Hace ahora más o menos dos años que los mercados, léase los demás gobiernos europeos al dictado de la gran patronal y de la banca, impusieron las primeras reformas y medidas severas de recortes que llevó a cabo Rodríguez Zapatero.
Se dijo entonces que eran las imprescindibles para cambiar el rumbo peligroso que tomaba la economía española y que el sacrificio que suponían se vería compensado porque con ellas saldríamos de la crisis.
Muchos afirmamos que no sería así, porque no se conocía caso alguno en la historia de economías que hubieran salido de situaciones parecidas por el camino de recortar gasto y de imponer frenos a la actividad de las empresas y al consumo, que era lo que se imponía a España.
No se puede decir que nos descalificaran mucho, porque las voces mayoritarias que se asientan en tertulias y en las tribunas de los medios simplemente resuelven la discrepancia por el fácil expediente de no darla por existente. La opinión dominante se hace eco de lo que dictan los focos de poder y suele ser con ello suficiente. Pero el tiempo ha pasado ya y ahora podemos comprobar desde la distancia el efecto real que han tenido aquellas medidas que se decía que eran las que había que tomar “para salir de la crisis”.
Se pusieron en marcha urgentemente porque la prima de riesgo, que a primeros de junio estaba a 170, se consideraba desorbitada. Pero en los últimos días hemos llegado a los 575.
Se justificaron también porque la deuda era demasiado elevada. Pero la de las administraciones del Estado al finalizar el segundo trimestre de 2010 era del 56,6% del PIB y dos años después supera el 72%.
Ha habido dos reformas laborales que, naturalmente, se presentaron como las medidas que volverían a crear empleo. Pero hoy la tasa de paro es casi cinco puntos más elevada.
Se han dado todo tipo de ayudas a los bancos, se han hecho reformas financieras afirmando que con ellas volvería a fluir el crédito e incluso a bajar los precios de las viviendas. Pero nada de eso ha ocurrido.
Se ha debilitado, como nunca antes en democracia, la capacidad de negociación de los trabajadores, se han reducido los costes del despido y se han dado todo tipo de facilidades a los empresarios, pero las empresas siguen cerrando por cientos.
Se han recortado derechos de pensionistas, se ha reducido la financiación de los servicios públicos, pero ni siquiera eso ha permitido, como decían, que aumente la actividad económica o, como acabo de señalar, que baje la deuda.
Lo que ha sucedido en estos dos años últimos de aplicación continuada de reformas y recortes ha sido que nuestro PIB per capita se ha situado por debajo de la media europea, lo que no había ocurrido desde hace diez años.
Y no solo ha disminuido la riqueza monetaria que mide el PIB sino que han empeorado realmente las condiciones de vida de la inmensa mayoría de las personas. La pobreza ha aumentado considerablemente hasta llegar a afectar, en 2011, al 22,2% de los hogares españoles, dos puntos más que en 2009, y lo que hace pensar que ha seguido subiendo (Cáritas, “Exclusión y Desarrollo Social. Análisis y Perspectivas 2012).
Como se indica en este informe, ahora hay más pobres y son más pobres que el año pasado y eso está íntimamente relacionado con el incremento de la desigualdad que se ha producido también como consecuencia de la aplicación de las medidas de recortes y que ya es casi cinco veces mayor que la media de países de la Unión Europea, sin que esto parezca preocupar a nuestros gobiernos. Como tampoco parece que le llame la atención que ya haya en España 205.000 niños en situación de pobreza según el estudio La infancia en España 2012-2013. El impacto de la crisis en los niños, de UNICEF.
Las medidas de austeridad que se vienen tomando (que en realidad no son de racionalización inteligente del gasto sino simplemente de pérdida de impulso público y freno a la actividad) son completamente inútiles para resolver los problemas que tiene nuestra economía. Es una evidencia que las políticas impuestas no han conseguido que vuelva a fluir el crédito, ni que se cree empleo, ni incluso que se reduzca la deuda, porque al deprimir la actividad disminuyen los ingresos fiscales. Y, como es igualmente evidente, tampoco sirven para disminuir la prima de riesgo. Son un fracaso, salvo en un aspecto que es lo que se quiere ocultar: llevan inexorablemente a la declaración de default, de impago y, por tanto, de rescate a lo grande que es lo que se viene buscando por los acreedores europeos.
La insistencia en aplicar medidas que producen los efectos contrarios a los buscados y que llevan a una situación peor que la inicial no puede entenderse, salvo que se busque precisamente lo que no se dice. Es decir, que se quiera provocar lo que dicen que quieren evitar, esto es, la intervención en toda regla de nuestra economía. Algo que puede ser ya irremediable si no se da pronto un golpe en la mesa de las autoridades europeas, sabiendo que Alemania sería posiblemente la economía que peor parada saldría a medio plazo de una desarticulación de la zona euro.