llaman ahora en sitios como Noticiero Digital. En otro contexto podrían existir dudas sobre quiénes desataron la violencia; sin embargo, de acuerdo a lo que manifiestan los sectores opositores más recalcitrantes en sitios como el ya mencionado, el máximo anhelo de los contrarios a la revolución bolivariana es crear un río de sangre que expulse a Chávez de Miraflores… para aquellos que aún no lo crean, para convencerse bastará un vistazo al mencionado portal y/o un veloz examen de conciencia.
En este punto vale reconocer que dentro de las filas opositoras existen personas contrarias a la violencia. La mayoría de quienes disienten del gobierno de Chávez son en el fondo hermanos revolucionarios, pues actúan movidos por sinceros sentimientos de amor, haciendo -aunque estén en equivocados- lo que consideran necesario para transitar por el camino del bien. Lastimosamente, por un grupito delincuente de la ultra derecha se tiende a generalizar, a meter en un mismo saco a los dinosaurios que manipulan jovencitos para llevarlos cual carne de cañón a las marchas y a estos últimos, víctimas de los primeros.
Lo cierto es que esos pirómanos golpistas amenazaron de muerte a estudiantes que se encontraban pegando carteles a favor de la reforma constitucional; los amedrentaron y persiguieron hasta emboscarlos en la escuela de Trabajo Social, lugar en que los encerraron como parte fundamental de su plan: incendiar el recinto y hacer morir calcinadas a más de 120 personas.
Ante aquel gran mal, algo que podría reconocerse como un mal menor: la irrupción de un grupo armado que en acción comando liberó a aquellos inocentes enjaulados por personeros de la intolerancia y el irrespeto a la condición humana. En una acción concretada con extrema pulcritud (sin muertos), el movimiento popular evitó de forma heroica una masacre a realizarse al mejor estilo de una quema de brujas en el siglo XII.
Sirvan entonces las presentes líneas para aplaudir la gallardía y nobleza de nuestros movimientos populares, activados en defensa de nuestro país y contra el golpismo, la anarquía y el terrorismo fascista incubado desde los medios de comunicación. Vaya el apoyo a su lucha, que es de todos aunque algunos aún no se hayan dado cuenta, y un gran abrazo solidario a quienes llevaron a cabo las acciones de rescate a los inocentes secuestrados y amenazados de muerte en la escuela de Trabajo Social, acciones que, dicho sea de paso, desprendiéndose de toda rivalidad política contribuyeron de forma innegable a mantener “limpios” el nombre y la conciencia del movimiento estudiantil oposicionista, por cuanto al impedir la quema de esas personas y rescatarlas sanas y salvas, evitaron que los marchistas enemigos del proceso se convirtieran en asesinos.
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