(Informe de Gestión de la Secretaría Ejecutiva del Rectorado-Unellez)

¡Sale perro!

Cuando era niño, en mi oriente natal, vivía en una urbanización de clase obrera; donde había muchos estacionamientos comunitarios y muchas veredas donde jugar y correr libremente. Yo temía pasar, sin embargo, por una de ellas (pocos lo sabían), porque allí había un perro grande y malo llamado “Tonky”. Ya me había mordido y correteado en alguna oportunidad. El dueño lo tenía suelto porque supuestamente “no hacía nada”. Siempre esgrimía el mismo argumento cuando me perseguía: “Tú sabes que ese perro es así...”, e invariablemente le gritaba, luego de dar con su chancleta roída un golpe al piso, el consabido “¡sale perro!”. Como era de suponer, jamás asumió su responsabilidad (y nunca le cayó verdaderamente a palos al animal), y yo no volví a pasar por allí. Creo que el perro murió a los pocos años, pero en ese entonces ya no necesitaba (ni me interesaba) cruzar por esos predios, porque podía tomar siempre un carrito por puesto.

Todavía recuerdo al dueño del perro, un señor eternamente sin camisa, viejo y barrigón, sentado en una silla rota de mimbre, deleitándose con la brisa de la tarde, junto a los pocitos del agua recién caída de la lluvia vespertina, breve y violenta, que aplacaba las nubes de moscas, el calor pegajoso y el polvo que se levantaba en los días de verano, seco e infinito... No sé por qué me asaltan esos recuerdos remotos, cuando pienso en Usted, Señor Rector.

Cuando en enero de 2006, publiqué la Hora de los Vicerreptiles en Aporrea para defender su gestión, existían razones políticas bien fundamentadas, acerca de la imperiosa necesidad de detener al Vicerrector de Barinas, en su desaforada carrera hacia el Rectorado o inclusive a la titularidad del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Tanta obscena necesidad de relevancia, de autosatisfacción, de nulos conocimientos políticos; me produjeron repugnancia hacia él. Algo similar me ocurre en estos momentos...

Hace algo más de un mes, publiqué en el periódico oficial de la Unellez, Surcos, la segunda de esta “Trilogía”: Carta a un Rector; donde a través de un análisis del tipo “Mensaje a García”, le hacía ver el abismo que lo esperaba si no rectificaba a tiempo esa conducta errónea, inconsistente, poco inteligente y disparatada que había asumido. Usted no tenía (ni tiene aún) una política académica lógica, revolucionaria y sensata. Se rodea, para su conveniencia (hasta que ya no le sean útiles), de individuos mayormente de dudosa reputación académica, visiblemente adulante y servil; que parecieran ver la revolución como algo localista, folclórico, banal e intrascendente. No sé si son conscientes de esa actitud, ante sus vidas, y muy especialmente ante su Universidad.
Mucha gente iba a mi oficina con un aire de “el Rector me ha mandado”, intentando darme órdenes, dada mi posición estratégica en la Institución.

Nunca les paré; especialmente a aquellos que visible y públicamente se encontraban (y encuentran) más cerca de Usted. Cuando le inquiría de diversas maneras, acerca de la pretensión de esas personas de dirigir la Universidad sin estar facultadas legalmente, sin poseer las capacidades intelectuales necesarias, además de expresarse públicamente y en muchas ocasiones, de forma inadecuada e inconveniente, siempre e invariablemente Usted me decía: “Es que ella (él) es así... después le llamaré la atención”. Puedo suponer, dado los nulos resultados, que eso jamás ocurrió… No sé por qué eso me recuerda poderosamente el caso de “Tonky”, el perro de mi niñez…Lo digo fundamentalmente, por mi ingenuidad, por mi creencia de que eso Usted lo estaba remediando. Fui tomado por un niño; y también porque en cualquier caso, si las cosas iban por mal camino, siempre el dueño le podía echar la culpa al animal. Al fin y al cabo ¡qué otra cosa podías esperar de un pobre perro!

Quizá pueda parecerles a algunos que esos son resabios, dado que ya no estoy en la Unellez. Ni modo; porque usualmente las personas simples se atienen sólo a lo anecdótico, a lo escandaloso, a lo escabroso; sacan conclusiones rápidas, y encasillan las circunstancias en lo banal y en los lugares comunes. Eso carece de importancia para mí.

Me fui por mi propia voluntad. Estaba perdiendo el tiempo, en una ciudad y una Universidad que no eran la mía. La inercia me deprime, especialmente cuando se intenta dar visos de eficiencia y trabajo, mientras la institución se derrumba. En casi cinco meses (que se entienda bien, ¡cinco (5) meses!) recibí una sola (¡una (1) sola!) llamada suya, por algo rutinario e intrascendente; además de unos tres correos electrónicos, igualmente burocráticos e insulsos. Siempre era yo quien lo buscaba, quién lo llamaba a una reunión, quien lo convocaba. Ese desdén, esa abulia, me traía pensamientos encontrados...

