Los efectos del Katrina: ¿somnolencia de Bush o nueva vuelta de tuerca del neoliberalismo?

A medida que transcurren los días, aumenta la incomprensión, dentro y fuera de los Estados Unidos, ante los efectos del huracán Katrina. ¿Cómo es posible que en el país más poderoso del planeta la reacción ante un fenómeno natural haya sido tan lenta y precaria? ¿Por qué han pasado cuatro días para que comenzaran a tomarse algunas tímidas medidas de socorro?

En definitiva, ¿por qué el imperio más fuerte de los que existen, que no permite que sus soldados sean siquiera juzgados en otros países, ha dejado que se venga abajo de forma tan lamentable su imagen imperial?

Ha abandonado aquella cultura construida pacientemente durante años, que nos enseñaba, y nos lo creíamos los de dentro y los de fuera, de que en «America» (sin acento) no ocurren estas cosas. Esas imágenes de negros pobres, mal vestidos, arrastrando sus escasas pertenencias con el agua a la cintura y cara de desesperanza vienen de Haití, o de África, pero nunca de America.

Cuando las previsiones no dejaban lugar a dudas de que el huracán «Katrina» entraría al territorio norteamericano por la costa sur con vientos muy fuertes, el presidente Bush, sin interrumpir sus vacaciones, hizo un llamamiento con dos consejos básicos: huir de las zonas de riesgo y sobre todo rezar.

Los días previos al paso del huracán el gobierno y los medios de comunicación recomendaron(?) que para evitar sus peligrosas consecuencias, la gente evacuara la ciudad.

En nuevos discursos, Bush sigue en la misma tónica: está seguro que la brava gente del sur, con su esfuerzo, saldrá adelante y reconstruirá sus propiedades perdidas, y entre todos «haremos una America aún más fuerte».

Sus primeras decisiones prácticas tardaron dos días más.

Ahora el Departamento de Defensa dispuso el envío de cuatro buques con aprovisionamientos, una nave-hospital y unas decenas de helicópteros. ¡Cuatro buques para una población afectada de más de un millón de personas! Empiezan a aparecer informaciones sobre ayuda con cuentagotas. Lo que no dudaron en enviar es más de veinte mil hombres de la Guardia Nacional, no para rescates imprescindibles, sino para el control de la zona y protección de la propiedad privada.

¿ INCAPACIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN ?

Muchos analistas opinan que el problema se debe a la incapacidad de la administración Bush, y a que los recursos se emplean en guerras y por lo tanto no queda para ayudar a los afectados.

Otros se preguntan cómo es posible que Cuba, con una población 30 veces menor y una economía y disponibilidad de recursos cientos de veces menor que la de EE.UU., es capaz de proteger a su población de una manera efectiva. Y ante la amenaza de huracán no «aconseja», si no que actúa.

Yo también me lo pregunto, y empiezo a asociar con lo que ocurrió en la década de los 80, durante los inicios del neoliberalismo. Todo el imaginario que se había construido desde la crisis de los años 30, que implicaba la keyneisana intervención activa del estado para proteger a los desprotegidos (y al mismo tiempo ayudar a la economía), fue barrida en unos años, con la colaboración activa de los medios y pasiva de los países del Este europeo.

Se impuso la idea colectiva de que el estado de bienestar ya no era necesario, que no había que pagar impuestos «para mantener a gente que no quiere trabajar», y por lo tanto una capa más o menos (según los países) importante de la población quedaba fuera del sistema, librada a su suerte.

DECISIÓN POLÍTICA

Creo que se debe discutir la posibilidad de que el poder financiero-industrial norteamericano y su portavoz Bush hayan aprovechado esta catástrofe natural para dar una nueva vuelta de tuerca al neoliberalismo, al igual que lo hicieron con los atentados en las Torres Gemelas.

Parece cada vez más evidente que han tomado la decisión política de no ayudar a la población con el objetivo de imponer un nuevo ingrediente del ideario neoliberal: el Estado no está para socorrer a los afectados por desastres naturales.

Como dijo el presidente Coolidge en los años 20, cuando visitaba a los afectados por una inundación: «¿No es una vergüenza lo que ha hecho el río con la tierra de estos pobres chiflados?». La propuesta de los think tanks sería volver a aquella nación de pioneros donde cada uno se buscaba la vida por su cuenta y el estado sólo estaba para proteger la propiedad de los banqueros, empresas de ferrocarril, frigoríficos y, a nivel local, ganaderos. Y nadie esperaba otra cosa.

Ahora parecen querer decirnos: «No esperéis ayuda del estado ni siquiera en catástrofes terribles como esta, no vamos a utilizar recursos en ayudaros ni aunque los tengamos». Y el momento ideal para lanzar la campaña es justamente éste, cuando la magnitud del desastre es tan grande que todo el mundo está pendiente de lo que pasa en el sur de EE.UU. De esta forma, buena parte de la población mundial recibe el mensaje de que, a partir de ahora, la consigna individualista y yanqui del «salva tu culo» imperará aún en situaciones tan dramáticas como las provocadas por huracanes. Y en el primer mundo.

APOYO DE LOS MEDIOS

Los grandes medios se suman alegremente a esta vuelta de tuerca. En un editorial titulado «Esperando por un líder», el diario «The New York Times» criticó, en apariencia duramente, un nuevo discurso pronunciado por Bush. El periódico indicaba que «la nación esperaba un discurso de consuelo y de sabiduría». Digo yo, ¿no esperaría la nación un discurso con medidas de ayuda, disposición de todos los recursos necesarios para salvar a la población? Pero no, Bush deja muy claro en sus discursos que el Estado no va a intervenir, que la gente debe salir adelante por sus propios medios.

