En las últimas tres décadas vienen surgiendo en América Latina movimientos indígenas de contenidos radicales. El movimiento shuar y el levantamiento indígena de la sierra en Ecuador, en 1990; el katarismo boliviano, el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en Colombia, junto con la experiencia guerrillera indígena del Frente Quintín Lame; la Premio Nobel de la Paz de 1992, Rigoberta Menchú, en Guatemala, el estallido referencial de Chiapas en México, son solo algunas de las experiencias más conocidas y más fuertes de este resurgimiento.
Es en las décadas de los 60 y 70 que los primeros movimientos indígenas modernos hacen su aparición en la periferia, a menudo en regiones marginadas y en el seno de grupos minoritarios: shuars (jíbaros) de la Amazonia ecuatoriana, paez y guambianos del Cauca de Colombia, aymaras de Bolivia, quichés y cakchiqueles de Guatemala. Más tarde similares movimientos emergieron alcanzando proyecciones internacionales.
Esta primera fase, los movimientos se desarrollaron localmente. En la Amazonia brasileña, ecuatoriana, colombiana, se organizaron alrededor de conflictos con los grandes ganaderos, el Estado y las compañías que explotan los recursos de la selva y su subsuelo. En los Andes bolivianos, el katarismo fue principalmente un movimiento indígena campesino, asociado al sindicalismo obrero y que anteponía reivindicaciones relativas a la tierra, a cuestiones tributarias y al crédito, al mercadeo y los transportes. Luego empezaron a tomar parte en las luchas democráticas: una de ellas fue el combate contra la dictadura de Hugo Banzer en Bolivia, hasta lograr coronar el triunfo de Evo Morales en la presidencia.
En Guatemala también el movimiento indígena aboga por la democratización municipal. Un principio de identidad está presente, un ejemplo son los shuars, al afirmarse como tales, rechazan la peyorativa denominación de jíbaros; los kataristas habían adoptado ese nombre de Tupac Katari, héroe de una insurrección aymara contra la colonia española; el Consejo Regional de Indígenas del Cauca hacía alarde de su especificidad y su diferencia con el movimiento campesino colombiano de aquella época.
Una segunda fase, puede situarse grosso modo en los años 80, la cual estuvo marcada por rupturas y retrocesos, ya por la sumersión a la violencia (Guatemala, Colombia) o por una descomposición interna del movimiento (Bolivia). En los Andes peruanos, el reinado del terror impidió el surgimiento de un movimiento de este tipo: El grupo Sendero Luminoso con más de veinte años de existencia y unos 5000 combatientes, a pesar del encarcelamiento de su líder, encabezó una guerra civil que ha causado 24.000 muertos. Por iniciativa gubernamental se intensificó la militarización de campesinos y grupos indígenas mediante las llamadas “Rondas de autodefensa”. Las muertes en comunidades indígenas por venganza de Sendero y represión indiscriminada del ejército son cuantiosas, como las sucedidas entre 1991 y 1993 en la comunidad amazónica Ashianinka”.
La estrategia contra subversiva del ejército peruana, para aniquilar los grupos alzados en armas, consistió en ir desestructurando las identidades comunales bajo una lógica militar de reasentamientos poblacionales de mayor densidad demográfica. Sin embargo, el descontento de los pobladores nativos, obligó al ejército a darles permiso de reconstruir algunos caseríos periféricos. El odio racial en el Perú es muy fuerte. En 1979 fue cuando los indígenas pudieron votar, al suprimirse la exigencia de saber leer en castellano. Los campesinos y sectores más pobres en general votaron en masa por los partidos de izquierda. La victoria de Fujimori se debió sobre todo a su color. Salvador Palomino, del Consejo de Indígenas Sudamericanos detalla: “Todos nuestros gobiernos desde la independencia han sido criollos europeos. Los blancos tenían temor y rabia de ver amenazada su hegemonía. Los orientales son étnica y filosóficamente más cercanos a nosotros, sus rasgos físicos son parecidos y sus ideas religiosas también –una parte de nosotros somos católicos superficialmente, es una fachada (...) los criollos piensan que no somos sabios políticamente, pero Fujimori atrajo el voto indio porque Vargas Llosa estaba respaldado por los partidos tradicionales, ricos y opresivos, mientras que la izquierda no representa la cultura de los indígenas. Fujimori no tenía partido, no es burocrático: Su entrada en el gobierno nos significaba que cualquier indio un día puede entrar en el poder, abre el camino. Sendero Luminoso nos dio una oportunidad de venganza contra los blancos”.
