Estamos absolutamente convencidos de que no son los procesos electorales los que definen la democracia participativa y protagónica que caracteriza constitucionalmente la Revolución Bolivariana y Chavista. Sin embargo, las elecciones son necesarias y un elemento más para la toma de decisiones democráticas.
La convocatoria para elegir a diputadas y diputados a la Asamblea Nacional venezolana, está hecha para que acudamos el día domingo 6 de diciembre a votar por nuestras candidatas o candidatos. Ésta es la vigésima vez que votamos con un propósito no electoralista, no de aparato, no simplificador de nuestra democracia. Claro, el refrán de calle dice que “los deseos no empreñan”, por lo que es muy necesario seguir inventando la democracia de nuevo tipo, esa que se parezca a la relación de participación entre iguales, en la que todas y todos somos parte del mismo Poder Popular, tal como debe corresponder a la Patria socialista.
¿Qué quiere decir esto último? Bueno, quiere decir que, muchas veces, muchos y muchas de nosotros permanecemos atados a la mentalidad de “aparato” (burocrático, para más señas) que reproducimos de los esquemas de dominación, propios al Estado. En tal sentido se permanece sujeto acríticamente a la complacencia, al sectarismo, al burocratismo o al autoritarismo, oscilando entre una u otra postura pero sin avanzar, con eficiencia, a la solución de los problemas y a la construcción de la sociedad de nuevo tipo, anticapitalista y antiimperialista, que nos hemos propuesto bajo la denominación poética, que le diera Hugo Chávez, de Patria socialista.
Es, en este contexto general introductorio donde se ubica mi reflexión que hoy quiero centrar, en realidad, en cómo un burócrata es capaz de propagandizar contrarrevolucionariamente, tan solo con sus irresponsabilidades en las funciones públicas que se le han asignado o en la creencia de que el “puesto” que se le asignó fue para convertirlo en reyezuelo, capaz de mirar a los demás por encima del hombro y casi escupirles el rostro a sus pares que requieren de algún servicio ajustado a sus tareas de “servidor público”.
El Comandante Supremo Hugo Chávez, con su humanista preocupación de revolucionario auténtico, estableció una marcada diferencia entre funcionario (figura propia a una estructura no revolucionaria o del pasado) y servidor público, que en lo que se debe convertir todo ministro o ministra, todo viceministro o viceministra, todo presidente o director de cualquier institución del Estado de transición revolucionaria hacia el socialismo.
Por extensión, todas las personas que asumen responsabilidades dentro de cualquier espacio de la burocracia (aquí utilizado en su buena acepción el término) del Gobierno Revolucionario y Chavista que preside el camarada Nicolás Maduro, deben ser auténticos servidores y servidoras públicos que propagandicen a favor de las causas de la Revolución y no en contra de ella.
Por eso hoy, cuando nos preparamos para cumplir con la tarea de organización, de agitación y de propaganda, en función de que nuestras candidatas y candidatos a diputadas y diputados, nos corresponde revisar autocríticamente cómo atendemos, cómo tratamos, cómo servimos a nuestros pares en cualquier solicitud que se nos hace. De la manera como nos comportemos, sea como burocratistas o como servidores, estaremos perdiendo o ganando nuevos adeptos para las causas de la Revolución.
Y el llamado a la reflexión es para las propias candidatas y candidatos a ser elegidos en diciembre para la Asamblea Nacional. Estas y estos deben estar en la calle, con su pueblo, escuchando, asistiendo, buscando soluciones, ofreciéndolas o explicando lo que haga falta, como respuesta fraterna a cada demanda. Basta ya de reyezuelos y encumbrados. Las trabajadoras y los trabajadores de este Gobierno Revolucionario, deben ser servidores públicos y luchar a cada instante contra sus propios vicios burocratistas y vencerlos. Ese es, hoy, uno de nuestros mayores retos.