Así se burló un intelectual de oposición: del Che y de Chávez

 

La sátira ha sido un arma –generalmente burlesca- de la escritura, de la opinión y de la  literatura. Juan Vicente González fue un maestro en esa especialidad. Cuando a la sátira se le excluyen verdades elementales termina siendo una burla grosera y de muy mala intención. Juan Vicente González fue un maestro en esa especialidad. Proponerse juzgar a los personajes importantes de la Historia simplemente haciendo  uso y abuso de una sátira interminable se corre el riesgo de ridiculizar lo que se escribe por el mismo escribiente.

El Che está muerto. Chávez está muerto. Ambos son, aunque no les guste a muchos o pocos, de esa especie de muertos que dejan una extensa biografía dentro de la Historia. Ninguna sátira, por muy satirizadora que sea, puede ocultarles ese rayo de luz que cada uno legó a sus seguidores. Una sátira, para burlarse de muertos, es terriblemente venenosa y reprochable. El satírico,  si se descuida y excluye toda objetividad en su análisis, puede terminar echándole la bendición a la mano que dispara la bala que asesine a su ser más querido o a su adversario más distinguido. Por eso Juan Vicente González  concluyó bendiciendo la mano que disparó la bala que mató al general de hombres libres: Ezequiel Zamora. Actualmente en la Historia se resalta la obra y el pensamiento de Zamora muy, pero muy por encima de la de Juan Vicente González que, por cierto, se creyó superior al anterior.

No voy a referirme a cada uno de los párrafos escritos en la sátira burlona contra el Che y Chávez. No, me limitaré, tal vez para mí, a aquel donde se afinca, toma impulso y descarga todo su odio personal contra el Che y contra Chávez. Si Freud leyera esa sátira, terminaría reafirmando su síntesis que el odio personal de quien la escribió le fue muy mal consejero.

Se sobrentiende, aun cuando no se diga con claridad, que comparar al Che con Chapita Trujillo y los Somoza es una opinión de muy mal gusto. Pero bueno, para eso están las analogías que resultan del derecho a la libertad de expresión como los de pensamiento y juicio. Y esa opinión se parece tanto a la que compara a Fidel con Mugabe y con Hussein. Bueno, cada cabeza con su mundo ideológico, de sátiras y de fantasías.

La imaginación, viene siendo para un escritor, como una estrella gigante en una noche oscura. Le brinda la luz para realizar su marcha. No necesita de linterna. Pero cuando la imaginación se usa para deformar radicalmente la verdad y darle todos los espacios a la mentira, suele ser una especie de laberinto sin salida y de esa forma se hace imposible encontrar el topus urano de Platón. Cuenta el satírico que se burló del Che y de Chávez, que éste se encontró con el primero y le dijo: “- “¡Querido hermano! Ahora es que vengo a conocerte en “persona”. Siento verte aquí porque pienso que tú y yo deberíamos estar en el cielo. Nosotros fuimos grandes defensores de los desposeídos, siempre estuvimos animados de una gran sed de justicia social, así lo decíamos en nuestros discursos y cartas. Tú entregaste la vida luchando por el campesinado de América Latina. Yo entregué la vida por tratar de completar mi obra social. Por qué, entonces, estamos aquí y no allá?”.

Entonces, el Che le responde: “Hola, Hugo. Ya tengo suficiente tiempo aquí para entender lo que a ti todavía te parece injusto, la razón por la cual estamos aquí y no allá. Ahora lo entiendo. Yo quise hacer el bien a los pobres. Creo que tú también…”. El satírico reconoce, de una u otra manera, la parte justa de la lucha tanto del Che como de Chávez, pero jamás fue su intención quedarse allí. Tenía que agarrarse de una cuerda para arremeter y borrar de un solo plumazo lo anterior para resaltar la parte maligna tanto del Che como de Chávez. Lanza, primero, una pregunta en boca del Che y, luego, una respuesta proveniente del mismo Che. Dice, entonces, el Che: “¿Pero, cual es el problema? Ahora me doy cuenta de nuestro inmenso crimen. ¡Quisimos hacer el bien a la fuerza! Quisimos favorecer a un grupo a los carajazos, a costa de la exclusión y sufrimiento de otros grupos que no se merecían ser humillados e identificados por nosotros como los culpables de la miseria ajena. Yo me fui a las montañas de América a hacer una revolución continental, sin que se me ocurriera preguntarle a los montañeses si estaban o no de acuerdo con ella. Y fueron ellos quienes me derrotaron y entregaron a las fuerzas armadas de aquel país. Tú pensaste que ayudar al pobre era un simple asunto de caerle a realazos y decirles que la clase media era la culpable de su pobreza. Ese mensaje tuyo fue pésimo, porque era demagógico, porque partió a tu nación en dos pedazos, cuando tu responsabilidad era la de mantenerlo unido. Perdóname, pero la cagaste, Hugo”.

El satírico, por supuesto y sin menospreciar sus capacidades, nunca se ha ocupado de estudiar la Historia. Esta, para él, son sumas interminables de sátiras. ¡Qué horror! El satírico sigue viviendo su apasionamiento por el capitalismo, no importa cómo éste se sustente y, lo que es peor, se olvida de cómo –porque creo que lo sabe- se impuso sobre el feudalismo. Sépalo si no lo sabe y si lo sabe reconózcalo como verdad histórica por su propio autorespeto y a la misma realidad: a punta de balas, es decir, a la fuerza, a los carajazos, ejerciendo la burguesía la violencia revolucionaria contra la violencia reaccionaria con que le respondía la clase feudal. ¿Para qué estudiar la historia del capitalismo si es quien me proporciona el dinero para vivir con mi familia y escribir contra los comunistas?, seguramente es la manera pragmática de pensar y de actuar del satírico.

Vamos a repetir lo anterior en otras palabras: el satírico nunca se ha preguntado si la burguesía francesa, para hacer su revolución burguesa, consultó primero a los obreros que explotaba, a los campesinos que explotaba y los despojaba de sus tierras, a los jóvenes que les negaba derecho al trabajo y a la educación, a las mujeres de la economía doméstica que trabajaban en las casas de los burgueses, a los intelectuales que estaban de lado de los trabajadores. No, fueron las condiciones objetivas, la profunda contradicción entre las fuerzas productivas nuevas y las relaciones de producción feudales ya caducas –por un lado- y contra el estrecho concepto territorial de los hacendistas –por el otro-, lo que hizo indispensable que la burguesía recurriera a la violencia revolucionaria contra la violencia reaccionaria para poder imponerse, tomar el poder político e instaurar el modo de producción capitalista. Si no hubiese sido así, el mundo actual estaría mucho más cerca del esclavismo que del capitalismo. No pocas veces el satírico termina siendo víctima de sus sátiras y, por consiguiente, burlado por sus propias malas intenciones. No es, por ejemplo, burlándose de Hitler que podemos llevar a la conciencia de la gente el significado de ese oprobioso régimen político que se llama nazismo. Todo análisis político debe contener, por lo menos, algo de ideología y ésta no se la lleva bien con la sátira que se burla de las personas como tampoco de los hechos históricos.



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Freddy Yépez


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