Mujeres de los pueblos originarios de América Latina, una doble exclusión


Las mujeres de los pueblos originarios de América Latina se consideran hijas de la tierra y el sol, herederas de una raza cuya cultura milenaria hoy conservan como un tesoro, aunque enfrentan grandes obstáculos debido a la exclusión sufrida durante siglos.

Los pueblos indígenas son, en su gran mayoría, los más pobres de la región, y las mujeres de estas comunidades afrontan mayores dificultades que los hombres para desafiar los múltiples contratiempos que representan ser sucesoras de una cultura ancestral. A pesar de los intentos de colonizadores y gobiernos por destruirlos y eliminar sus tradiciones y costumbres durante más de cinco siglos, los amerindios siguen siendo una porción importante de la población de esta área.

Según estimados, en Latinoamérica existen alrededor de 50 millones de personas vinculadas con los pueblos originarios, empeñadas en mantener los modos de vida de sus antepasados.

Dentro de ese gran grupo las mujeres encaran problemas enormes, pues además de ser discriminadas por pertenecer al mal llamado "sexo débil", también lo son por indígenas.

La imposición de nuevas leyes y valores foráneos destruyó, en muchos casos, el equilibrio existente en algunas comunidades, en las que las mujeres eran escuchadas y participaban en la toma de decisiones.

Estas poblaciones han sido víctimas de abusos sistemáticos desde la colonización europea y posteriormente con su anexión forzada a los estados nacionales.

En ese contexto, a las mujeres se le han violado constantemente los derechos relacionados con su género: ultrajes, esterilizaciones forzadas, servicios inadecuados de salud, desprecio de su lengua tradicional y vestimenta, entre otros.

Un reciente informe presentado por el Partido de la Revolución Democrática de México, por citar un ejemplo, mostró que de los 13.7 millones de personas pertenecientes a alguna de las 62 etnias del país, las niñas constituyen la población con mayores carencias de sus derechos fundamentales.

De acuerdo con el texto, casi tres millones de niñas indígenas son el sector más desprotegido de la sociedad mexicana.

Ellas enfrentan la pobreza extrema, la marginación social, la explotación laboral y son presas de las redes de la trata, tanto para la prostitución como para el trabajo doméstico o agrícola.

En el interior de la comunidad

Dichas féminas no sólo sufren la discriminación impuesta por la sociedad dominante, sino también en el interior de muchas de sus comunidades están en desventaja, en comparación con los varones.

La mayoría de estos pueblos están marcados por el patriarcado y en ellos prevalece el criterio de que las mujeres no trabajan, "ellas solamente ayudan", mientras los hombres son quienes laboran, por lo cual resalta una división sexual y generacional del trabajo.

Sin embargo en la práctica, cuando los hombres se ausentan, las mujeres asumen la mayor parte de las tareas "masculinas" junto con las propias.

Esta situación de las mujeres indígenas se refleja en una serie de indicadores sociales y económicos, además de los obstáculos que les impiden disfrutar plenamente de sus derechos.

Como apunta la investigadora argentina Mariana Marcela Rios, una de los principales planteamientos de estas mujeres es que, sin equidad de géneros, no se puede hablar de desarrollo pleno.

En el pueblo quechua en Argentina se considera a la prolongada educación de las mujeres como un gasto inútil de tiempo y de dinero, pues cuando llegan a la adultez, apenas necesitan practicar lo aprendido.

También existe la creencia por parte de los padres que, una vez entrada a la pubertad, su hija corre más peligros que beneficios si asiste a la escuela.

María Edit Oviedo, coordinadora de la Campaña Boliviana por el Derecho a la Educación, opina que las desventajas de las mujeres indígenas en cuanto al acceso y permanencia en las escuelas contribuye a mantener su marginación social.

Hoy podemos encontrar a las mujeres indígenas como dirigentes de sus propias organizaciones, regidoras, alcaldesas, diputadas, ministras, pero ellas mismas sienten que todavía les falta avanzar mucho más, y para ello la formación es clave.

