La “historia oficial” contada por falsimedia nos habla de una "intervención" estadounidense con el fin de “derrocar a un tirano”, “liberar Panamá” y por si fuera poco “llevar la democracia” a ese país centramericano. En cuanto a su líder, el general Manuel Antonio Noriega, se tejió toda una maraña de mentiras en su contra, según las cuales era narcotraficante, violador de los derechos humanos, fanático de la pornografía y hasta practicante de magia negra y vudú.
En la realidad de los hechos, el “pecado” de Noriega fue oponerse a ser utilizado por el gobierno estadounidense para iniciar una agresión contra la Nicaragua sandinista, que para la década de los 80 fue ferozmente asediada con sanciones económicas, bloqueo naval, presiones internacionales y una agresión militar indirecta a través de grupos armados criminales creados para desestabilizar a ese país conocidos como “Contras”.
El otro gran “pecado” de este general patriota fue negarse a entregar la soberanía nacional de su país y extender la presencia militar estadounidense sobre el Canal de Panamá más allá del año 1999, tal y como lo establecía el tratado Torrijos – Carter; el cual la administración Bush pretendía desconocer a fin de mantener la hegemonía norteamericana sobre este importante espacio geográfico propiedad del pueblo panameño.
En ese sentido, el gobierno de los Estados Unidos, acostumbrado a tratar a los países latinoamericanos como su “patio trasero”, dirigido en aquella oportunidad por George Bush (padre), y secundado por repugnantes personajes como Dick Cheney (El mismo que hizo jugosos contratos años después a través de Halliburton en Irak bajo régimen de ocupación) y John Maisto experto en procesos desestabilizadores y años después Embajador de los EE.UU. en Venezuela, optó por la vía rápida de “castigo ejemplar” a gobernantes no genuflexos e inició una agresión a varios niveles contra el país hermano con el propósito de derrocar a Noriega e imponer un gobierno títere.
El proceso de desestabilización comenzó con la infiltración de agentes de inteligencia estadounidenses en el país, facilitado por la presencia permanente de militares norteamericanos tanto en el Canal de Panamá como en bases establecidas previamente por acuerdos entre ambos gobiernos; posteriormente, Washington reconoció abiertamente haber desembolsado diez millones de dólares para la oposición al presidente Noriega, hecho que denotó un profundo desprecio por la soberanía nacional panameña y el precario nivel ético de la disidencia local.
Posteriormente vinieron protestas callejeras “pro democracia”, asedio diplomático, sanciones económicas y agudización de la campaña mediática anti Noriega, la cual ya para ese entonces buscaba generar una matriz de opinión en la opinión pública estadounidense, panameña y mundial, favorable a cualquier acción que tuviera como propósito expulsar al gobernante panameño del poder.
El contexto mundial de ese entonces era bien complejo; el Muro de Berlín acababa de ser derribado y la “cortina de hierro” con la Unión Soviética a la cabeza estaba ya en proceso de desmoronamiento, la hegemonía de los Estados Unidos se estaba consolidando de forma inevitable y la arrogancia de su clase dirigente estaba en su máximo nivel.
Finalmente, con una economía severamente afectada por el asedio externo e interno, una fuerte crisis política y toda la maquinaria bélica de Estados Unidos sobre un país que solo contaba con unas modestas Fuerzas de Defensa sin poder aéreo ni naval, el 20 de diciembre inició la agresión militar contra Panamá.
Según fuentes bibliográficas panameñas, citadas por el autor Julio Yao en un artículo de su autoría titulado “Para entender la invasión de Estados Unidos a Panamá” disponible en http://old.kaosenlared.net/noticia/para-entender-invasion-estados-unidos-panama-20-diciembre-1989, las atrocidades de los invasores en suelo panameño pasaron por hacer los siguientes actos, que son claramente crímenes de guerra y los cuales quedaron completamente impunes.
1. Mataron a muchos civiles inocentes en sus residencias.
2. Mataron a muchos civiles inocentes por la espalda, mientras descendían de sus casas en medio de la oscuridad.
3. Mataron y remataron a miembros de las Fuerzas de Defensa y de los Batallones de la Dignidad que habían sido heridos previamente.
4. Impidieron brindar asistencia médica a los heridos en las calles y residencias, dejándolos morir sin remedio.
5. Mataron a heridos que recibían atención médica en hospitales, clínicas y centros.
6. Mataron a prisioneros de guerra dentro de centros de retención.
7. Mataron a combatientes que ya se habían rendido, con las manos en alto, luego de dárseles garantía de respetarles la vida.
8. Mataron a muchos civiles inocentes, atrapados en sus autos, que fueron aplastados por tanques y tanquetas de las fuerzas invasoras.
9. Mataron a muchos soldados y policías mientras dormían y que no presentaron combate, sin dárseles oportunidad de rendirse.
10. Mataron a mujeres después de violarlas.
11. Mataron a muchas personas por simple sospecha o nerviosismo.
12. Mataron a muchas personas dentro de sus autos porque se salieron de la fila en los retenes; porque los agresores se pusieron nerviosos; porque tuvieron ‘problemas de comunicación’; porque no hicieron un alto o no cumplieron órdenes ‘en inglés’.
13. Mataron a muchas personas por ‘error’ o por simples ganas de matar, sin explicación ni justificación.
14. Maltrataron, golpearon y torturaron a prisioneros de guerra.
Finalmente el gobierno de Bush logró su propósito, Noriega fue derrocado y encarcelado en suelo estadounidense, acusado de narcotráfico e insólitamente de “crímenes de lesa humanidad”, cuando visto lo anteriormente expuesto, quienes cometieron con creces dicho delito internacional fueron justamente los invasores que no tuvieron ningún reparo en actuar como delincuentes de la peor calaña en contra de personas ya rendidas e indefensas. En este caso no hubo Tribunal Penal Internacional por crímenes de guerra, ni los medios internacionales expusieron con su sensacionalismo habitual lo ocurrido, ni mucho menos protestas de la llamada “comunidad internacional”, excepto por manifestaciones de dignidad dentro y fuera de esa nación hermana que condenaron y siguen condenando la invasión.
El nuevo presidente de Panamá, Guillermo Endara, recibió el poder de manos de los ocupantes en una base militar estadounidense y el General, cautivo desde entonces, ha sido víctima de uno de los actos de ensañamiento judicial más bizarros de la historia, de esos que la élite norteamericana pretende imponer como “castigo ejemplar” contra todo aquel que se interponga en sus planes, por bastardos e ilegítimos que estos sean.
El pasado 11 de diciembre, tras pasar dos décadas fuera de su patria, el general Manuel Noriega volvió en condición de privado de libertad procedente de Francia, con 77 años de edad y con su salud quebrantada posiblemente por años de cautiverio, a suelo panameño, donde la justicia de ese país le ha condenado (en ausencia) a pagar otros sesenta años de cárcel por supuestos crímenes de lesa humanidad. Sanción penal que solo forma parte del mismo plan orquestado en su contra desde los tiempos de la invasión y que a estas alturas solo representa un acto de ensañamiento contra un líder que tuvo la valentía de plantarse frente a la arrogancia imperial de la élite norteamericana.
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