Todas las acciones de Antonio Ledezma “exaltan” a Rosales, pero todas van contra Rosales. Y viceversa, no se crean. Ambos personajes fueron gobernadores y ambos son alcaldes, por ahora. Los dos vienen de un vientre común: Acción Democrática o lo que es lo mismo, la Cuarta República. El uno como el otro aspira a suceder en la silla de Miraflores a Hugo Chávez Frías, su común obsesión y enemigo común.
Con la aprobación de la Ley del Distrito Capital, a Ledezma lo sorprendió la tos con lluvia y sin pañuelo. No menos desabrigado andaba Manuel Rosales cuando la Fiscalía General lo imputó por estar regalando relojes Pasha y Cartier así como así, con reales que no son suyos. Si Ledezma y Rosales fueran hermanos no se parecieran tanto, sobre todo en su suerte y destino. Pero por parecerse tanto, el uno se la tiene jurada al otro, entre apretones de manos, palmaditas en la espalda y el más exquisito, sordo y sórdido compañerismo.
Desde ya, Rosales y Ledezma se pelean la candidatura presidencial de la oposición para los comicios de 2012. El disminuido alcalde metropolitano tiene la ventaja de pelear desde la capital, a través de medios que irradian hacia todo el país. Su estrategia es hacerse el perseguido de Chávez y el “héroe” (trágico y patético) que Luis Vicente León le reclama y recomienda a la oposición. Tiene el apoyo de su viejo partido, Acción Democrática, cuyo secretario general, Ramos Allup, ha dicho que ellos nunca han repetido con candidatos perdedores. Mensaje no precisamente a García.
Rosales, ante la inminencia de una reja en su camino, se difuminó como el mejor ilusionista, entre el sol marabino y el relámpago del Catatumbo. El Cartier marcaba una hora imprecisa, como la de aquel reloj que descorazonaba a Lucho Gatica y a nuestro Alfredo Sadel “porque mi vida se acaba”. Desde su escondite, envía cartas no tanto para atacar a Hugo Chávez (eso es sólo el pretexto), sino para pisarle los talones a Ledezma, “no se vaya a creer el muy traicionero que le dejé el campo libre”.
Es importante que los voceros y escribanos de Rosales no exageren la vaina, como eso de comparar las cartas “clandestinas” del ex gobernador y casi ex alcalde, con las epístolas de resistencia de Rómulo Betancourt, quien creyó en multisápidas hallacas, pero no en peras al horno y cantos de cetáceos. El estilo del dadivoso prófugo no debe intentar calcar el del Milton de la Aeropagítica, vamos. Ha de desecharse la idea de parangonar la prosa rosalina con la del Reportaje al pie del patíbulo, de Fuscik. Es un grueso error pretender hacer paralelos de la vida subterránea de Rosales con la del Conde de Montecristo o la de Henri Charriere, (a) Papillón. A los tinterillos del fugitivo no se le debe pasar la mano al redactarle las sufridas cartas clandestinas porque, pos, así nadie le va a creer.
Con sus alharacas y berrinches, Ledezma busca demostrar al elector oposicionista que él no se va, se queda; que es un tipo atrincado y la horma antichavista del zapato rojo. Con ello busca la inevitable comparación: ajá, mientras Antonio permanece y lucha, Manuel pone pie en polvorosa. De allí las cartas desde la clandestinidad del fugitivo, como quien dice, “aquí estamos y aquí seguimos”. Sí, pero dónde, se pregunta un Ledezma remolón, haciéndose el paisa. “¡Aquí, y tú lo sabes, no te hagas!”, responde Rosales desde su caverna umbría.
Un Nuevo Tiempo (Rosales) sacrificó a William Ojeda para dar paso a Ledezma (creyeron que perdería), pero ya Ledezma olvidó eso. AD no apoya a UNT, su hijo legítimo, sino al alcalde cuasimetropolitano, su hijo pródigo. Declararse cada uno perseguido de Chávez es parte del sainete. La pelea a cuchillo es entre Ledezma y Rosales por la candidatura presidencial de 2012, con Borges, Copei y los dueños de medios esperando su momento para meterse en el atajaperros.
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