La guerra de los mil y todos los días en el Táchira

Así como César Pérez Vivas -en sus malintencionadas denuncias, reproducidas por los medios privados de comunicación- rastreramente acusa al gobierno nacional de amparar la guerrilla colombianas, de otro modo, muchos personeros del espectro político “revolucionario y bolivariano” se hacen de la vista gorda, y/o en silencio cómplice -pasadas las elecciones del 26-S-,  pretenden ignorar lo que está sucediendo en aldeas como Las Quebradas, de la parroquia Isaías Medina Angarita del Municipio Bolívar, Táchira –mesas electorales  donde por amplia mayoría derrotó el chavismo a la oposición- ,así como de otras comunidades aledañas, convergencia de  municipios Junín y Urdaneta , y donde recurrentemente se violan los más elementales derechos humanos de la población fronteriza; donde se tortura,  donde se asesina en complicidad de paramilitares, y otras veces se extorsiona por tener dos pimpinas de gasolina, cuando por las narices de autoridades en las alcabalas pasan camiones cisterna de gran capacidad con millones de litros de combustible para abastecer el vecino país sin que se sepa de ningún responsable, y ni qué decir de los productos Mercal de exitosa exportación...

Precisamente desde el mismo fuerte La Tucarena, con gran cinismo y descaro, de nuevo se emprenden estas campañas nada admirables en el municipio Junín, indignas hazañas de individualidades nefastas dentro de nuestras Fuerzas Armadas Bolivarianas en este bicentenario aún por celebrar!

No es nueva la historia por estos lares, anteriormente funcionarios del ejército venezolano en complicidad con paras y militares colombianos, en aquél llamado “PLAN SOBERANIA”, en mayo de 2005, por estos mismos municipios, desataron una campaña de violencia y de terror que nada tenía que envidiar a las ejecutadas por López Sisco y Posada Carriles, cuando eran comodines para instrumentar  las políticas “antisubversivas” de la Escuela de las Américas y el Tío Sam.

Y así, mientras dormía en su cama, detenido sin ninguna explicación por una comisión policial, desaparecieron al hijo “enfermo” de la señora Antonia, sin que se haya sabido más de su paradero, mientras ella llora detrás del afiche del comandante Chávez, temerosa de que el soldado que está con el fusil afuera en la puerta del rancho llegue a escucharnos… Desde ese tiempo abandonó su hogar anterior, y ahora desde esta montaña del parque nacional El Tamá, ordeña vacas y elabora quesos porque no hay vías de acceso para comercializar la leche, agradecida al propietario de la finca porque ya no tiene para dónde irse junto con su pequeño Jesús -con dificultades del habla, pero con unos ojos radiantes y sedientos por vivir.

Un abuelo -esa vez- nos enseñó un panfleto puesto por un militar venezolano en la pared de bahareque de su casa, donde se lee que es un orgullo para un soldado venezolano colgar a un guerrillero colombiano, presionando a delatarlos. Me dio copia del panfleto que todavía conservo como muestras de técnicas de propaganda goebeliana. Un campesino de la aldea El Oso, acusado de colaborador de la guerrilla, después de haber sido apaleado por algunos verdugos del ejército casi hasta morir, al recuperarse vendió su conuco, y aterrorizado, se marchó del lugar.

Por lados de Río Chiquito, en la aldea La Osa, los desmanes y torturas fueron igual. Un soldado resultó asesinado, no se supo si accidentalmente, por sus propios compañeros, y lo adjudicaron a la guerrilla o a los propios campesinos del lugar… A la madre del soldado la premiaron por la pérdida de su hijo con una casa. No así a la facilitadora de la misión Robinson, que perdió la suya, cuando le desbarataron el aula de clases, le decomisaron el televisor, destruyeron los videos del YO SI PUEDO, y pisoteando las cartillas las desparramaron por doquier. Se llevaron algunos enseres y amenazaron con violar a su hija de 12 años, confiscándoles todos los víveres para alimentar a la familia, y para mayor desgracia de la familia se llevaron a su esposo al fuerte de La Tucarena -en el municipio Junín-, donde fue torturado y vejado. Luego, acusado de subversión, estuvo casi ocho meses confinado en la cárcel de Santa Ana, por órdenes de un tribunal militar hasta que finalmente fue absuelto al comprobarse su inocencia. Por aquellos días, en esa misma acción, arremetieron con otra familia cercana, en medio de la oscuridad de la noche, disparando balas y morteros sobre el techo de su humilde vivienda, causando pánico entre niños y viejos, que todavía, a cinco años transcurridos,  sufren ese trauma del que todavía no se han podido recuperar. En la ladera de una montaña cercana, cual permanente caldera encendida, todavía se ve salir una humareda gris; aquella vez los nativos del lugar nos guiaron hasta allí y pudimos constatar que era una mina de carbón mineral. Toda esa zona está llena de recursos minerales estratégicos, lo intuyen ellos –y piensan que por eso los quieren sacar-. Para nadie es un secreto que algunas transnacionales ya se han apostado sobre proyectos de explotación de hidrocarburos en estas tierras donde por primera vez, por pioneros nuestros, se descubriera, se explotara y se refinara combustible para uso local, el primer pozo de petróleo en nuestro país –actual parque La Petrolea a orillas del río Quinimarí.

La lista de atropellos sería interminable. Aburriría a cualquier lector. Las organizaciones de derechos humanos, dudo que las “ONGs”, tendrían mucha tela que cortar, pero hasta eso dejó de promoverse en estos tiempos de revolución, por el eslogan de que “contra la revolución nada”. 

En estas fronteras desde tiempos de Juan Pablo Peñaloza, por estos caminos, trochas y veredas, ante el arbitrio del poder,  la leyenda se confunde con la lucha de los más desposeídos; es evidente entonces que, aquí, la lucha de clases no ha terminado, y que la riqueza producida por la clase trabajadora en distintas actividades tiene muy buenos amigos que la quieren enajenar -mancomunidad de oscuros intereses valiéndose de irracional violencia- la más de las veces, en este ancestral espacio donde siempre ha imperado un comercio natural entre sus habitantes de uno y otro lado, y lo que era sana actividad mercantil después contrabando se comenzó a llamar. Por eso preguntarle a un habitante de la línea fronteriza del Táchira o del Norte de Santander, si ha visto pasar a la guerrilla… es un enigma difícil de resolver. Todavía en las montañas de La Revancha, me dice un viejo campesino, se recuerda el árbol con el nombre grabado a punta de navaja por el general Uribe Uribe, a su paso por nuestras tierras del Táchira, en su exilio forzado por los avatares de la Guerra de los Mil Días. También me confesó que toda su vida él había sido guerrillero…

   -¿De cuál frente? –le pregunté.

   -¿…? -parecía no comprenderme.

   -Quiero decir…  ¿del ELN o de las FARC? -insistí en mi pregunta y permaneció igual.

Se me quedó mirando y me respondió alterado:

   -¡Guerrillero! ¡Guerrillero! ¡Que no me gusta que me joda naide!

No necesité más explicación. 

fredy.araque@gmail.com



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Freddy Araque


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