Según los últimos informes oficiales, Guatemala se constituye en una referencia mundial en la producción de aceite de palma por hectárea cultivada. En el mundo, el promedio es de 3.2 toneladas métricas por hectárea, mientras que en Guatemala se saca 5 toneladas de una hectárea.
Esta “eficiencia” agroindustrial estimula a que cada año se amplíe en 8 mil hectáreas las fronteras de las plantaciones de la palma africana en el país. Pasando de 31 mil hectáreas en el 2003, a 90 mil hectáreas para el 2010, generando un negocio de 125 mil millones de dólares por la exportación, y 17 mil fuentes de empleo.
Los promotores de la palma africana prevén que cerca de 700 mil hectáreas de tierras de cultivo de Guatemala tendrían vocación para este cultivo. Pero callan sobre los costos socioambientales de este monocultivo. Las comunidades indígenas y campesinas son despojadas de sus tierras y fuentes de agua para ser convertidos en peones sobreexplotados. Las fuentes de agua se secan. La tierra se vuelve estéril (se requiere un cuarto de siglo para su regeneración). Se aniquilan los ecosistemas y desaparece la biodiversidad. La milpa y los frijolares desaparecen en un país que ya subsiste a las puertas de la hambruna.
Siglo XVI, el trabajo indígena y la economía colonial
En el siglo XVI, cuando la Corona Española, a la petición de los misioneros, estableció las reducciones de indios “para preservar a éstos de los abusos de los invasores, y evangelizarlos”, las comunidades indígenas mayas ingenuamente cooperaron en la construcción de los más de 700 pueblos indios (unidades territoriales bajo la jurisdicción del encomendero, vigilado por el doctrinero del lugar). Pero, este mecanismo sólo sirvió para asegurar de mano de obra servidumbral para las haciendas y conventos, y para, sobre todo, recaudar con facilidad el tributo real (cada indio pagaba 2 pesos, y las indias, un tostón (0.50) anuales)
En la medida en que los indígenas se acumulaban en los pueblos indios, los territorios que abandonaban eran distribuidos entre los invasores. Así, los indígenas eran convertidos en “pobres sin tierra” en sus propias tierras, y estaban obligados legalmente a salir a trabajar humillados en las haciendas aledañas. A este sistema de distribución de indios labradores se denominó repartimiento. ¿Cree Ud. que este sistema desapareció con la República?
Testimonios escritos como los de Fray Miguel Agia (siglo XVII) describen lo indescriptible del sistema de explotación de aquel entonces. Todos los domingos, los indios mayores de edad, eran reunidos en las plazas para ser repartidos bajo lista, e ir a trabajar, por una semana al mes, en las diferentes haciendas. Salían en fila los domingos (mientras otros retornaban), bajo la vigilancia de los caporales, cargando consigo sus comidas e instrumentos de trabajo. De lunes a sábado tenían que cumplir con las tareas agrícolas asignadas, cuyas extensiones variaban de acuerdo a la emoción del patrón.
Para garantizar los 2 pesos (16 reales en los bolsillos de los indios) para el tributo real, la Ley establecía el pago de un real por la jordana de trabajo en el sistema del repartimiento. Pero casi ningún indígena sacaba los 4 reales a la semana (2 días caminaban para llegar y volver de las haciendas, 4 días trabajaban, y el séptimo debían acudir a la Iglesia para su adoctrinamiento).
En el siglo XVII, en Guatemala, con un real se podía comprar la mitad de una gallina, o un cuartillo de miel, o un cuarto de fanega de maíz. Pero, casi siempre sucedía que los hacendados jamás pagaban lo establecido, mucho menos a tiempo. Si se enfermaban o reaccionaban a los abusos de los capataces, se los despachaba sin pago alguno. Además, los pagos, de realizarlos, se hacían, muchas veces en especie, o simplemente eran obligados, bajo violencia, a comprar mercancías innecesarias para ellos. Como, por ejemplo, medias de seda para indígenas que desconocían zapatos.
Este sistemático despojo y humillación material y espiritual, obligó a los indígenas a huir de los pueblos indios hacia las montañas, y establecerse escondidos en las montañas (paujiles, los denominaban). Pero, igual los alcanzaba la mano del doctrinero, preocupado por la salvación de las almas, y los restituía en los pueblos indios.
A nadie convenía un indio libre, pero tampoco muerto. Se los requería para exprimirlos en sus propias tierras, con trabajo forzado y tributos. El indio era el complemento de las tierras usurpadas. La fuerza del indio era el combustible que movía los engranajes de la maquinaria de la economía colonial.
En pleno siglo XXI, cuando uno ve y escucha los testimonios de los trabajadores de las “pujantes” agroindustrias en Guatemala, no sólo le invade a uno la indignación, sino que con amargura y vergüenza se confirma que para los gobernantes y empresarios, los indígenas mayas siguen siendo el combustible necesario para mover la “pujante” economía neoliberal. Aquí, no sólo se evidencia que jamás hubo independencia, Estado, mucho menos, liberación para los indígenas, sino que la postura filosófica de Sepúlveda (siglo XVI), sobre la condición no humana del indígena, sigue vigente en Guatemala.
De esta manera, el Estado mestizo confabula con los agroindustriales para exprimir, no sólo las tierras, sino también a sus habitantes, para producir agrocombustible. Igual o peor que hace 5 siglos atrás.
El indígena combustible para el agrocombustible del siglo XXI
Conozcamos el costo social sobre el que se sostiene este frenético y “próspero” negocio inhumano de la palma africana en las palabras de un trabajador indígena q’echí, de la empresa palmera Nacional Industrial Sociedad Anónima (NAISA.
