El avance del Covid-19 (inicialmente SARS-CoV-2) por todo el planeta, desde los primeros casos detectados en Wuhan, China, a principios de diciembre de 2019 y reportados a la OMS el 31 del mismo mes, ha sido inédito e impresionante. El 13 de enero del año en curso fue reportado en Tailandia, el 16 en Japón, el 21 en EEUU, el 22 en Corea del Sur, el 24 en Francia, el 26 en Austria, el 27 en Alemania y el 31 en Rusia, Italia, España y Reino Unido. En ese ínterin el virus ya se encontraba en Filipinas, puesto que la primera muerte por su causa ocurrió allí el 2 de febrero.
Luego se expandió al resto de Europa, a otros países asiáticos y africanos, así como a América Latina y el Caribe, de modo que, para el 26 de marzo, según los datos compilados por la OMS, el virus se encontraba en 194 países con un total de 463.751 casos confirmados, 113.769 pacientes recuperados (24,5%) y 21.100 decesos (4,5%), aunque esta última variable expresada como tasa de mortalidad, fluctuaba entre 0,52% en Alemania y 10,08% en Italia.
Es interesante notar que los diez países con mayor número de casos confirmados, a la fecha antes mencionada: China (81.782), Italia (74.386), EEUU (69.197), España (56.188), Alemania (39.502), Irán (29.406), Francia (25.604), Suiza (11.125), Reino Unido (9.642) y Corea del Sur (9.241), incluyen 7 naciones desarrolladas, China como potencia mundial emergente y dos países de gran peso regional como son Corea del Sur e Irán, siendo este último sujeto de sanciones económicas unilaterales por parte de EEUU desde hace varios años, al igual que Cuba y Venezuela.
La eficacia de las respuestas para la contención de la pandemia y la recuperación de personas contagiadas ha sido muy variable, como era de esperarse si se toma en cuenta la desigual dotación del sector salud, cuando se compara el norte desarrollado con el sur subdesarrollado. La tasa de mortalidad también está muy influenciada por la distribución de edades de las poblaciones y la frecuencia de patologías preexistentes, que suele ser más alta en personas de edad avanzada, por lo que la asignación de los decesos al coronavirus en muchos casos puede ser discutible. Sin embargo, considerando el desempeño de los gobiernos, es evidente que contrastan las medidas adoptadas entre aquellos que priorizan la economía y los que privilegian ante todo la salud de la población. Y tal diferencia se manifiesta tanto en el norte como en el sur, en correspondencia con la compleja variedad de modelos o de tonos grises entre los extremos.
Así, mientras países con gobiernos neoliberales, con EEUU a la cabeza, posponen o ignoran la adopción de medidas propuestas por la OMS, que afortunadamente sí fueron consideradas en algunos estados, dada la organización federal de esa nación; otros como China y Venezuela adoptaron fuertes restricciones tempranas a la movilidad de sus habitantes como forma de reducir los contagios, al margen del costo económico que la suspensión de muchas actividades productivas acarrea.
En el caso de Venezuela, se trata sin duda de una forma de reducir los contagios, de manera que la cuarentena permita mantener el número de pacientes dentro del margen de cobertura del sistema de salud público. Se trata de una decisión muy acertada en un país con graves deficiencias crónicas del sistema hospitalario, que fueron temporalmente superadas con los programas de variados niveles de atención de la Misión Barrio Adentro, pero que desde 2015 sufren las limitaciones económicas impuestas por Obama y reforzadas por Trump.
En países gobernados por la derecha, como Brasil, Colombia y Chile, por ejemplo, pareciera haber una competencia entre sus presidentes para ver quién copia mejor las posiciones de Trump. Por ello aplazan o evaden el inicio de cuarentenas para que las actividades comerciales no se detengan, al costo de una mayor tasa de contagios y de víctimas mortales. Bolsonaro al igual que Trump resta importancia al Covid-19 considerándolo una “gripecita”, se opone al cierre temporal de empresas, escuelas y liceos, y se enfrenta a gobernadores incluso de su propio partido, que han asumido posturas más sensatas. Ante la ausencia del Estado, en las favelas, donde viven más de 12 millones de personas, los líderes del narcotráfico han impuesto toques de queda para proteger a la gente. Como la población de esos barrios marginales está conformada fundamentalmente por afrodescendientes, no sería extraño que el ultraderechista, racista y misógino Bolsonaro haya visto en el Covid-19 una forma de “limpieza étnica”.
La lógica de los mercados se opone selectivamente a la conservación de la vida humana, y ello se hace más evidente en momentos de crisis como la que actualmente azota democráticamente a la población mundial. Quienes normalmente defienden las bondades del neoliberalismo, deberían verse en el espejo de millones de norteamericanos que se encuentran desamparados ante la pandemia por carecer de seguros hospitalarios suficientes, en un país donde hasta los centros de reclusión penitenciaria son privados. Deberían preguntarse por qué Colombia, Perú, Brasil, Bolivia o Ecuador, por citar sólo los países sudamericanos más genuflexos ante Trump, no están recibiendo apoyo médico gringo. Y también preguntarse, cómo es que la ayuda a los países europeos más atacados por el coronavirus no parte desde la OTAN ni de su líder EEUU, sino desde Rusia, China y la permanentemente bloqueada Cuba socialista. Es paradójico que, en momentos cruciales, hasta los más recalcitrantes fundamentalistas del mercado, apelan al Estado que normalmente soslayan. Pareciera que cuando la pandemia obliga a cerrar los aeropuertos y minimizar el comercio, conviene que los líderes de cada país reflexionen acerca de la pertinencia de los modelos que siguen y sobre quiénes son sus verdaderos aliados.
*Profesor universitario
camilopalmares@yahoo.com