Cuando el crimen viola el cuerpo y luego lo asesina

Existen crímenes que son abominables por la triple y más crueldades que implican o llevan por dentro. En toda guerra, incluso en la más revolucionaria, se cometen hechos repugnables que ni tienen el perdón de Dios ni tampoco de las propias fuerzas a las que pertenecen los criminales. El mundo conoció del horrendo crimen cometido por miembros de las fuerzas militares de Colombia en Arauca donde las víctimas fueron una niña y dos niños, todos hermanos. Pero hay actos más horribles y repugnantes que el mismo crimen. Conozcamos parte de esa verdad irrefutable.

 Un padre salió confiado a su labor de campo dejando a su hija y sus hijos en su casita. Nada sospechaba de sorpresa maligna que le rondaba su humilde hogar. Fuerzas de la Brigada Móvil Nº 5del Ejército colombiano andaban merodeando o patrullando la zona en busca de información sobre el paradero de la insurgencia. Aparentemente la vereda Flor Amarilla estaba tranquila y más concretamente el Caño Tembladores, que después –sin que sus habitantes lo desearan- temblaría de terror.

 A las pocas horas unos vecinos se percataron que la niña Yenni (14 años) y los niños Yimmy (9años) y Yefferson (6 años) no se encontraban en la casita. Preocupados, fueron en busca del padre para notificarle el hecho. Varios de los habitantes, junto al padre de la niña y los niños, iniciaron la búsqueda siendo infructuosa por varias horas. Al cabo de otro rato, lo inesperado, lo indeseable para cualquier padre, lo insólito, lo tenebroso y tembloroso, lo terriblemente doloroso: hallaron los cuerpos de Yenni, Yimmy y Yefferson muertos con evidentes signos de torturas, degollados y la primera violada. El padre quería morir de dolor y de tristeza pero también de rabia y de impotencia. Sus acompañantes quedaron como petrificados, como si a cada uno le hubiese dado una parálisis total. El dolor y la impotencia adquirieron carácter colectivo.

 Para el Caño Tembladores comenzó el martirio que corrió tan veloz como el jaguar que persigue a una presa de menor velocidad que él. La infausta noticia traspasó la frontera de la vereda Flor Amarilla, galopó por Tame, siguió por todo el Arauca, continuó por toda Colombia y voló bien alto denunciando el crimen por todo el globo terráqueo. Los autores del crimen, guardando el más absoluto silencio, creyeron en la seguridad perpetua de la impunidad. El semen de los monstruos violadores y asesinos había quedado denunciando el crimen en la entraña de Yenni. Sangre, sudor y lágrimas se mezclaron para que el dolor fuera intenso, la rabia se expandiera como viento enfurecido y la impunidad temblara de pies a cabeza. El “falso positivo” era una verdadera prueba del crimen en negativo. Inmediatamente, los de arriba que son los que gobiernan de espalda a las realidades, se buscaron y se inventaron mil maniobras, mil mentiras o argumentos, mil escaramuzas para salvar el honor de la doctrina de la “Seguridad Nacional”. Los militares colombianos y los políticos al servicio de la oligarquía y del imperialismo no encontraron paracos ni sicarios ni tontos útiles que se prestaran para achacarse el crimen y salvar a los criminales de su perfidia.

 “Los campesinos son la montaña que ampara a los guerrilleros”, se dice hasta en una canción vallenata, cuya autoría es de un insurgente. “Los campesinos son el agua que garantiza la vida a los peces y éstos son los guerrilleros, por lo cual hay que quitarle la primera a los segundos”, dicen los expertos militares y los ideólogos políticos que planifican la guerra contra la insurgencia. Fue tan bochornoso, tan repudiable y tanta la indignación causados por el crimen que el general del Ejército, Alejandro Navas, a sabiendas de la verdad, quiso confundir a la opinión pública colombiana y a la mundial señalando la ridiculez de que la guerrilla se había infiltrado en las fuerzas militares para cometer crímenes abominables como el de Caño Tembladores. Las flores amarillas del campo desmintieron la desfachatez del general. No hubo metodología posible de tapar el sol con un solo dedo. Otra niña (13 años) violada terminó de destapar la olla podrida.