Él es Vicente Saquic Coch, q’echí hablante. Quien en el marco de una capacitación comunitaria de CODECA (Comité de Campesinos), en la comunidad de Nueva Esperanza, Municipio de Sayaxché, Departamento de Petén, nos concedió una entrevista con traductor.
Ollantay (O) ¿Cómo se llama Ud., dónde y en qué condiciones trabaja?
Vicente Saquic (VS) Soy Vicente Saquic Coch, del caserío Semoxan, Municipio de Sayaxché. Tengo 35 años y 6 hijos. Soy trabajador de la empresa NAISA. Trabajo como peón, y me pagan 0.50 quetzales por chapear (limpiar con machete) una mata (extensión de 4 metros cuadrados). Por quincenal a veces sacamos 650 quetzales. Por día, a veces, nos pagan hasta 50 quetzales si sacamos la tarea, pero debemos trabajar sin levantar la cabeza.
Los caporales no nos dejan descansar. Comenzamos a trabajar desde las 6 de la mañana hasta las 2 de la tarde, sin descansar. Si no sacamos la tarea completa que el caporal nos deja, no nos pagan completo el día. La tarea consta de 150 a 180 matas de palma, dependiendo del ánimo del caporal. Si no logramos con las tareas se nos descuenta el jornal.
Si nos enfermamos o nos cortamos con el machete, o nos sucede algo, los caporales simplemente nos mandan para la casa. No nos dan ningún medicamento, ni nos reconocen la jornada.
El salario que nos pagan no alcanza para nada, pero no hallamos hacer otra cosa. Tengo que mantener 6 hijos. Ya hicimos tres huelgas solicitando el aumento de salario, transporte en camionetas (buses), medicinas. Ahorita nos trasladan en camiones. Como ver ganados nos tienen, jalados en los camiones. A veces, salimos cansados en el trabajo más el camión nos viene rebasando en el camino.
O. ¿A qué hora sale de su casa y cuántos trabajadores son en la empresa?
VS. El camión pasa a recogerme a las 4 de la madrugada. A otros que viven más lejos los recogen a las 3 o 2 de la madrugada. Somos como 2000 trabajadores aproximadamente en la empresa NAISA.
Cada quien lleva su comida y sus herramientas de trabajo. La empresa no nos da comida. No hay descanso. Comemos al terminar la jornada (frijoles con tortillas).
Luego viajamos de retorno otras tres a dos horas en camiones. Una vez que llegamos a la casa, sino tenemos leña vamos a jalar leña o maíz, lo que haga falta.
Todos los días trabajo en la empresa. Para sembrar maíz y frijol dedicamos uno o dos días, o los domingos.
O. ¿Conoce Ud. al dueño de la empresa y sabe qué hacen con la palma y dónde lo venden?
VS. No conocemos al dueño de la empresa. Sólo conocemos a los caporales. La única vez que vimos al mero dueño fue en Flores. Sólo lo vimos una vez en una reunión. No sabemos, no estamos enterados para qué lo producen, dónde se vende. Sólo trabajamos por trabajar.
La verdad que ciertamente nosotros sabíamos que antes estas tierras eran de nuestros abuelos, donde sembraban maíz y frijol. Ahora, se cultiva sólo palma. Ahorita estamos en oscuros, sin luz, sin saber a dónde va la palma y para qué sirve.
O. ¿Qué siente Ud. al ver que, al igual que vuestros abuelos, Uds. son explotados en sus propias tierras?
VS. Siento que nos están matando. En aquel tiempo nuestros abuelos trabajan en la finca, bajo órdenes del patrón. Ahora es igual o peor. Yo logro ayudarme un poquito porque aún tengo mi parcelita donde siembro milpa.
Esas tierras grandes que tienen las empresas son tierras de los mismos campesinos que vendieron sus tierras a los finqueros, ahora esa misma gente están trabajando como peones comprando maíz y frijoles para comer.
O. ¿Quiénes y de dónde provienen los caporales?
VS. Los caporales vienen de nuestras mismas comunidades. Son nuestros vecinos. Ellos fueron contratados porque tienen estudios y hablan castilla un poquito más que nosotros.
Los caporales nos distribuyen las tareas por día a los trabajadores. A veces, por caerle mal a la gente, hacen solitos sus leyes, son abusivos, nos dan una terea más grande de lo que indica el patrón.
Los supervisores vienen de Cobán. Existen como 40 o 50 caporales en la empresa. Un caporal controla como a 40 peones. Sobre ellos cae el supervisor técnico.
O. ¿Qué esperanzas tienen vuestros hijos en estas condiciones de vida?
VS. La gente va quedándose sin tierra día que pasa, y las empresas adquieren más tierras.
La verdad, nosotros ya nos estamos dando cuenta de que estas empresas ya nos van a sacar de nuestro Departamento. Ya se están haciendo dueño del Departamento. Incluso ya tienen comprado casi la mitad de nuestro Departamento Petén. Las pocas milpas que tenemos los tienen rodeados con palma. En el caso del Municipio de Sayaxché, casi todo el territorio del municipio ya tienen comprado. Los ganaderos, otros grandes billetudos, se están apropiándose de nuestras tierras. La verdad que esto nos molesta mucho. Ya no hallamos qué hacer en nuestra vida. Creo que hoy no nos queda de otro que luchar y salir para adelante. Las leyes dicen que tenemos derechos, pero aquí no hay derechos para nosotros.
No hay futuro para nuestros hijos. Lo único que nos queda es darle estudios. Ahorita ellos están creciendo. En unos diez años no sabemos. Si Dios nos presta la vida podremos verlos. Si no, pues, sólo Dios sabrá.
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