El maridaje entre organismos internacionales y la depresión económica

Actualmente, el mundo es recorrido por una pandemia: la depresión económica. La burbuja inmobiliaria y financiera implosionó el tuétano de las estructuras sociales, políticas y culturales… Hay un grado importante de anomia y desesperación… La ciencia política y  económica sólo pueden ver, cual asceta, la caída libre de un modelo que hace tiempo dejó de serlo.

De las promesas incumplidas

La globalización es enérgicamente impulsada por corporaciones internacionales que mueven el capital y los bienes a través de las fronteras. (Stiglitz; 2002: 34). Visto así, lo que ocurra en un país tiene una inmediata e inevitable incidencia en otro. Los economistas lo denominan “efecto contagio”. Y el diseño de la globalización está hecho así: los males se diseminan como un virus. No los beneficios.

Menos aún cuando son sólo tres las instituciones que gobiernan la globalización: el FMI, el BM y la OMC. De manera tal que estos organismos, unidos al NAFTA (Área Norteamericana de Libre Comercio: México, EEUU y Canadá), al GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), al BID… han realizado una serie de promesas a los países en vías de desarrollo según las cuales luego de aplicar un conjunto de medidas económicas, se revertirán en una mejora sustancial de las variables macroeconómicas. No obstante, la globalización no ha cumplido con sus promesas (Stiglitz; 2002: 29).    

¿Cuáles han sido las promesas? La globalización no ha conseguido reducir la pobreza ni en América Latina, ni en los países del África, tampoco en los países asiáticos. Se teme en el mundo un real contagio financiero, tal como ocurrió en los años de 1997 y 1998 cuando se dio la crisis de los países asiáticos. La realidad en el tablero global nos dice que las economías no resisten la aplicación de programas y medidas ajenas a su realidad: Grecia,  Irlanda, Portugal, Italia, Europa casi en pleno, muy a pesar de que el proceso de Unión Europea los blindaría. No fue así.

El comienzo…No sabemos el final

La crisis económica griega tuvo lugar tras el comienzo de la crisis económica en Estados Unidos, en el año 2007. Fue el año de la burbuja inmobiliaria y financiera en los EEUU, en la cual los sueños de la gente se desvanecieron como el andamiaje del sistema capitalista (no está de más decirlo: de explotación).

Poco después de la crisis, Grecia emitió una significativa cantidad de deuda pública para financiar el déficit público. El nivel de deuda empezó a resultar preocupante. Luego se descubrió que los compromisos llegaban, incluso, a implicar a las futuras generaciones, porque se había ocultado el real valor de la deuda. Esto ocasionó que el gobierno hiciera importantes reducciones del gasto público. Medida que “permitiría”, en el inmediato plazo, financiar el déficit… Dicho sea de paso, tal procedimiento se utiliza como fórmula para oxigenar a países en franca quiebra, muy a pesar de sus ciudadanos.  

Pues bien, en Grecia la crisis empezaba y de forma vertiginosa se iba intensificando. Luego, este país se vio obligado a pedir un préstamo a la Unión Europea. Sería la primera “súplica” para un supuesto "rescate". De esta forma, Grecia se convirtió en el primer país europeo en solicitar ayuda externa.

Es obvio que las promesas de las instituciones globales, así como las ayudas, amparadas en la “condicionalidad” minaban –y minan- la soberanía nacional (ob. Cit: 33), tanto de Grecia como del resto de los países de la Unión Europea que han apelado a tales organismos financieros.

La crisis de 1929… La crisis de hoy 

Hace ochenta años, la crisis más importante del capitalismo se materializó en una excepcional depresión que abarcó todo el planeta. En su peor momento, la cuarta parte de la población de EEUU estaba desempleada. A decir de Stiglitz, al FMI se le encargó impedir una nueva depresión, pues en su concepción original dicho Fondo nació bajo la concepción según la cual se requería de una acción global colectiva para lograr la estabilidad económica. Vale decir que este organismo utiliza el dinero de todo el mundo, pero no reporta a los ciudadanos que le aportan o que se ven afectados por la aplicación de sus políticas. Reporta a los ministros de Hacienda y a los Presidentes de los bancos centrales. El “sujeto social” no importa. 

Pero el FMI no ha cumplido con su misión, pues no hizo lo que debe hacer: aportar dinero a los países con coyunturas desfavorables  para permitirles acercarse nuevamente al pleno empleo.

Según algunos registros, casi un centenar de países ha entrado en crisis y muchas de las políticas recomendadas por el FMI, como las prematuras liberalizaciones de los mercados de capitales, contribuyeron a la inestabilidad global. Es el maridaje entre los organismos internacionales y la depresión económica. Se trata de un vínculo cuyas secuelas aún están por verse y, peor aún: sentirse.

(*) Periodista. Trabajadora Social. Profesora universitaria


marbemavarez74@gmail.com



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Marbelys Mavárez Laguna (*)


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