Segunda premisa: Podemos deducir entonces que el
entrampamiento espiritual e ideológico en que nos ha metido el pensamiento
cientificista, desarrollista y positivista propio de las etapas mas expansivas
e imperiales del capitalismo (paso del capitalismo mercantil al de “gran
industria” al fordista al postfordista…siglos XIX y XX hasta hoy) nos ha
llevado a conclusiones totalmente falsas y hasta cierto punto suicidas en
cuanto a la materialización de la
revolución social y anticapitalista anhelada y peleada por millones en los
últimos siglos. El propio Carlos Marx sobretodo en sus textos más hegelianos y
“dialécticos” cae muchas veces en esta trampa, pretendiendo ver a la clase obrera
en su acepción europea y decimonónica el único sujeto social en la historia de
la humanidad con capacidad de crear una sociedad de libres e iguales. Ver la
sociedad capitalista mas desarrollada como el destino necesario de las
sociedades más pobres para su liberación, es hasta cierto punto un
endiosamiento del mismo capitalismo. La historia esta cruzada, cualquiera que
sea la forma en que se haya explicado, justificado o hecho discurso, por una
lucha descarnada entre oprimidos y opresores. Nosotros no somos nadie como para
decir que nuestra particular lucha y nuestra concreta condición de oprimidos
posee en sí misma una potencia y una cualidad superior a la que libraron por
ejemplo las tribus bárbaras contra el imperio romano. Los seres humanos de hoy
somos tan efímeros y relativos –y a la vez tan maravillosos y únicos- como han
podido serlo las comunidades de la polinesia del pacífico antes de la invasión
inglesa, japonesa y norteamericana a ese rincón del mundo. Y en cuanto a
nuestras conquistadas “libertades”, “derechos”, etc, jamás sabremos que
hubiesen dicho de nosotros y de ellas las comunidades mayas o celtas, y
desgraciadamente tampoco tendremos vida para confirmar que dirán dentro de
trescientos años los rebeldes para entonces (si aún existe vida humana) en sus
eventuales juicios comparativos respecto a nuestra esclavitud al mercado y el
capital con la esclavitud de los egipcios a sus faraones hace tres mil años.
Tercera premisa: La lucha socialista y
revolucionaria hoy en día es entonces una versión más de todas las que ha
habido y vendrán dentro del tiempo indescifrable e imposible de delimitar del
ciclo natural de vida humana sobre la tierra. No somos nosotros los que
inventamos el sueño de ser libres y felices, hoy lo llamamos socialismo,
democracia directa, pero ya Adán y Eva pasaron por allí, y sin embargo, a
muchos no nos convence demasiado esa vida perfecta y asexuada. La cosa va para
largo y nadie sabe en que y como va a terminar si es que hay fin de algo. Lo único
que podemos reafirmar de parte de quienes hoy en día hemos decidido afrontar el
reto socialista y libertario son las cualidades y características de ese reto
dentro del mundo que nos ha tocado vivir. El socialismo no tiene determinantes
preestablecidas –y mucho menos científicas y causales- pero eso no quiere decir
que sea ahistórico o una suerte de sueño místico y atemporal de seres divinos.
Es la lucha real en tiempo histórico concreto de los oprimidos y explotados que
por libérrima voluntad han decidido liberarse de las cadenas de dicha
esclavitud en virtud de la construcción de una sociedad de libres e iguales.
Cuarta premisa: De aquí caemos dentro de aquel
majestuoso problema de la transición de una sociedad a otra. En síntesis, el
mismo entrampamiento positivista, desarrollista y cientificista, nos ha llevado
a suponer desde Marx hasta hoy que una sociedad de parias y analfabetos al
servicio del capital, como lo hemos venido siendo desde hace doscientos años y
seguimos siéndolo en cierta medida, tendrá que esperar florecer a su alrededor
los medios técnicos y materiales, políticos y culturales (llamados objetivos y
subjetivos) que le permitan acometer la gran obra del salto histórico
socialista, paso previo al establecimiento del modo de producción llamado
comunista en el mundo. De allí nacen una cantidad de corrientes dentro y fuera
del marxismo, revolucionarios y reformistas, que han querido resolver de una
manera u otra este embrollo irresuelto. En forma muy tempranera ya la primera
internacional a finales del siglo XIX se dividió entre “autoritarios” –los
marxistas- y “libertarios” –los anarquistas- , unos creyendo que las formas
políticas de estado y la propiedad burguesas habrán de desaparecer
progresivamente siempre y cuando la clase obrera tome las riendas del poder, y
los otros afirmando que todo eso: propiedad sobre los medios de producción y el
estado, tendría que acabarse desde las primeras de cambio bajo el impulso de la
revolución social. Desde allí comienza todo el lío de la transición. Más
adelante los reformistas –socialdemócratas- hasta llegaron a decir que el
propio capitalismo, sus virtudes de desarrollo y sus contradicciones internas,
darían al traste por sí solas con el mismo capitalismo, solo hacía falta una
voluntad política en pro de las reformas sociales para que lo aceleraran todo.