Otra idea que se impulsa desde los medios es que los que se quedaron fueron los holgazanes, los que no tuvieron voluntad o ganas de evacuar la ciudad (léase negros y latinos). Y ahora, para reforzar la idea, muestran permanentemente imágenes de supermercados saqueados, con comentarios tipo: «algunos roban comida, pero otros roban electrónica, joyas, ropa y armas». En resumen, gente que no merece que se la ayude.

Se repite en casi todas las crónicas que un helicóptero ha sido tiroteado desde tierra, y que un guardia nacional ha sido herido de bala. El diario local «The Times Picayune» afirma que la sección de armas y municiones del almacén Wal-Mart en el distrito Lower Garden fue completamente vaciada por los saqueadores.

Otro ingrediente de la ensalada informativa, en un estilo muy de Reader’s Digest, es insistir en mostrar y comentar la fuerza desatada de la naturaleza, ante la que el «hombre» poco puede hacer. Ahora, ante el agua contaminada y las enfermedades, anuncian a toda pantalla: «Lo peor aún está por llegar».

Y por si la cosa no está del todo clara, los portavoces gubernamentales y los medios han comenzado a desplegar su clásico paraguas, el antipatriotismo. Todo el que critica al gobierno es antiamericano, y mientras tanto la cinta muestra el texto «Terror level: elevated».

ARGUMENTOS CLÁSICOS

Un analista comentaba que esta actitud de la Administración va a afectar a la moral de los soldados norteamericanos, y que muchos jóvenes en el futuro van a rechazar ser reclutados por el ejército porque el Estado no ayudó a las víctimas del huracán.

Yo pienso que va a ser al revés. Históricamente la gente se enroló en los ejércitos por hambre: era casi el único lugar donde había comida asegurada. Ahora seguramente (como efecto colateral de la vuelta de tuerca) va a ocurrir lo mismo: miles de jóvenes afectados por el desastre, en la miseria y sin familia, no van a encontrar otra solución para salir de la pobreza que enrolarse.

Se argumenta que el cuarenta por ciento de la Guardia Nacional de Mississippi y el 35 por ciento de la Guardia de Louisiana están en Irak. Pero ese cuerpo, la Guardia Nacional, tiene en todo EE.UU decenas de miles de efectivos, y si fueron capaces de organizar puentes aéreos en 24 horas para enviar soldados a Kosovo o a Afganistán, cómo no iba a ser posible trasladarlos dentro de EE.UU. en aún menos tiempo? Además, incidiendo en la idea de la no implicación del Estado, el teniente coronel Trey Cate, portavoz del ejército, advirtió tras la tragedia que no habría un desplazamiento masivo de soldados norteamericanos apostados en Irak y Afganistán para ayudar a los esfuerzos de recuperación de las zonas afectadas por el huracán, «para no afectar el equilibrio militar».

Ahora, cuando la situación empieza a escaparse de las manos, no sólo traen más Guardia Nacional si no también 300 (de momento) soldados desde Iraq.

Lo que hemos visto hasta ahora seguramente es un golpe a las creencias y esperanzas de muchos habitantes de EE.UU. y de muchos analistas en el resto del mundo, a tenor de los textos leídos en estos días. Pero la gente que por su poder adquisitivo pudo alejarse a tiempo en sus vehículos con sus familias y sus pertenencias de mayor valor, están en hoteles o casas de fin de semana sin mayores privaciones. Y seguramente no les importa demasiado lo que le ocurra a los que se quedaron. Igual que los que viven en zonas no afectadas por el huracán, seguramente agradecen a algún dios que su casa y la empresa donde trabajan siguen en pié y eso les va a permitir seguir consumiendo.

DISPONIBILIDAD DE RECURSOS

Lógicamente habrá luego una buena tarta para repartir, eso que no falte.

Los proyectos para la reconstrucción de las ciudades afectadas por el Katrina serán jugosos. Alguno propondrá erigir un monumento para recordar a las víctimas, y en ese momento no se reparará en gastos. Las cadenas de televisión repetirán a todas horas emotivas imágenes en colores de las ceremonias y nos veremos obligados a escuchar alabanzas a la capacidad de recuperación sobre la tragedia.

«Nuestros corazones y nuestras plegarias están con nuestros compatriotas en la Costa del Golfo que tanto han sufrido por el huracán Katrina», dijo el presidente Bush en otro de sus mensajes. Lo que no está con nuestros compatriotas es nuestro inmenso presupuesto y nuestros inmensos recursos, leo yo. En resumen, que el problema no parece ser la ineficiencia de Bush ni el mal uso de los recursos, si no un bien pensado plan con profundas motivaciones ideológicas.

Pero si hubiera una revuelta popular seria, encabezada por los negros (y algunos blancos) y latinos pobres, ante el hambre y las enfermedades que se avecinan, ahí sí que el estado pondría en marcha toda su maquinaria, sin importar costos ni consecuencias. Lo mismo harían si deciden invadir Venezuela o cualquier otro país.

En definitiva, nos vienen a decir, para qué creemos que está el Estado: para lo mismo que estaba antes de la crisis del 30. Proteger y ayudar al poder financiero y empresarial a colonizar el mundo en busca de beneficio económico.



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