 Una mujer, seguramente madre, miembro de la Cámara de Representantes hizo una pronunciación sobre el terrible suceso, pero nada de crítica a los militares que cometieron el crimen. Se fue por la tangente olvidando que las pruebas estaban demasiado remarcadas en la hipotenusa; trató de buscar una salida salomónica acusando a espías e infiltrados que tratan de mancillar el honorable Ejército de Colombia. Pero no se detuvo allí sino, peor aún, hizo una solicitud de que se perdonara a las víctimas como si éstas hubiesen sido los victimarios. ¡Terrible que una madre de esa calaña, sea representante de comunidades en un parlamento! Quieran Dios y el pueblo nunca a un hijo o una hija de esa representante le suceda algo parecido a la niña Yenni o a los niños Yimmy y Yefferson. Seguramente exculpará a los autores (si fuesen militares) para acusar a la insurgencia de venganza retaliativa.

 El gobernador de Arauca, casi tartamudeando y golpeado por la verdad que conocía, intentó hacer una defensa magistral, al estilo jurídico romano, de los criminales aplicando política celestiniana para que la población olvidara el crimen y todo quedara en “santa paz” bajo el manto de la impunidad.

Los medios de comunicación al servicio del militarismo y de la aberración callaron lo que debían decir para decir lo que convenía a favor de los criminales y de la impunidad. Acusaron a Yenni, Yimmy y Yefferson de ser víctimas de la insurgencia, como si ésta los hubiese asesinado. La verdad, a los periodistas que mintieron descaradamente en el crimen, les resulta muy costosa, porque si la dicen quedan desempleados y perseguidos por el crimen que se cree no paga.

Sin embargo, el escándalo frente al crimen se hizo mayúsculo y no le quedó otra alternativa a los jerarcas del Estado colombiano que reconocerlo y anunciar castigo para los asesinos que fueron, hasta donde se sabe, siete militares cuyos morrales tenían sangre de las víctimas. Siete malditos que violaron a la niña Yenni, la llenaron de semen, la torturaron y luego la asesinaron. Y los malditos mataron a Yimmy y Yefferson, porque fueron testigos del abominable hecho inhumano y terriblemente salvaje.

Decir que la insurgencia revolucionaria colombiana o de cualquier otra nacionalidad no haya cometido actos inhumanos, sería faltarle el respeto a la verdad. Pero, seguro, si algún insurgente, que milite en las filas de un movimiento revolucionario, cometiese un delito atroz como el que costó la vida a Jenni, Yimmy y Yefferson en el Arauca, no lo salva absolutamente nadie de un juicio que terminaría fusilándolos y, además, se informaría con la verdad por delante al pueblo colombiano.

Reconocido el hecho y haciendo funcionar la justicia para juzgar y condenar a los criminales ya ha costado otra vida, la de la juez que llevaba el caso. Eso evidencia tentáculos muy poderosos que buscan dejar en la impunidad el crimen cuando crean que las aguas vuelvan a la calma o la marea alejada del barco genere olvido. El capitalismo ya ha creado todos los escenarios para que crímenes como el sucedido en Arauca se sigan cometiendo. Colombia ya está harta de tantos crímenes pero, también, de tanta impunidad.  De otra parte, el padre delas víctimas está siendo amenazado de muerte por los colegas delos criminales encarcelados.

Noticia de último momento informa que fueron capturados tres milicianos del ELN y que ellos fueron los responsables del asesinato de la juez en Arauca. Si eso fuese cierto, el ELN estaría obligado a explicar tal suceso, porque todo indica, desde el punto de vista revolucionario, que no había ninguna razón para entorpecer la justicia de esa manera. Pero de no haberlo hecho, igual tendría que hacer una declaración pública donde desmienta la acusación del gobierno colombiano. Se sabe que cuando se cometen crímenes de esa naturaleza se buscan chivos expiatorios para asegurarle impunidad a los criminales.



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Freddy Yépez


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