Hoy estamos en una situación muy distinta, al menos por dos cosas: primero el
bendito problema del “desarrollo de las fuerzas productivas” –maravilla per se
del capitalismo- parece que no es tal. No sólo por lo nocivo, destructivo y
antivital que ha resultado ser gran parte de dicho desarrollo, sino porque es
totalmente falso que esto sea una cualidad en sí del capitalismo. El
capitalismo en sí lo único que produce es valor, acumulación, ganancia, es
decir, explotación del hombre por el hombre y hambre (la primera en dejar muy
claro esto fue Rosa Luxemburgo: el capital como verdadera barbarie). Ejemplos
por miles hoy tenemos de distintas sociedades (Reinos islámicos, India, China,
Imperio africano) que por muy precapitalistas y supuestamente sumergidas en la
barbarie precivilizatoria fueron sociedades de abundancia y con una fabulosa
capacidad de desarrollo de tecnologías, cultura e infraestructuras. La
tecnología bajo control del capital solo se ha utilizado para mejorar y acrecentar
su maquinaria bélica imperialista, quebrar la resistencia obrera y social, y
acrecentar la productividad del trabajo como producción exclusivamente de
valor. Por tanto, para nada necesitamos de la “inversión de capital”, del
“desarrollo capitalista” para crear las condiciones positivas para una transición
socialista. Hoy en día más bien la impiden, quiebran esa transición posible,
destrozando toda comunidad humana en medio de su barbarie esclavista y
consumista. Veamos nada más lo que la “inversión capitalista” supone hoy en el
norte de México, Brasil y mil lugares del sur del mundo donde más bien estamos
regresando al trabajo esclavo. El conocimiento, la lucha por nuevas relaciones
de producción, la tecnología en sí como producto del ingenio humano, hoy por
hoy son uno de los núcleos centrales de la lucha global de liberación de los
pueblos, una lucha quizás definitiva. El segundo bendito problema es el del
estado-nación, y por negación revolucionaria el del internacionalismo
proletario, la revolución permanente, etc. En esto también estamos viendo una
gran farsa y es el problema del espacio nacional. Por más determinante que aún
suenan y son las realidades nacionales la misma globalización del capital, el
desmoronamiento de las soberanías nacionales, el surgimiento de una suerte de
soberanía imperial del capital mucho mas allá de los clásicos imperialismos, la
formación de dos grandes bloques hegemónicos (euro-norteamericano,
euro-asiático) del capital, hace volar por pedazos las utopías nacionalistas,
mucho más si son socialistas, colocándonos dentro de una obligada “visión de
mundo”-“visión de espacio”, ya no sólo “internacionalista” (la lucha del
proletariado no tiene fronteras) sino donde los límites nacionales, y por ende
del estado nacional, no son más que un referente entre otros del espacio donde
se habrá de pelear y construir esa sociedad socialista. Un referente que
seguramente con el paso del tiempo se irá debilitando de más en más dándole
paso a otra geografía, otra ingeniería y otra arquitectura de las relaciones
humanas, del poder y por tanto, de la revolución socialista.
