Marx advirtió la necesidad de alcanzar una cabal comprensión del capitalismo, como paso previo, que permitiera convencer a las organizaciones de los trabajadores de la importancia de su lucha y, posteriormente, facilitara la construcción del modo de producción alternativo, socialista, que redimiera a los pueblos de las cadenas de la explotación. Cumplió la tarea con tanta solvencia y rigor, que todos los esfuerzos de los factores reaccionarios se han estrellado con el sólido y monumental edificio que es su obra cumbre: “El capital. Crítica de la economía política”, cuya publicación marcó un hito definitivo en la historia de las ideas de la época moderna.
Como todo verdadero gran hombre, Marx debe ser reconocido no solamente por sus frutos intelectuales, sino también por su excepcional condición humana. Se entregó en cuerpo y alma a la investigación y a la escritura y sacrificó a su tarea la salud y la comodidad, sin que por ello dejara de tener una vida familiar ejemplar y una relación con su mujer y sus hijos digna de admiración. Igualmente fueron fraternales y admirables sus relaciones con los obreros y los luchadores revolucionarios de su época, aunque se mostraba implacable con los adversarios, especialmente en el terreno de las ideas, cuando consideraba que estaban tergiversando el buen rumbo de las organizaciones y confundiendo la orientación de las luchas.
En este sentido, fue un polemista agudo y dotado de una excepcional capacidad para la ironía y el sarcasmo, que refutaba con certera precisión los argumentos y soportaba con singular erudición sus proposiciones, citando autores antiguos y modernos, en una colosal muestra de rigor investigador e insaciable voracidad lectora.
El mundo del trabajo, es decir, los trabajadores de la industria, emblemáticos del escenario capitalista en que vivimos, le deben a él la más completa doctrina de su proceso emancipador, pero, su alcance va más allá, porque la superación del capitalismo es hoy un asunto de vida o muerte para la humanidad en su conjunto.