Ahora la masacre policial en Perú está dirigida contra los indígenas peruanos que rechazan la ley de recursos hídricos impuesta por Alan García en nombre de la “modernidad capitalista”. De la misma manera enfrentan los decretos presidenciales cuyo fin último es entregar la Selva Amazónica a las trasnacionales.
Los indígenas se contaron entre los principales blancos y las principales víctimas de la represión militar, pero “al mismo tiempo entraron en conflicto con organizaciones revolucionarias, como es el caso de Sendero Luminoso en Perú, aunque también con las guerrillas de las FARC en Colombia y el gobierno sandinista en Nicaragua.
Ante la aceleración de un proceso de globalización de eminente origen económico y al cual los gobiernos convierten en un nuevo paradigma, los pueblos indígenas comenzaron a manifestarse. Fue precisamente en Ecuador en 1990 donde sonó la alarma. La CONAIE convocó para junio de ese año a un multitudinario levantamiento indígena conocido como “Inti Raymi” o levantamiento indígena. Tomaron las principales vías de comunicación y ciudades costeras como Guayaquil, paralizando social y económicamente a la nación por varios días. La administración del entonces presidente Rodrigo Borja se mostró complaciente en cuanto a sus demandas agrarias, concediéndole en 1992 unos “títulos legales a 148 comunidades que los harían propietarios de 1,2 millones de tierras, donde vivirían unas 20.000 personas”. Esto fue una solución marginal al problema, ya que la protesta de fondo, la cuestión étnica, quedó paralizada.
Un puntal base se ubica cuando los indígenas latinoamericanos aprovecharon la fecha de los 500 años del descubrimiento del continente, en 1992. Las movilizaciones efectuadas ese año en toda América Latina como repudio a las celebraciones oficiales fueron un síntoma revelador de que los pueblos originarios, y gran parte de los mestizos estaban de pie, una vez más, reafirmando el proceso de pertenecerse a sí mismos, los primeros, y formando una propia identidad los segundos. 1992 fue un desafío clave para que los mestizos redescubrieran la importancia de las milenarias culturas indoamericanas, así como las experiencias de sus largos años de existencia.
El ascenso de “hombres y mujeres de la tierra” se da también en Chile, donde los mapuches dicen otra vez presente al legendario Lautaro planteando con meridiana claridad que están dispuestos a conversar con los “huincas” sobre la base que se les reconozca su carácter de Pueblo-Nación o nacionalidad dentro del Estado chileno. La actitud del modelo neoliberal ha sido la expansión de grandes forestales, cien mil hectáreas por año sobre el wallmapu (territorio mapucha), destrucción de la naturaleza y usurpación dando como resultado situaciones de extrema miseria y migración indígena hacia las ciudades. En las provincias de Arauco y Malleco, emergen nuevas generaciones que reinician la lucha de resistencia a partir de nuevas perspectivas, desentendiéndose del Estado y asumiendo elementos propios de rebeldía. Se retoma la recuperación productiva de la tierra bajo la lógica de la reconstrucción territorial. Este proceso va acompañado con sabotajes a las empresas forestales y enfrentamientos con sus guardias blancas. Las acciones se multiplicaron en 1998 cuando surge la Coordinadora de Comunidades en Conflicto, construida desde la base conjuntamente con las autoridades tradicionales y coordinadas con las organizaciones estudiantiles y de mujeres mapuches urbanas. Se producen persecuciones y aplicación de la ley de Seguridad Interior de Estado y Ley Antiterrorista, creciendo la influencia de sus luchas en Osorno, Valdivia y Cautín.