Quinta premisa: Luego, si el problema de la
transición ya no se puede predeterminar temporalmente como una homologación
progresiva y desigual de niveles de desarrollo, garantía y condición sine qua
non de la revolución anticapitalista, ni se puede ubicar como un transito
espacial de la nación donde se produce la revolución en primera instancia para
luego extenderse hacia otras naciones y otros territorios, por tanto la visión
del problema revolucionario mismo (sus espacios, sus tiempos, sus lugares, sus
sujetos, sus instrumentos, sus tácticas, sus estrategias) necesita cambiar
profundamente. Allí sí es necesario retomar a fondo el problema dialéctico
fuera de todo misticismo, todo finalismo, toda visión teleológica de la
historia, tan caros a las ortodoxias revolucionarias. Al tiempo y el espacio el
propio capitalismo los ha hecho estallar. Para el capital entramos en un mundo
de tiempo cero, vacío, improductivo, letal, donde la ganancia no espera
segundos en hacerse bajo la hegemonía de los monstruos financieros mundiales,
el dinero cibernético y la especulación pura. El espacio capitalista ya no
tiene límites, ni barreras vitales, ni sacralidades naturales a respetar. Todo,
desde los grandes territorios que son tomados para el monocultivo exportador,
hasta las células animales, vegetales, el cuerpo humano, sus enfermedades,
sensibilidades, deseos y reflejos, el subsuelo de la tierra, los mares y
climas, hasta el espacio sideral, entran en sus planes y sus cálculos de
inversión y ganancia. Si el capital es esquizofrénico por naturaleza aquí ya
entró en su mayor locura y sin vuelta atrás. Su problema: como mantener bajo
control sociedades que han de servir como borregos trabajando para semejante
locura, como hacerse de los recursos necesarios para alimentar su máquina
industrial y económica. El problema como nunca para los propios capitalistas y
estados capitalistas se convierte por tanto en un problema estrictamente de
guerra contra la sociedad, lo que produce automáticamente un caos planetario
descomunal y que ya empezamos a vivir. -Ver Caracas-.
Sexta premisa: Ante semejante panorama y si el
problema es realmente el de ubicarnos en una decidida lucha anticapitalista,
pues no nos queda más que situarnos de manera radical en lo que esto implica. Si
queremos recuperar el tiempo y el espacio (nuestros recursos, nuestros
momentos, nuestras tierras, nuestras comunidades) para la felicidad, para la
verdadera resolución de problemas sociales, para el mejoramiento individual y
colectivo, para el poder ser y poder estar dentro de un mundo real y de
relaciones que tiendan a la fraternidad entre pueblos (aún sin paraísos ni
perfecciones santas), necesitamos primero deslastrarnos de los fetiches y las
leyendas de la política burguesa. Sus representaciones, sus mandos, sus
continuos cantos de sirena, su demagogia, su politiquería. El caos va a ser o
es gigantesco pero igual la resistencia de los pueblos. Esa resistencia tiene
que organizarse en términos de tal teniendo como objetivo de su política no los
“derechos” del mundo burgués (su democracia, sus partidos, sus formas de mando y
lo que la rodea) sino la recuperación en primer lugar del valor de uso del
trabajo y de los valores de uso productos del trabajo y la bendición de la
vida: del agua, de la tierra, los recursos naturales e industriales, la
producción de conocimientos. Una lucha sin tregua por la autovaloración del
trabajo (valor del trabajo postulado y defendido por los trabajadores), los
derechos sociales; en fin, la guerra contra la guerra, el terrorismo del
capital y la explotación. Así mismo se trata de una “otra política” que supone
un esfuerzo encomiado a favor de la fabricación progresiva de una sociedad
distinta con claros visos anticapitalistas; articulaciones sociales que
permitan liberar múltiples terrenos productivos y culturales, centrados en el
fin de las relaciones de producción capitalista, la división social del
trabajo, la propiedad privada sobre los medios de producción y la superación
del intercambio de acuerdo al criterio mercantil de la ganancia, la división
entre dirigentes y dirigidos. Eso supone una política que sepa situarse en un
verdadero contexto de guerra y con una lógica de guerra popular y de
multitudes, y no de formalismos jurídicos y políticos desde los cuales “la
política” se queda estancada en el círculo vicioso de la democracia burguesa y los
profesionales (de izquierda y derecha) dedicados a ella. Supone la construcción
de un campo constituyente desde las bases sociales que cubra pequeñas, grandes
e inmensas (continentales) dimensiones territoriales y sectoriales. Supone la
creación de un nuevo federalismo que se apropie de territorios concretos y
desborde los estados nacionales dándole una nueva configuración totalmente
distinta al orden mundial y local de las sociedades y las naciones.
