Hace 10 años, cuando algunas personas y yo hablábamos de la decadencia de Estados Unidos en el sistema-mundo, a lo sumo nos topábamos con sonrisas de condescendencia ante nuestra ingenuidad. ¿No era Estados Unidos la única superpotencia, involucrada en cada uno de los rincones más remotos de la Tierra, haciendo lo que quisiera casi todo el tiempo?
Ésta era una visión compartida a todo lo ancho del espectro político.
Hoy, la visión de que Estados Unidos está en decadencia, en seria decadencia, es
una banalidad. Todo el mundo lo dice, excepto algunos políticos estadounidenses
que temen ser culpados por las malas noticias de la decadencia si la discuten.
El hecho es que prácticamente todo el mundo cree hoy en la realidad de esa
decadencia. Sin embargo, algo que está menos discutido es cuáles han sido y
serán las consecuencias en el mundo de esta decadencia. La decadencia tiene
raíces económicas que siguen su curso. Pero la pérdida del cuasi monopolio del
poder geopolítico que Estados Unidos ejerció alguna vez tiene consecuencias
políticas importantes en todas partes.
Empecemos con una anécdota contada en la sección de Negocios del New York Times
el 7 de agosto. Alguien que gestiona inversiones en Atlanta apretó el botón de
pánico en nombre de dos acaudalados clientes que le dijeron que vendiera todas
sus acciones y que invirtiera el dinero en un fondo común de inversión más o
menos blindado. El gestor dijo que, en los 22 años que llevaba en el negocio,
nunca había recibido una petición como ésa. Era algo sin precedentes. El
periódico le llamó a esto el equivalente “Wall Street” de la opción nuclear. Iba
en contra del consagrado consejo tradicional de asumir un enfoque firme y
constante conforme se avanza ante los vaivenes del mercado.
Standard & Poor’s ha reducido su calificación crediticia de Estados Unidos de
AAA a AA+, también algo sin precedentes. Pero esto fue una acción bastante leve.
La agencia equivalente en China, Dagong, ya le había reducido la credibilidad
crediticia a Estados Unidos en noviembre pasado a A+, y ahora se le redujo a A-.
El economista peruano Oscar Ugarteche ha declarado que Estados Unidos es una
república bananera. Dice que Estados Unidos ha optado por la política del
avestruz para no espantar a las expectativas (de crecimiento).
Y en Lima, la semana pasada, los ministros de finanzas de los estados
sudamericanos, reunidos, han discutido urgentemente cómo aislarse de la mejor
manera ante los efectos de la decadencia económica de Estados Unidos. El
problema para todo el mundo es que es muy difícil aislarse de los efectos de la
decadencia estadounidense. Pese a la severidad de su decadencia económica y
política, Estados Unidos continúa siendo un gigante en el escenario mundial, y
cualquier cosa que pase ahí sigue provocando grandes olas en todas partes.
Con toda certeza, el impacto más fuerte de la decadencia estadunidense ocurre y
seguirá ocurriendo al interior de Estados Unidos. Los políticos y los
periodistas hablan abiertamente de la disfuncionalidad de la situación política
estadounidense. ¿Pero qué otra cosa puede ser sino disfuncional? El hecho más
elemental es que los ciudadanos estadounidenses están aturdidos por el mero hecho
de la decadencia. No es sólo que los ciudadanos estadounidenses sufran ellos
mismos, materialmente, por la decadencia, y que estén profundamente asustados de
que sufrirán más conforme el tiempo avance. Es que habían creído a nivel muy
profundo que Estados Unidos es la nación elegida, designada por Dios o la
historia para ser el país modelo en el mundo. El presidente Barack Obama sigue
tratando de tranquilizarlos diciendo que Estados Unidos es un país triple A.
El problema para Obama y para todos los políticos es que muy pocas personas
siguen creyendo eso. El golpe al orgullo nacional y a la imagen propia es
formidable, y es también muy repentina. El país está tomando muy mal este golpe.
La población busca chivos expiatorios y ataca muy a lo loco, y no con demasiada
inteligencia, a los supuestos culpables. La última esperanza parece ser que
alguien sea culpable, y como tal el remedio sea cambiar a las personas con
autoridad.
En general, las autoridades federales son vistas como las que hay que culpar: el
presidente, el Congreso, ambos partidos principales. La tendencia es muy fuerte
hacia tener más armas a nivel individual y a ejercer un recorte del
involucramiento militar fuera de Estados Unidos. Culpabilizar de todo a la gente
de Washington conduce a una volatilidad política y a luchas intestinas locales
cada vez más violentas. Estados Unidos es hoy, diría yo, una de la entidades
políticas menos estables en el sistema-mundo.
Esto hace de Estados Unidos no sólo un país cuyas luchas políticas son
disfuncionales, sino uno que es incapaz de consolidar mucho poder real en la
escena mundial. Entonces, hay una caída importante en la fe en el país, y en su
presidente, por parte de los aliados tradicionales de Estados Unidos fuera y por
la base política del presidente en casa. Los periódicos están llenos de análisis
de los errores políticos de Obama. ¿Quién puede argumentar con esto? Con suma
facilidad, yo podría enlistar docenas de decisiones que Obama hizo, y que desde
mi punto de vista fueron equivocadas, cobardes o algunas veces directamente
inmorales. Pero me pregunto si, de haber tomado las mucho mejores decisiones que
su base supone que debió tomar, habría habido mucha diferencia en el resultado.
La decadencia de Estados Unidos no es el resultado de decisiones pobres por
parte de su presidente, sino de las realidades estructurales en el
sistema-mundo. Obama puede ser el individuo más poderoso del mundo todavía, pero
ningún presidente estadounidense es tan poderoso hoy como los presidentes de
antaño.
Hemos entrado en una era de agudas, constantes y rápidas fluctuaciones –en las
tasas de cambio de las divisas, en las tasas de empleo, en las alianzas
geopolíticas, en las definiciones ideológicas de la situación. El grado y
rapidez de estas fluctuaciones conduce a la imposibilidad de contar con
predicciones de corto plazo. Y sin alguna estabilidad razonable en las
predicciones de corto plazo (tres años más o menos) la economía-mundo se
paraliza. Todo el mundo tendrá que ser más proteccionista e introspectivo. Y los
estándares de vida bajarán. No es un cuadro bonito. Y aunque hay muchos, muchos
aspectos positivos para muchos países a causa de la decadencia estadounidense, no
hay certeza de que en el loco bamboleo del barco mundial, otros países puedan de
hecho beneficiarse como esperan de esta nueva situación.
Es tiempo de un análisis de largo plazo mucho más sobrio, de juicios morales
mucho más claros acerca de lo que el análisis revela, y de acciones políticas
mucho más efectivas en el esfuerzo, en los próximos 20 o 30 años, para crear un
mejor sistema-mundo que en el que estamos atorados ahora.