A Emeterio Gómez

No sabemos si Emeterio Gómez comparte las ideas de Karl Popper, teórico de la ciencia; si así fuese, su afirmación de que el marxismo “no es ninguna obra científica” se cae por su propio peso. En su artículo de El Universal del 29-04-07, Gómez dice: “son las tesis marxistas básicas las que son falsas” y Popper asegura que lo que caracteriza a una tesis científica es su “falsabilidad”. Dice además Popper que mientras más refutaciones experimente una tesis más solidez científica adquiere. Entonces, lo que Gómez aduce contra el marxismo más bien lo reivindica, al menos desde el punto de vista popperiano. Es decir, si se puede afirmar del marxismo que sus tesis son falsas, el marxismo es una ciencia.

Ahora bien, con Emeterio Gómez nunca se puede saber si argumenta desde posiciones lógicas, pues, básicamente, hace afirmaciones dogmáticas, sin mayor fundamentación. Acusa reiteradamente al marxismo de inconsistencia (¿lógica?), de que sus tesis (“teoría del valor”, “teoría de la plusvalía” y “teoría de la explotación”) son falsas y, de ahí, concluye que Marx “no entendió qué era el capitalismo” y que por eso “fracasaron el socialismo soviético y el cubano y fracasará el «nuestro»”.

Lo que realmente hace es despotricar de Marx, de su obra y de los procesos revolucionarios socialistas, desde una posición de “autoridad”, que le da su condición de profesor universitario, sin aportar verdaderos elementos para una discusión enriquecedora, para un debate crítico. El único argumento que promueve discusión es el de que “el trabajo contenido en las mercancías ¡nada tiene que ver con el valor de éstas! Que dicho valor depende de la escasez relativa”.

En este aspecto, es admirable cómo una obra, El capital de Marx, siglo y medio después de publicada, siga siendo atacada con los mismos deleznables argumentos que se usaron en aquella época. Tanto Adam Smith como David Ricardo, los principales representantes de la economía política que Marx criticó, al indagar sobre la fuente del valor, le atribuían a la escasez un papel en la creación de valor, pero ellos no descartaban el trabajo como otra fuente de valor. El único avance que parece dar Emeterio Gómez es el de descartar por completo al trabajo y reducir el origen del valor solamente a la escasez, aunque realmente lo que hace es acogerse a las tesis de los teóricos de la utilidad marginal.

La idea de escasez es el núcleo de la definición neoliberal de la economía, definición que por cierto se ha hecho prácticamente oficial en las universidades, debido a la dependencia intelectual con respecto a los textos universitarios norteamericanos, por ejemplo, la Economía de Samuelson. En ese texto, Samuelson define la economía como el estudio de la manera en que las sociedades utilizan los recursos escasos para producir mercancías valiosas y distribuirlas entre los diferentes individuos. El premio Nobel norteamericano de Economía no respalda la afirmación de que los recursos son escasos, simplemente lo da por sentado, como si se tratase de una ley natural.

Marx advirtió que la ciencia burguesa procura hacer pasar por leyes naturales, lo que no son más que fenómenos políticos o históricos. En ese sentido, la escasez, a juicio de los economistas burgueses o políticos, es una ley de la naturaleza, que vendría a justificar la competencia, como mecanismo de asignación de los bienes económicos, las mercancías. Pero, la naturaleza no es originalmente una mercancía, se convierte en mercancía al surgir el comercio. Sin embargo, no todos los recursos naturales terminan siendo mercancías, ni siquiera en la etapa de mayor desarrollo del capitalismo: el aire que respiramos, por ejemplo.

Ahora, decir que los recursos son por naturaleza escasos es contrariar la más palpable realidad: la vida existe porque existen las condiciones que la hacen posible. La existencia de seres vivos sería un contrasentido, si la naturaleza fuese mezquina en la entrega de los elementos que la hacen posible. La escasez viene a ser un fenómeno provocado por determinado régimen económico, no solamente debido al acaparamiento, sino a la forma en que la economía capitalista opera, agotando las fuentes de riqueza, por su consumo abusivo o por su contaminación o degradación, que afecta, como dice Marx, la tierra y el hombre.

Si el capitalismo sigue avanzando en la destrucción ambiental, la escasez será una realidad, no natural, sino provocada, y se llegará al contexto en el que tenga plena vigencia la definición neoliberal de economía. Pero, ni siquiera en ese contexto, será la competencia la mejor solución al problema de la distribución de los recursos. Estados Unidos lo está viviendo en carne propia, por los costos de guerra que debe desembolsar, para asegurarse el abastecimiento de la materia prima energética petrolera que le es indispensable. Ya estudiosos como Michael Klare[1] han dicho que es preferible desarrollar instancias internacionales que administren los hidrocarburos, para equilibrar los intereses de productores y consumidores.

En resumen, si las tesis del marxismo son falsas es porque se trata de una teoría “falsable” y por lo tanto científica, contrariamente a lo que afirma Gómez. Pero, a juzgar por la debilidad del argumento principal esgrimido en contra, en realidad, se trata de una teoría valedera, especialmente en cuanto a que el trabajo es la fuente del valor. Otra cosa es que Marx no reivindica para sus ideas la calidad de científicas, no al menos en el sentido que tiene la ciencia para la racionalidad occidental.

Para Marx era claro que el capitalismo instrumentalizaba la ciencia al servicio de sus intereses de explotación y acumulación. Por eso hizo de la crítica la ciencia del marxismo; no en el sentido filosófico que le da Kant a la palabra, sino en un sentido revolucionario, como herramienta para desenmascarar las patrañas de la ciencia burguesa, la economía política, que se refleja en el subtítulo de El capital: “Crítica de la economía política”. Ciencia era, para Marx, ese proceso de criticar la economía política, o burguesa, como también la llama, a fin de demostrar que es una construcción teórica amañada, una explicación ideológica de la economía capitalista, que oculta las verdaderas fuentes de la riqueza, como trata de hacer Gómez, cuando afirma que es la escasez y no el trabajo lo que produce valor.

En esto tampoco es consistente Gómez, pues se burla de quienes igualan al trabajo manual y al intelectual como fuente de valor, para defender su posición de intelectual, cuando debería más bien afirmar que ni uno ni otro crean valor, que todo proviene de la escasez. Acostumbra a usar el contraste entre un chichero y un profesor, para caricaturizar la idea, acostumbrado como parece que está a subestimar la capacidad de razonar de sus interlocutores. Pero, el desgaste corporal de un obrero es mayor que el de un profesor, de modo que las diferencias de remuneración no se explican por el desembolso que debe hacerse para reponer las energías de uno y otro, sino por una organización social clasista, que trata a los trabajadores del músculo y a los del intelecto de forma discriminatoria, en un proceso en el cual, los privilegios del profesor están directamente relacionados con las penurias que se les imponen a los obreros. Pero esta desigualdad no la va a reconocer un abogado del capitalismo, que esté buscando hacer méritos ante el capital que se le traduzcan en privilegios personales y los hace justificando un sistema económico explotador.


[1] Klare, Michael. Guerras por los recursos. España, Urano, 2006.



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Luis Vargas


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