En su vida cotidiana encaran dificultades derivadas de la falta de servicios básicos y de una educación deficiente o inexistente, entre otros problemas que se convierten en grandes trabas para la participación social, son excluidas del espacio público dentro de comunidad.

Aunque, en realidad, son muchas las que han logrado superar el miedo de hablar delante de los hombres en los espacios públicos y así lograr ser escuchadas y tomadas en cuenta.

Tal es el caso de la colombiana Eulalia Yagari, quien a la edad de 14 años y contra la voluntad de su padre, fue la primera mujer de su comunidad que participó en una reunión orientada a aumentar la sensibilización del público respecto de la recuperación de las tierras.

Espacios de reconocimiento

Estas mujeres son dueñas de conocimientos, habilidades y prácticas -transmitidas de una generación a otra-, que ocupan un espacio comunitario de poder femenino.

En la amazonia del Perú, se valoriza a las aguaruna por sus saberes sobre plantas y hierbas medicinales, por su productividad en la agricultura, en la preparación de alimentos y del masato -bebida típica elaborada a base de yuca-, y en la educación de los hijos.

Las mujeres quechuas de Ayacucho, en la selva peruana, son reconocidas por su fortaleza, el rol en la sociedad indígena y el papel activo en las luchas de su pueblo.

En tanto, las mayas de Guatemala resultan valoradas por su vestimenta, el conocimiento de alfarería de elaboración de herramientas, adornos y objetos, así como por las tradicionales labores domésticas. Roles y funciones varían en las distintas comunidades y culturas.

Participación y apoyo

Durante la celebración del 56 período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, de la Organización de las Naciones Unidas, celebrado entre el 27 febrero y el 9 de marzo pasados, las mujeres indígenas pidieron plena participación y respeto a su diversidad cultural.

Otra de las solicitudes en esta Comisión fue el de la inversión y asistencia técnica para la capacitación de las mujeres de los pueblos originarios, así como el apoyo a las organizaciones y cooperativas integradas por féminas, y que contribuyen a promover el liderazgo entre ellas.

Asimismo, destacaron la importancia del aporte y funciones de ellas en diversas economías locales, con lo que contribuyen a la erradicación de la pobreza, la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible.

Un ejemplo de ello lo constituyen la habilidad y la destreza con los tejidos de muchas representantes de los pueblos amerindios, como mujeres quechua de Cochabamba, en Bolivia, quienes consiguen el sustento para ellas y sus familias a través de la comercialización de sus producciones.

Siempre nos discriminaron, porque dicen que no aportamos económicamente, pero eso va a cambiar, ahora estamos organizadas. Nunca se valoró nuestra habilidad con los hilos y las lanas. Muchas mujeres son verdaderas profesionales en los tejidos, manifestó recientemente la joven Severina Aguayo.

Esta campesina de 25 años coordina la organización comunitaria de tejedoras y es una de las promotoras de un nuevo proyecto de tejidos nativos, el cual comenzó a desarrollarse en febrero en siete municipios de cuatro provincias de Cochabamba: Arque, Bolívar, Tacopaya y Tapacarí, que constituyen la llamada franja andina del departamento.

Su objetivo ahora es producir tejidos con técnicas ancestrales transmitidas de generación en generación, venderlos y así contar con recursos económicos propios, para poder mejorar la vida de sus familias y la comunidad.

Experiencias pasadas les enseñaron que solas no lograrían ese objetivo, que deben organizarse, comprometer a las autoridades locales y regionales para contar con asistencia técnica, y administrar ellas mismas la producción, a fin de que no sean otros los beneficiarios de su trabajo, puntualizó Aguayo.

La perseverancia de las mujeres indígenas de América Latina hace que busquen espacios de intercambio, reflexión y debate, y alternativas conjuntas de denuncia y solución a sus problemas.

Ardua es la labor de estas mujeres por su emancipación tanto de género como étnica, en un mundo plagado de contradicciones, pero hacen valer su condición de hijas de la tierra y el sol, herederas de una cultura milenaria.

Duber Luis Piñeiro González - Periodista de la Redacción Suramérica de Prensa Latina.

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