Las condiciones de exclusión avivan la rebeldía. Un ejemplo, de tantos, fue el deceso de 72 miembroS de la etnia lenca por hambruna en el departamento de Intibucá, occidente de Honduras, revela los puntos de intersección entre la marginación social, la discriminación ética y el ecocidio.
Varias convocatorias latinoamericanas han permitido unir las fuerzas indígenas. Se ha iniciado un proceso global de resurgimiento de las luchas indígenas y populares que se ha expresado en las últimas décadas, a través de la participación de ellos en la primera fase de la Revolución nicaragüense, no después de la equivocada táctica del Frente Sandinista respecto a los Miskitos y otras etnias. También de manera especial, en la prolongada lucha armada de Guatemala. País con más de 60 % de población de origen indígena (otras estadísticas la ubican en un 42%). En El Salvador, en menos medida, a pesar de haber sido más concreta la política del Frente Farabundo Martí respecto a las etnias. Este resurgir de los pueblos originarios se refleja, así mismo, en Colombia, donde no sólo hacen presencia en la guerrilla, o han tenido experiencias de frentes guerrilleros indígenas como el Movimiento armado Quintín Lame, sino que lograron, con una nutrida delegación autónoma en la Asamblea Constituyente de 1992, que se cambiara la Constitución, transformando a Colombia en un Estado multiétnico o pluriétnico, el segundo en América Latina, después de la Nicaragua revolucionaria.
La globalización imperante en esta época busca conformar una cultura universal que desestime conceptos tradicionales como soberanía, etnia o nacionalidad; sin embargo, ha provocado un efecto contrario, al afirmar los movimientos locales, étnicos y tribales, al tiempo que fomenta un despertar de los nacionalismos amenazados por la disolución del concepto de Estado-Nación dominante desde el siglo XVI.
En medio de esta situación, el advenimiento del despertar aborigen en América Latina ha demandado el reconocimiento de su identidad multiétnica, exigiendo una revisión del concepto jurídico y político de nación, así como una revisión constitucional que le permita mayor democratización y participación en un proyecto sociopolítico nacional.
Buena parte de estas manifestaciones tienen en común la lucha por el derecho a la tierra, los derechos ciudadanos y pliegos de reivindicaciones relativamente elementales, pero todas ellas inscritas dentro de la denuncia y el combate contra el neoliberalismo y su incidencia sobre los Estados. Al principio de los 90, el acento se desplazó de la lucha de económica a la afirmación de los derechos indígenas con particular énfasis en lo cultural, lo que resulta en el reconocimiento por parte de algunos Estados latinoamericanos del carácter multicultural y multiétnico de la nación. En el caso de la Amazonia colombiana que comprende 47 millones de hectáreas, el 53 % está ocupado por indígenas: Entre 1988 y 1989, más de 12 millones de has., fueron demarcadas como propiedad de los indígenas, con el nombre de “resguardo”, cuyos derechos de posesión y autonomía van mucho más allá de la noción tradicional de reserva.
La emergencia del movimiento indígena tiene que ver también con su elemento cuantitativo, que al verse afectado por los nuevos procesos de exclusión, reacciona en rebeldía. Del total de la población de América 662’870 millones de habitantes, incluyendo a Estados Unidos y Canadá, el 6,33 por ciento es indígena, es decir, 41.977.600. El 39,71 por ciento de la población de América Latina y el Caribe es indígena.
Los liderazgos indígenas presentan diversos órdenes, parcialmente convergentes. Los indígenas que hicieron estudios universitarios han venido asumiendo en los últimos decenios mayor protagonismo político y cultural. Los órganos tradicionales de representación comunal, otrora acaparados por los consejos de ancianos, han sido desplazados por jóvenes bilingües que recibieron el impacto modernizador de la expansión industrial, los medios de comunicación y la educación pública. Estas rebeliones están encabezadas por un liderazgo muy joven entre veinte y veinticinco años, fenómeno que se está dando en casi todos los movimientos indígenas. Abya Yala resurge en rebeldía, las antiguas voces emergen porque otro mundo es posible. ¡Sea!