Por la institución y mis amigos permanecí en un puesto que, en teoría, debía manejar los asuntos del Rector, su agenda, documentos a redactar y firmar, pertinencia de las reuniones y entrevistas; así como asesoría en los asuntos delicados y toma de decisiones. En la realidad, eso rara vez se materializó. Errores políticos y académicos, que respondían a una estrategia errática, inmediatista y espasmódica, constituían mi diaria vivencia con Usted. Me vi obligado entonces a escribirle el documento público: Carta a un Rector; dada su incapacidad manifiesta de rectificar esa consuetudinaria actitud. Eso sé que Usted no me lo perdona (y su entorno íntimo); a pesar de su fría gentileza hacia mi persona.

Por la estabilidad de la institución y mis amigos, como ya le he dicho, tuve que tratar de justificar sus ausencias, lo etéreo de su pensamiento, la falta de tacto a la hora de tratar con los grupos políticos que estaba no podrían estar de nuestra parte; la cual Usted invariablemente respondía con la típica actitud del “niño del diente roto”.

Era evidente, Señor Rector, la involución de su pensamiento, la carencia de creatividad, el acendrado don de rodearse de adulantes, vividores y lunáticos. A todo le decía “Sí”, y cuando se le preguntaba lo contrario, decía “¡También!”; como aquel personaje cómico de hace unos años en la Radio Rochela, interpretado por Domingo del Castillo.

¡Todo por la estabilidad de la Unellez!, camarada Rector ¡Todo por los diez millones de votos para el Comandante!; que mientras hacíamos nuestros modestos aportes con nuestros diez dedos de las manos, Usted lo desbarataba con los diez dedos de sus pies. Esperó mi salida para desarticular, destruir y torcer la naturaleza de mi oficina. Usted no necesita un equipo de gobierno (que nunca, ¡nunca!, en al menos cinco meses convocó; a pesar de las continuas y apremiantes solicitudes de nuestra parte). Lo que Usted precisa es de una caterva de officeboys y traedores de arepas con chorizo; para que, como el personaje del cuento de Pedro Emilio Coll, ser permanentemente el centro de la tertulia; en una elaboradísima actitud de vacua intelectualidad. No es algo personal,
Rector, no se equivoque conmigo, esto es un análisis político; porque de profundo contenido político es el puesto donde lo colocó el Gobierno Nacional.

Me engañó de forma deliberada, manipuló mi amistad, como torcerá y manipulará mi actividad y la integridad de mis acciones, la de sus colaboradores y las suyas también, con el fin de sostenerse en el Rectorado de la Unellez (o catapultado a una embajada o ministerio), en su acostumbrada y muy sofisticada pose de víctima virginal y expiatoria, que nunca (convenientemente) sabe nada y nunca le han informado (convenientemente) sus colaboradores nada ¡Qué buena manera de dirigir una Universidad!

¡Tienes carta blanca, fulano! ¡Yo abro las puertas y tú las vas consolidando, zutano! ¡Ahora sí es verdad que visitaremos con fuerza los municipios, mengano! ¡Ahora sí que no hay cuento, recorreremos los pasillos y hablaremos con los estudiantes, perencejo! ¡Esta vez sí que voy a Caracas y conversaré con Moncada, menganito-bobito! …

Usted siempre tendrá a un “Tonky”, para que cargue él con sus desganos, culpas y limitaciones. Que cuando todo salga bien, capitalizar los beneficios. En caso contrario, ¡qué podría esperarse de un pobre perro!...“¡sale perro, carajo!”...

Mérida, 05 de julio de 2006

Epilogo: La lealtad es un asunto de primer orden para mí; porque es una de las plataformas en la cual descansa el entramado social y las relaciones entre los individuos. Pero no es en modo alguno unidireccional. No hay nada más torpe ni más insensato que traicionar a sus subordinados. Porque la traición también puede ser pasiva, permisiva. Me vine de Mérida, dejando atrás mi familia, mi trabajo en la Universidad de Los Andes, mis intereses intelectuales y profesionales. Pero bueno ¡todo por la revolución! En cinco meses traté de hacer lo mejor posible mi trabajo, sin dirección, sin el necesario liderazgo de parte de quien insustituiblemente debía hacerlo. Como quien cría chivos silvestres, nos trajo a muchos desde Mérida, para pastar a la buena de Dios en la Unellez. La mayoría se perdió, enflaqueció o murió; uno que otro (si es que quedó alguno) se mantuvo por su propia cuenta. Cuando necesitaba el dueño alguno de sus animales realengos, para ordeñarlo, sacrificarlo, venderlo o mostrarlo, iba desde su choza hasta los esteros, los atraía con algún señuelo, y los mansos bichos, que no presagiaban su destino, se le acercaban mansamente.... Para el Estado venezolano, para los turistas de la política, él era un renombrado productor rural; tal como aparecía en las estadísticas de algún alto funcionario del gobierno nacional. Para los chivos, creo que eso constituye otra historia a ser contada.

(*)Profesor-Universidad de Los Andes



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Dr. Juan Carlos Villegas Febres(*)


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