Dialéctica de la chuleta

La chuleta es un subproducto de la academia y, por ende, de la cultura. No es cierto, como sostienen algunos antropólogos errados, que forma parte de la identidad nacional, pues el papelito oculto y la pierna rayada ya se habían universalizado cuando todavía no se hablaba de globalización. Luego, se trata de un patrimonio de la humanidad. Uno de los candidatos unitarios bien podría decir que quien se sienta libre de chuleta, lance el primer pecado. O viceversa.

La chuleta está más próxima al arte que al oficio. Exige ciertas habilidades que no las da la rutina. Hablar de “chuleta oculta”, como lo hizo algún aspirante a la Presidencia atrapado por el pleonasmo, es una redundancia. Si la misma está a la vista de todo el mundo y es pública y notoria, podría ser cualquier cosa menos chuleta. Lo clandestino, lo oculto, lo escondido, lo secreto, en todo esto subyace su esencia y su salero.

El espectacular avance tecnológico ha sofisticado los recursos de la chuleta, pero también los mecanismos para detectarla. A pesar de los celulares y la mensajería de texto, el papelito escrito no ha sido desbancado, sigue cumpliendo con su rol de hacer pasar por aplicados a estudiantes desmemoriados o viva la pepa.

Las chuletas no son talla única y multiuso. En el campo de la política, no sirven para todos los discursos. Hay que cambiarlas, modificarlas, quitarles una frase aquí y agregarles otra allá. Usar una chuleta y pronunciar el mismo discurso en todas partes es motivo suficiente para preocuparse. Es cierto que la originalidad no se compra, pero una chuleta bien empleada puede ayudar a simularla.

Lo que ocurrió con el candidato Rosales en el elevado de la avenida Libertador arroja sobre la chuleta una “avalancha” de dudas, pero también deja algunas enseñanzas para mejorar el recurso. Una cámara colocada detrás del orador (o mejor dicho, del leedor), reveló al mundo que el aspirante a la Presidencia se estaba copiando. Sin embargo, por pronunciar el mismo discurso que lanza en todas partes desde que es candidato, evidencia negligencia en quienes lo abastecen de chuletas.

Si el orador pone un papel frente a todo el mundo, usa un apuntador auditivo o un telepromter, no hay chuleta. Esta existe en la medida en que está oculta y no es descubierta. Antes, sólo había que cuidarse de la vista del maestro o la profesora; hoy, se debe estar pendiente de cámaras ocultas o ubicadas en sitios estratégicos. El comando de Rosales aprendió esta lección, aunque un poco tarde.

Si el chuletero no posee suficiente destreza, el recurso resultará más bien contraproducente. Es necesario un poco de sangre fría o de cultivado cinismo. También de agilidad mental para completar con ideas propias lo que no se pueda leer bien o para burlar a los caza chuletas. Incluso, en caso de ser sorprendido, para negar todos los cargos en forma convincente.

No se puede culpar a la chuleta de las fallas del chuletero. El recurso existe desde la invención de la escritura, 4.500 años antes de Cristo, hasta el reino del ciberespacio, pasando por la galaxia de Gutenberg y la aldea global de McLuhan. Por todo esto, el episodio de Rosales en la Libertador perjudicó el instrumento, pero de ninguna manera lo descalifica.





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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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