El alcalde metropolitano, Antonio Ledezma, es pero no es. Más que burgomaestre de una entidad inexistente, parece un agente supernumerario, excedente, fuera de nómina, de esos que hacen guardia cuando el cabo Velásquez amanece indispuesto o el distinguido Barboza se queda más de la cuenta en la cancha de bolas. Caracas tampoco se lo toma muy en serio, mucho menos los municipios mirandinos que han hecho del sifrinaje una categoría de política pública.
Sólo Ledezma cree en Ledezma y va que chuta. Su compañero oposicionista, Leopoldo López, se fue a Estados Unidos a vociferar que el alcalde metropolitano debía ser él y que, de hecho, lo sería si no lo hubieran inhabilitado por aquello de los dólares de la vieja, celestina y maternal PDVSA. Lo dijo en CNN y lo siguió pregonando por cuanto medio internacional se le atravesó. Ledezma tragó saliva y clavó la mirada en lontananza. Cada vez que escucha la letanía de López -“yo sería el alcalde, yo sería”-, le provoca gritarle: ¡ya, ya, ya!
La oposición –así la dibujó el explosivo y zoógrafo Ramos Allup- es un nido de alacranes. Ledezma, siendo un radical del abstencionismo, llegó a la alcaldía por la vía electoral. Antes, con su prédica contra el voto, dejó al antichavismo fuera de la Asamblea Nacional. Luego llamó a votar por él. Pura real politik o exquisito cinismo que ni don Nicolás, el florentino.
El candidato escuálido para ese cargo era William Ojeda, pero los viejos y nuevos adecos (UNT) se confabularon para persuadirlo de que “todavía no”. Ya en Petare, los de Primero Justicia le habían dicho lo mismo: “Todavía no”. Ledezma tuvo que emplazar a sus compañeros porque lo tenían en ascuas durante la campaña: “no me traicionen, díganme la verdad de una vez”. Igual hizo, ya alcalde, cuando sus cómplices lo saboteaban en una tarima, disputada por el pescueceo.
Ahora el López anda por el mundo sugiriendo, o mejor, pregonando por todo el cañón, que Ledezma está ahí de vaina, de chiripa, porque “soy yo el que ahora estaría allí”. O sea, que Ledezma está cuidando un puesto que no le pertenece, como alguien de paso, de transición o en una silla prestada. Enchivado, pues. Y el López no pierde ocasión para recordárselo y restregárselo al supernumerario metropolitano, quien se desespera y casi grita “basta”, pero calla, más que sea para guardar las formas. Y dale.
El nido de alacranes no duerme. Resentidos “líderes” cuyos partidos tienen el uno por ciento en las encuestas, no digieren que Ledezma, con apenas el 0,29% de su Alianza Bravo Pueblo, sea alcalde mayor. El año que viene hay elecciones municipales y para la Asamblea Nacional. Los aguijones, como cuchillos insomnes, cortan la noche inerme. No es un poema hermético ni una cursilería surrealista de un arrebatado vate neo-adeco; es la pura ponzoña entre arácnidos compañeros opositores, únicamente unidos por el sentimiento antichávez.
Algunos dueños de medios, trocados en partidos políticos, le agregan añil al caldo oposicionista. Es el parto de la abuela prolífica. Nadie quiere trabajar para supernumerarios de última hora. El “síndrome Ledezma” que hoy padece López hace estragos. Los partidos políticos, con su 3% el que más, deben satisfacer las cuotas de los medios, de las ONG, de los manitas blancas y las suyas propias. Nadie desea hacer coro a la letanía del tenor Leopoldo López. “Yo hoy sería diputado, yo debería estar allí, era a mí a quien le tocaba (bis)”.
Ledezma, strictu sensu, debe estar ladillao con el estribillo lopecino. Eso de que a cada rato te estén recordando “tú estás allí por mí”, saca la piedra. Pero no espere López que el otro, obstinado, termine por gritarle: “agarra tu vaina”. En la oposición, ni los supernumerarios se desprenden de nada.
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