El
primer economista fue supuestamente Adam Smith, el primero en acuñar el término
“la riqueza de las Naciones”, sin embargo descuidó explicar lo que era. En
vista de que mucha gente de todo el mundo siempre ha peleado por apropiársela
para satisfacer sus propias formas de avaricia, han surgido distintas teorías
para justificar esos deseos.
Según
los capitalistas, especialmente neoliberales, ellos asumen que la riqueza y todo cuanto ellos puedan
obtener es para ellos y, ellos, significa
exactamente la aristocracia más rica.
El
punto de vista de los comunistas es que debería pertenecer a la sociedad en
general.
Hay
un tercer enfoque que intentaré explicar más adelante.
La
historia está llena de relatos sobre distintos tipos de guerra que ocurrieron antes y después de la invención de la llamada
ciencia económica. Si son numerosos los relatos de estas guerras, son aún más
numerosas las páginas dedicadas a justificar la mayoría de ellas, irónicamente
basándose en principios éticos y morales, pero existe una gran contradicción
entre el dicho y el hecho al producirse la muerte de mucha gente intentando
precisamente salvarla. Además, resulta imposible encontrar un escrito, o una
narración oral, explicando las verdaderas razones que provocan o provocaron
esas guerras, así como el subsiguiente control y saqueo de riquezas y recursos
naturales. ¿Cuáles fueron realmente las verdaderas razones que provocaron todas
las guerras coloniales y las intervenciones durante los siglos pasados y los
tiempos actuales? De ninguna manera la justificación estuvo o está en la
defensa propia, la protección de los intereses nacionales, la amenaza a sus
ciudadanos, etc. La hipocresía, el cinismo y las mentiras más absurdas abundan
y son voceadas y divulgadas a todo estruendo.
Debemos hacernos otra
pregunta. ¿A quien benefician las guerras? Antes, definamos que es guerra. Viejos
que sí se conocen, empujan jóvenes que no, a matarse entre si para defender los
intereses de los primeros. En resumen, las guerras son por dinero pero
hasta ahora solo hemos hablado de guerras convencionales; nada hemos dicho de
otro tipo, semi silentes, formadas por pocas o muchas batallas sin
enfrentamiento entre tropas, sin masacres, rifles ni municiones. Me refiero
específicamente a la lucha diaria para producir dinero para poder vivir, lucha
conocida con el nombre de trabajo, donde la gente pone a diario su intelecto,
su sudor o ambos como armas contra un grupo más poderoso que necesita
exactamente el mayor rendimiento de los primeros para producir más y más dinero
para los segundos, y compensarlos con lo menos posible. Lo antes dicho se
expresa en lenguaje ordinario así, ven y
jódete por mí casi de gratis, pero produciendo lo más que puedas.
Se
oye a menudo a los capitalistas hablar de competencia. Eso es una falacia
total. Las empresas poderosas hacen todo lo posible para eliminar sus
competidores más débiles y así tener dominio absoluto de los mercados, o sea,
crean monopolios que imponen su voluntad, sus precios, calidad, cantidad y crean crisis permanentes de
oferta. Si un cierto número de corporaciones aún así permanecen en un
determinado segmento de mercado, terminan poniéndose de acuerdo para explotar
conjuntamente a los consumidores. A eso se le adjudica un nombre sucio, cartelización. El surgimiento de
carteles es el producto de un acuerdo entre explotadores, para imponer su
voluntad a los consumidores y obligarlos a pagar precios obscenos y así obtener
ganancias inmorales. En palabras sencillas, a este concepto enormemente
apreciado por los economistas y otros tecnócratas se le llama maximización de ganancias.
Al
principio, los capitalistas “invertían” parte de su riqueza, o sea,
desembolsaban dinero verdadero para comprar maquinarias y equipos para elaborar
productos útiles o inútiles, materia prima o semi elaborada para transformarla
en productos finales, tierra y edificaciones donde operar, equipo y material de
oficina para funcionar, y así sucesivamente. Explotaban a sus trabajadores y a
sus clientes.
Posteriormente
dejaron de invertir en activos reales. ¿Cómo? Entonces, ¿qué hicen en cambio? La respuesta no tiene
nada de inocente; contratan inversionistas más débiles para que produzcan para
ellos, de esa manera compran productos lo más barato posible y lo revenden lo
más alto; en consecuencia, explotan a los capitalistas más pequeños y a los
consumidores. Sin embargo, comprar y revender artículos reviste algunos riesgos
y se pueden generar pérdidas eventuales; así que, encontraron algo mejor y
menos riesgoso que no requiere inversiones en activos físicos, nada de
depósitos, nada de obreros; todo sin pérdida de tiempo. Fácil de imaginar y
conocer. Decidieron comprar papeles, como quiera se les llame, bonos, títulos,
acciones y otras denominaciones “legales” imaginables o no. Vender esos papeles
lo antes posible, naturalmente a precios mayores, hace que la ganancia se
obtenga más rápido.
La
producción de bienes materiales reales crea el llamado valor agregado. El
negocio de la compra-venta de papeles no crea nada, ningún valor agregado. Al
final de cada transacción nada ha cambiado excepto la creación de una cantidad
de dinero inorgánico que no tiene ninguna incidencia buena en el sistema
económico general. Nada se ha producido ni transformado, ninguna ganancia de
capital; esto es, de riqueza que mejore o contribuya al crecimiento de la
llamada economía real.
La
economía especulativa, también llamada financiera, no produce nada ni para la
gente ni para la sociedad en general, pero sí para los capitalistas. Un papel,
vendido y revendido varias veces sin control y solo para satisfacer cierta
avaricia personal, no contribuye en nada a la Riqueza Nacional; por lo tanto,
no hay nada que repartir entre toda la población. No obstante, existe el enorme
riesgo de la imposibilidad matemática del crecimiento infinito conocido como el
sistema piramidal. Llega el momento cuando la burbuja creada artificialmente
explota. Ahora no solo explotan a los trabajadores y a los clientes, explotan a
la sociedad en general.
Piensen
por un momento para que sirve la Riqueza
Nacional. Después de pocos segundos responderán que, para
repartirla equitativamente entre todos los miembros de la sociedad. Bien, ese
simple criterio no ocurre en una sociedad capitalista: la riqueza no se
distribuye con justicia; la mayor parte de esa riqueza común va solo a unos
pocos, generalmente al 1%, al segmento más alto de la escala social. Entonces, ¿y el
otro 99% qué?
Bien,
ya cumplí con lo prometido en el párrafo cuarto, arriba. Para redondear, solo
necesito recordarles lo que considero el mejor enfoque para constituir un
sistema gobierno. Brevemente, les repetiré las palabras de Simón Bolívar en
1819:
El
sistema de Gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad
posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad política.
Lo
anterior, naturalmente, incluye la distribución equitativa de la Riqueza Nacional entre todos
los habitantes. ¿Cómo compartirla? Fácilmente. Los
campos principales son salud, educación, alimentación, vivienda,
infraestructura, ciencia y tecnología, cultura, etc. para todos.