Séptima premisa: Por supuesto esto no implica el abandono
del espacio nacional ni la evasión del problema de estado como tal, ni mucho
menos de los proyectos emancipatorios que toman dicho espacio nacional como un
referente de su propio proceso liberador. Evidentemente que al menos en las
próximas décadas esto seguirá determinado en gran parte las luchas populares en
el mundo (no es lo mismo situarse en una lucha al interno de Sudáfrica o
Argentina que en Irak o en Japón). Pero al mismo tiempo es ya evidente que
dentro de los países del norte central del capitalismo el estado-nacional se ha
convertido en una barrera de hierro a toda voluntad revolucionaria, tanto desde
el punto de vista de la pequeña nación dominada y colonizada a su interno como
desde el punto de vista de los espacios populares que toman la vanguardia de
las iniciativas emancipadoras conjuntas. El nacionalismo progresivo visto como
recuperación de soberanía se despliega básicamente allí donde se confronta el
monstruo imperial norteamericano con las naciones de nuestramérica. Territorio
donde esa polaridad (potencia dominante-países dependientes) aún conserva gran
parte de los sesgos antiguos del clásico imperialismo nacional. En el resto del
sur: Africa, Medio Oriente, Asia, la situación asume un sesgo distinto, donde
el capital se presenta como un todo imperial convirtiéndose en un enemigo en
bloque, aún sufriendo el yugo del hegemonismo bélico norteamericano aún
sobreviviente. Las soberanías nacionales en decadencia (sobretodo en el sur del
mundo) siendo un punto de apoyo, sin embargo constituyen una cartografía
moribunda y como tal un intenso lugar de lucha entre la reconfiguración de la
geografía humana desde el punto de vista del capital y esa misma tentativa
desplegada desde el punto de vista de los pueblos explotados. Allí ya no hay
“estados nacionalistas” sino pueblos entremezclados que luchan por su soberanía
y liberación social. Nuestra batalla necesita por tanto situarse de lleno
dentro de este contexto y sacar las consecuencias estratégicas necesarias,
basadas en esta bipolaridad entre el orden constituido mundial y la
reconfiguración del espacio y de los sujetos por supuesto que viven en él.
Sobre esta base es que comienza a cobrar todo sentido y orden la guerra llamada
de “cuarta generación”, “guerra de multitudes”, “guerra asimétrica”. De aquí se
deduce incluso una nueva visión del problema tecnológico, del desarrollo, del
conocimiento, donde nos es fundamental asumirlo e integrarlo directamente sin
tener que esperar como espectadores de la historia su venida divida por los
mecanismos clásicos de la inversión capitalista. La tecnología en su cualidad
postfordista como mecanismo genérico de control informático y comunicacional de
las sociedades al mismo tiempo se difunde en un espacio global y diverso sin
esperar de “etapas de desarrollo”. Integrar de lleno toda la ciencia posible,
su lectura “humana”, “cosmológica”, la reinvención de la misma a la luz de los
procesos liberadores, activando todos los mecanismos posibles para su
democratización, pareciera ser uno de los centros estratégicos más importantes
de esta nueva guerra de liberación tanto desde el punto de vista de las
vanguardias activas como las naciones desde donde emanan con fortaleza los
procesos de resistencia más significativos hoy en día.
Octava premisa: Obviamente hablar en estos términos
implica como siempre el desarrollo de polos organizados de resistencia y lucha
que sirvan de marcos de referencia dentro de la batalla por venir. El
desplazamiento de la izquierda revolucionaria desde el orden de partidos y
organizaciones sociales afines hacia lo que son las nuevas vanguardias
político-sociales, donde privan los valores democráticos y autonómicos propios
a la lucha popular, marca y marcará de alguna manera todo el horizonte de la
izquierda en los años venideros. El “poder” hoy en día se ha hecho mucho mas
difuso, aunque siga concentrado simbólicamente en las figuras mandatarias de
estado. En realidad vivimos un tiempo donde aún las más irreverentes,
progresivas y poquísimas de estas figuras y poderes son permanentemente desbordados
por la presión de un orden de mundo enteramente capitalista y dirigido por
capitalistas (el gobierno de Bush es el mejor ejemplo de esta fusión). Los
gobiernos nacionales mucho es lo que hacen o harían si al menos juegan a favor
de las luchas de resistencia, democratización y justicia social que emergen de
la sociedad. Es el caso de lo que tenemos acá en Venezuela, que ni siquiera lo
podemos confundir con la totalidad del gobierno, mucho menos del estado. El
“gobierno revolucionario” en nuestro caso es casi una figura borrosa que se
expresa primordialmente en la persona del presidente y la capacidad de
conducción directa que en él reside. Pero ya se ha convertido en una absurda
utopía burocrática pedir que dichos gobiernos además hagan las veces de
dirigentes y constructores de esa “otra sociedad” socialista aunque así lo
quieran. Los poderes a la altura de dicha tarea hoy por hoy rompen con toda
