Cuando se tira
de la máquina de hacer billetes, se genera una inmediata devaluación
de la moneda, al ajustarse su valor al de la masa de mercancías del
país, con la consiguiente inflación. Por ejemplo, de forma inmediata
tras el anuncio de la Fed, la moneda norteamericana cayó hasta superar
los 1,40 dólares por euro, acumulando un 20% de devaluación en lo
que va de año, para disgusto de las potencias europeas que ven dificultadas
sus exportaciones a EEUU.
En la práctica,
esta iniciativa, que se denomina “expansión cuantitativa” (Quantitative
Easing), supondrá que la FED imprimirá 600 mil millones de dólares
para adquirir deuda pública, con el objeto de bajar los tipos a largo
plazo para que la gente consuma más, y las empresas puedan endeudarse
y contratar. Cuando existe mucha demanda de deuda pública, se produce
un aumento del precio de los bonos, pero un descenso de la rentabilidad
ofrecida, que se mueve de forma inversa al precio.
Pero la Fed
y la administración Obama tenían que dar respuesta a la evidencia
de que la economía estadounidense se mantiene en el estancamiento,
sin visos de recuperación, con el paro registrado en el 10% (no se
contabiliza a quienes no tienen derecho a subsidio por desempleo) y
el consumo cayendo imparablemente, a pesar del ligero repunte de septiembre.
La Fed ya había
reducido la tasa de interés a un día a cerca de cero en diciembre
de 2008 y llevaba comprados, con anterioridad al 3 de noviembre, 1,7
billones de dólares en deuda del gobierno y bonos vinculados a hipotecas.
Desde los acuerdos
de Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial, que fijaron el dólar
como moneda de reserva mundial, la situación de EEUU como emisor de
esa moneda le ha venido permitiendo “exportar” sus debilidades económicas
al resto de países del mundo, con el simple truco de imprimir más
y más dólares, con valor meramente nominativo, con los que pagaba
bienes reales.
Pero ahora,
el imperialismo yanqui tiene problemas serios para imponer esa estrategia,
al decaer su hegemonía económica, política y militar. Países como
Rusia, China, Brasil, India, Francia, Japón, y los productores de petróleo,
vienen manteniendo negociaciones para acabar con el dólar como moneda
internacional en la compra y venta de crudo, y sustituirlo por una cesta
de divisas que incluya el euro, el yuan, el yen y el rublo.
Los expertos
calculan que el nivel de deuda estadounidense reconocida estará por
encima del 100% del PIB en 2014 (en comparación al 70% de la deuda
declarada en 2008). Lo que implica que en cuatro años las tasas de
interés se habrán duplicado del 10% del ingreso público total al
20%, al menos.
A estos datos
hay que añadir los de la propia Oficina de Administración y Presupuesto
de la Casa Blanca, que sitúan el déficit acumulado del gobierno norteamericano
sobrepasará en los próximos diez años los 9 billones de dólares.
Si, como se sospecha, la deuda real de EEUU superar varias veces la
declarada, sería impagable.
Al bajar artificialmente
el valor de su desmesurada deuda imprimiento más y más dólares, EEUU
no sólo estafa a sus acreedores, sino que consigue enfriar las importaciones
de otros países a su territorio y frena la recuperación económica
en el resto del mundo, con el incremento del precio de las materias
primas, entre ellas el petróleo y, por supuesto, el oro.
Pero, además,
las actividades especulativas en torno al dólar aceleran la formación
de nuevas burbujas (inmobiliarias y de otro tipo) en los demás países,
con el riesgo cada vez mayor de caer en una recesión dentro de la recesión
(double dip).
Junto a los
billetes sin valor, otro timo puesto también en circulación resulta
cada día menos vendible: el de la futura, esperada y nunca realizada
“recuperación económica” futura.
La discusión
verdadera, como en el G-20 de esta semana en Seúl, es quién se lleva
la peor parte. Y la mayoría de los países empiezan a hartarse de tener
que comprar los papelitos sin valor estadounidenses.
(*)Miembro del Comité
Central del Partido
Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)