El “bachaquero” compra barato y vende caro, así obtiene sus ganancias; el sobreprecio es monstruoso, no se detiene ante el sufrimiento de sus semejantes. El corrupto se vale de su ubicación para hacerse de ganancias inmensas que lesionan la salud social. El delincuente se apropia de las ganancias ajenas por la fuerza, aun a costa de la vida de las víctimas y de la suya. El capitalista capta el trabajo, el sudor, la sangre, el tiempo de los demás humanos y lo transforma en ganancia pasando por sobre la vida planetaria y condenando a las mayorías a la miseria. Todos son hijos de la misma madre, de la misma filosofía, del egoísmo capitalista, del “si da lucro es lícito, es moral, ético”, del “si yo estoy bien todo está bien”.
Es la ideología del capitalismo, la misma que ha guiado la destrucción de bosques, mares, que ha propiciado la alteración del clima de tal manera que hoy la vida planetaria corre real peligro de extinción. Sumergidos en el capitalismo, la vida camina hacia su destrucción, la humanidad no reacciona, al contrario, apresura el ritmo suicida.
El capitalismo es un monstruo que produce su propia justificación, tiene sus mecanismos de reproducción, genera necesidades que lo hacen imprescindible, crea barreras ideológicas apoyadas en intelectuales, instituciones. La cultura milenaria del egoísmo y la división de la sociedad tienen su escalón más alto en el capitalismo; sufre crisis periódicas pero la humanidad, castrada, es incapaz de conducirlas a la superación del morbo.
Los intentos revolucionarios han cometido errores graves, han querido superar al capitalismo sin modificar la cultura, la ideología que lo sustenta; algunos más ingenuos pretendieron convivir con el monstruo, olvidaron que es como un virus, se reproduce, coloniza el alma colectiva. El fracaso revolucionario alimenta al monstruo, cada fracaso pospone la lucha por años, afianza la enfermedad que padece la humanidad.
Aquí, entre nosotros, ocurrió el último de estos intentos revolucionarios. Chávez despertó la esperanza universal y el capitalismo se defendió. El asesinato del Comandante debilitó de tal manera la conducción, que el capitalismo tomó cuenta del proceso. El gobierno socialdemócrata que sucedió a Chávez sólo toca las consecuencias del capitalismo, la escasez, el “bachaqueo”, y simultáneamente lo protege, lo aúpa; por supuesto, vive una contradicción: quiere acabar con el incendio rociándole gasolina. Al pactar con el capitalismo, al buscar la elevación de las fuerzas productivas capitalistas lo único que consiguió -y en gran medida- fue elevar el egoísmo como norma de las relaciones sociales, creando así una fuerte base contrarrevolucionaria.
Luchar contra las consecuencias del capitalismo y al mismo tiempo alentarlo es una posición contrarrevolucionaria, un paliativo que ayuda a la permanencia del capitalismo. Cuando la Revolución está en la oposición debe denunciar la relación entre las penurias sociales y su causa, el capitalismo. Cuando está en el gobierno, debe luchar contra el capitalismo, disminuir su fuerza social hasta desaparecerlo, expulsarlo del alma de la sociedad, derrotar sus valores, así lucha contra sus consecuencias.
Las consecuencias de los errores están a la vista. El sueño de Chávez, el Socialismo se desvanece en el fango de la simulación y la mentira; un Estado que cada momento cede más terreno a la ingobernabilidad, un gobierno que cada día pierde apoyo de una masa que exige prebendas, participación en un festín de botellas vacías y ceniceros llenos, de luces apagadas. Aún hay tiempo para rescatar la esperanza, es un deber de los dirigentes.