De acuerdo con la definición anterior, el mundo vive una crisis; requisito indispensable para evolucionar. Todas las estructuras sociales deben desboronarse para construirse nuevos modelos que se adecuen a la realidad emergente que el ser humano percibe; pero, la cual le es difícil determinar si es el resultado de sus acciones –consecuencia del concepto de desarrollo que maneja–, o el empuje externo de un medio que no termina de entender, a pesar de la inmensa cantidad de “islotes de conocimientos” que posee, los cuales se le hace cada día más difícil de integrar. Esta nueva realidad puede ser percibida de dos maneras diferentes.
En el primer caso se supone que el hombre ha mejorado externamente, porque los avances de la tecnología lo dejan perplejo, al compararlos con el retraso de que eran objeto sus predecesores; aún los más recientes, como lo afirma la historia que conoce. De ello deduce un mundo futurista controlado por máquinas y, por ende, por el país capaz de producir las más perfectas. Se le despierta el deseo de pertenecer o, en el menor de los casos, de servirle a quienes representan el avance material que desea para sí mismo.
En el segundo caso, se pregunta de qué ha servido el avance tecnológico si éste ha sido determinado por las necesidades de guerrear con el menor número de bajas para los países que dicen ser desarrollados, sin compasión alguna con aquellos que son víctimas de su progreso; si mueren de hambre diariamente miles de personas, mientras se utiliza el grano para alimentar la egolatría del avance tecnológico; si, cuando se atiende un paciente con lo más sofisticado de los equipos biomédicos, algunos de quienes le brindan la asistencia no muestran la menor compasión por él. Le surge el rechazo natural hacia quienes considera culpables del deterioro planetario que es capaz de observar.
La forma de percibir la realidad crea los dos grupos humanos que luchan en el “Armagedón Social”: unos por que el estado de cosas continúe como va, y otro porque los cambios sean profundos y súbitos. Este último grupo puede denominarse revolucionario. Si el cambio propugnado debe realizarse paulatinamente, será moderado; violentamente, radical. Aunque radicalismo y violencia no son exclusivos de este bando, también lo son de quienes tratan de evitar que el cambio se produzca.
El temor al cambio es atávico en el ser humano; no sólo para quienes poseen bienes que consideran pudieran perder en el proceso; aún para aquellos que, no teniendo nada que perder, prefieren continuar en la situación crítica que conocen, antes que arriesgarse a contribuir con la creación de un nuevo mundo dentro del cual no sabrían cómo vivir. Este último grupo es el mejor aliado de quienes se oponen al cambio; el de mayor influencia mediática; el que más requiere del cambio que teme.
También están los que propugnan los cambios radicales y “una vez el tigre muerto, se asustan con el cuero” y pretenden detener el movimiento al cual han ayudado a crear; bien porque han alcanzado el nivel social que pretendían, o porque el mismo proceso “los tritura política y socialmente” cuando la dinámica ayudada a crear determina que son un obstáculo para el logro de los objetivos propuestos, los cuales deberían beneficiar a una mayoría, frente a la cual, un sacrificio minoritario bien vale la pena.
Unos aceptan como “natural” que se produzca una crisis económica mundial; pero, no lo admiten en su propio entorno. En el primer caso, consideran que “sólo es un caso de espasmo de la mano del mercado”; en el segundo, que “la mano del gobierno no actuó a tiempo; o extralimitó su acción”. Otros parecen entrar en crisis con sus propios conceptos de la realidad; puesto que éstos han sido tomados de otras personas, o de otras sociedades. La crisis, para este tipo de personas, consiste en que sus conceptos sólo son retazos de opiniones mediáticas que no pueden “coserse consistentemente en una sábana de identidad personal”; siempre están cambiando su “lencería de opiniones”.
Quizás, la mayor crisis de nuestro tiempo surge al darnos cuenta de la realidad del “efecto mariposa”: el Lejano Oriente ya no está tan lejano y “el aleteo de la mariposa nuclear en esas tierra”, provocaría una “tormenta radiactiva” en el país que haya creado la tecnología necesaria para dirigir el arma con la suficiente precisión para que impacte sobre la casa de quien su gobierno ha considerado como terrorista. Entonces, ¿de qué les habrá servido tanto desarrollo externo? Sin embargo, aún existen quienes consideran viables y necesarias estas soluciones extremas
Si todos los esfuerzos de un gobierno se orientan al desarrollo de las capacidades de su pueblo, de manera tal que descubra su propio potencial y lo emplee en mejorar su medio ambiente; no en pretender transformarlo radicalmente para su beneficio personal y perjuicio de otros, sino en adecuarlo para que todos puedan vivir como auténticos hermanos, podrá entrar en crisis con quienes conciben la primera forma de vivir; pero, estará en armonía con la sociedad beneficiada y recibirá de la Naturaleza las condiciones necesarias para llevar a cabo los cambios sociales.
Estos
cambios, determinados por el racionalismo humano, deberán mantenerse
dentro de los patrones naturales; adecuarse a la capacidad de asimilación
de quienes los reciben; impartirse en lapsos razonables y evitar que
la mayoría de los órganos del cuerpo social los rechace; de lo contario,
entrarán en crisis con ellos y, quienes los han promovido, serán desplazados
por aquellos que se hayan adecuado a la realidad del momento.