lógica de estado ubicándose dentro del marco del “no-estado” (volvemos al lema
de
Novena premisa: Luego, visto desde el punto de
vista estratégico comienza a tener todo sentido hablar del “socialismo del
siglo XXI”, bajo el entendido que el socialismo como opción de sociedad supone
desde su nacimiento un mismo postulado programático que se va enriqueciendo y
complejizando con el tiempo y el espacio en que se lucha. Es decir, el programa
socialista –comunista, democrático, revolucionario- que comienza a tomar forma
a comienzos del siglo XIX es esencialmente el mismo hoy en día y lo será
mientras perdure el capitalismo en el mundo. El problema es cómo lo vamos
conquistando y qué características asume ese socialismo desde las
singularidades temporales, territoriales y sociales en que peleamos por él. Como
corriente histórico-social hemos reivindicado el “socialismo nuestroamericano”
desde la premisa “indoamericana” o “indoafroamericana” fundada por Mariátegui
en los años veinte del siglo pasado, situándonos obviamente en el contexto de
“Nuestra América” (de acuerdo con José Martí,
Décima premisa: Ese nuevo “estado” sin estado por
crearse como todo “modo de producción” que se forja en un devenir histórico muy
contradictorio a muchos les gusta dividirlo entre espacios y tiempos
sincrónicos y espacios y tiempos diacrónicos de realización. Quizás ese tiempo
y ese espacio “sincrónico” le pertenezca aún a las realidades nacionales como
punto de despliegue y de “sincronización” tanto de las luchas proletarias como
de la posibilidad de profundizar la propia crisis del poder capitalista e
imperial en regiones de dichos estados (como pasa hoy en México por ejemplo) o
en la totalidad de ellos. Lo que vemos ocurrir en Venezuela, Bolivia y ahora
probablemente en Ecuador, donde la ascensión de gobiernos democratizantes,
constituyentes, socializantes, justicieros, no hacen mas que ahondar la crisis
de los propios estatus de poder y del estado burgués en su conjunto, aunque no
sean ellos mismos ninguna salida definitiva a los problemas de fondo
planteados. Más bien se convierten por sus propias limitaciones estructurales
en una barrera a superar con el tiempo. El caos social y natural, el hambre, la
migración poblacional, al cual nos empuja la misma globalización del capital,
en un momento dado vuelve a estos gobiernos en unos perfectos incapaces para
responder a los dramas que vivimos. Casi un “objeto de odio” como pasa con la
burocracia en Venezuela, incluso suponiendo la mejor de las voluntades en parte
de ella. Y no porque sean “reformistas” –aunque así sea-, como mucho ultrismo
de izquierda quisiera ver, sino porque no existe poder nacional (socialista o
como se llame) y menos en el sur del mundo que pueda responder y dar salida
nacional a ese caos global del capital. Hay por tanto una lógica de izquierda,
si requiere más clásica, más “partidaria” y acorde al legado histórico que
traemos del siglo XX, que necesita al menos situarse en esta dimensión de
sincronización nacional a sabiendas de sus insuperables limitaciones. ¿Para qué?,
básicamente para abrir procesos dentro de esta dimensión nacional que limiten
la acción represiva del estado, debiliten las estrategias imperialistas de
control, intervención y guerra, liberen espacios y derechos democráticos,
ayuden a desarrollar políticas de redistribución de la riqueza y apuntalen procesos
de reapropiación social de los medios de producción. Pero esta izquierda morirá
en el intento si no se acompaña a sí misma de una lógica “diacrónica” que desde
lo micro-local, desde lo más profundo del subsuelo social, hasta lo mas lejos y
amplio que logre fugarse su hacer y su mirada, se presente de lleno como un
contrapoder no limitado nacionalmente, ni atado a las objetivos, las formas y
los tiempos que soortan el dominio del orden burgués. Que estratégicamente vaya
prefigurando experiencias y puntos de fuerza enteramente socialistas o como se
guste llamarlos. Nosotros prevemos el espacio nuestroamericano como
territorialidad simbólica, espiritual y concreta para dicha tarea, pero
consideramos que esto es un reto universal. Y es muy seguramente por estos
confines políticos donde se irán moviendo las mayores fuerzas creativas de lo
que será el movimiento revolucionario mundial en las próximas décadas.
Infinidad de problemas, una cantidad de situaciones y atajos impensados, formas
de lucha que jamás imaginamos, irán apareciendo en la medida en que esa
dinámica diacrónica se expanda e incluso vaya quitándole peso y razón de ser a
las clásicas estrategias nacionales. Constatamos finalmente que el gran problema
de toda estrategia para el socialismo en el siglo XXI, tiende a concentrarse en
cómo descifrar esa “dirección dual” (sincrónica y diacrónica, nacional y multiespacial,
una dirección centrada sobre lo político-formal y otra sobre los tiempos y espacios
de vida y lucha que ya no participan del orden del capital) que de alguna
manera nos impone la realidad capitalista mundial como la resistencia de los
pueblos.