La caperucita y el lobo feroz

Existen muchos confundidos, llevados por una visión de corto alcance. Se le podría decir, visión borrega, de corderos que se dejan guiar por lobos con disfraces de pastores. Quizás por una época fui uno hasta que pude distinguir el ropaje engañoso. Seguramente los pueblos más pobres de América Latina, históricamente, han estado confundidos en una prosperidad arbitrada por los imperios que se han ido turnando. ¿Turnando?, no, diría mejor posicionando, producto de una guerra sangrienta, para adueñarse del gran botín. Nuestras tierras. El gran reservorio energético y de materias primas del mundo.

Luego de que Estados Unidos aprovechara la debilidad de las potencias europeas durante la segunda Guerra Mundial, para convertirse en el país más poderoso e industrializado del mundo, olfatea hacia América Latina, y comienza a intervenir en sus procesos productivos. Valiéndose de propuestas aparentemente lucrativas, de su movilidad y fuerza en el orbe, de la habilidad negociadora, las ambiciones de las élites domésticas, la necesidad de modernización técnica y tecnológica y la inestabilidad política, desarrolla convenios fraudulentos y poco provechosos para nuestros países, donde obtiene concesiones en tierras, aguas y materias primas, para el desarrollo de sus manufacturas. La industria Norteamericana, progresivamente, instala variados complejos de desarrollo en Centro y Sur América, haciéndose de un mercado sólido y altamente lucrativo, además de mano de obra barata y prescindible. Parafraseando el pensamiento gramsciano, el capitalismo impulsado por los países industrializados, establece las pautas de su propio enriquecimiento. Internamente los países no industrializados, desde finales de la década del cincuenta, van percibiendo un aumento en la entrada de divisas que fortalecerá su renta anual y permitirá la transformación de las urbes, dando una sensación de prosperidad, aunque nunca definitiva. Ocasionando un gasto público desmedido por el impacto de la gran inyección de divisas en gobiernos poco experimentados en la administración pública, y proclives a corromperse. El pacto tácito entre los grupos de poder beneficiarios y Estados Unidos, que ocasiona el preocupante crecimiento de los niveles de desigualdad entre ricos y pobres, además de afianzar al segundo, como primer favorecido en el mercado internacional, se arraiga hasta nuestros días. El capitalismo utilizado por los sucesivos gobiernos de Washington, ha sido en detrimento de los intereses de América Latina, eso es un hecho histórico. La confusión es creer lo contrario. Creerse de que lobo sólo quiere ayudar a la caperucita, sólo quiere que crezca sana y fuerte.

Está claro que nuestros pueblos latinoamericanos, desde la historia colonial, siempre han sufrido la desventaja del arbitraje internacional. En la política interna, sobre todo cuando nos ha tocado decidir a nuestros gobernantes, el comercio, en la administración de nuestras tierras, recursos y aguas. El control de la potencia de turno ha estado siempre allí para limitar nuestra ganancia. Primero Castilla, luego Londres y en el siglo XX Y XXI, Washington. Siempre han decidido hasta donde podemos crecer como país y como región. En el libro "Breve historia de los Estados Unidos" de Roger Garaudy, se desenmascara el gran mito de la prosperidad norteamericana. El sueño americano que tanto ha enamorando a los otros pueblos del mundo, de que es posible de que todos lo experimenten, es un sueño que sólo se ha cumplido para ellos, y aunque no totalmente, ya que dentro de sus fronteras la brecha entre ricos y pobres aumenta década tras década. En este libro de Garaudy, conseguí una perla de Noam Chomsky, sobre el objetivo esencial de la política exterior norteamericana: "La política extranjera de Estados Unidos está concebida para crear y mantener un orden internacional en el marco de la cual las empresas norteamericanas puedan prosperar. Un mundo de "sociedades abiertas", lo que significa, sociedades abiertas a las inversiones fructíferas, favorables a la expansión del mercado de la exportación de recursos humanos y materiales por las empresas norteamericanas y sus sucursales locales. Las "sociedades abiertas", en su verdadera acepción del término, son sociedades que están abiertas a la penetración económica y al control político de Estados Unidos".

Es por lo anterior que no les conviene que se fortalezca el proceso de integración, los acuerdos de complementación económica y libre comercio latinoamericano, o que florezca una industria diversificada de manufacturas en cada uno de los países del (por ahora) tercer mundo. Eso acabaría con su hegemonía comercial y forzaría para que se cambie el DTI, la distribución del trabajo internacional, donde América Latina ha sido sido siempre limitada a un papel de expendedora de materias primas, y de consumo de importaciones. Ojalá que en los gobiernos sucesivos, la política económica de los pueblos latinoamericanos consolide una posición más regionalista y, aun más, nacionalista, a la hora de establecer los convenios comerciales, que se distinga bien al verdadero lobo para encontrar la forma de vencerlo, aunque aparentemente, se vea muy feroz.

 

blancoaxel73@gmail.com



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Axel Blanco Castillo

Escritor y docente venezolano (Caracas, 1973). Profesor egresado del Instituto Pedagógico de Caracas en la especialidad de Historia y Geografía. Actualmente cursa maestría en Historia de América Contemporánea en la UCV. Algunos de sus cuentos han sido publicados en portales literarios como: Letralia, Revista Prótesis, Realidades y Ficciones, Almiar, entre otras. Es autor de Más de 48 horas secuestrada y otros relatos (CreateSpace Independent Publishing Platform, 2014) y Al borde del caos (El Perro y la Rana, en proceso de impresión).

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