El ataque
especulativo sobre algunos países europeos como España y Grecia ha puesto de
relieve la dramática actualidad de una crisis que los mandatarios tratan de dar
por finalizada. Pero, sobre todo, ha servido para revelar una vez más que ni
siquiera unos simples remiendos son posibles en el marco del capitalismo
neoliberal de nuestros días.
Desde que reconocieron la crisis en el verano de 2007 las únicas medidas
aprobadas han sido de carácter paliativo y han requerido un desembolso
millonario que ha provenido fundamentalmente de las arcas públicas. Y, a pesar
de las promesas lanzadas en las primeras páginas de los periódicos, no se ha
llevado a cabo ninguna reforma estructural que pretenda evitar una nueva
crisis. Para ocultar esta evidencia, que revela la falta de compromiso con la
erradicación de los problemas de fondo que han generado la crisis, la atención
general se ha desviado en todo momento hacia problemas de segundo orden, como
la Gripe A, que ha servido como cortina de humo para esconder la negligencia
financiera de quienes gobiernan.
Más de dos años y medio después se nos repite incesantemente como otra mentira
de gran calado que la crisis ha terminado. Habríamos presenciado, según esta
visión, un fenómeno pasajero producto de un cúmulo de circunstancias no
deseadas aunque prácticamente azarosas, y resuelto gracias a la eficacia de las
medidas económicas aplicadas. Todo con tal de no reconocer que estamos ante una
crisis más de carácter estructural, aunque esta es especialmente grave y sistémica,
que está imbricada en el funcionamiento mismo del capitalismo contemporáneo,
esto es, del capitalismo que se ha llamado financierizado.
Por eso es que no pueden hacer nada para cambiar las bases de este capitalismo
financierizado. La disociación entre la actividad financiera y la actividad
productiva continúa acrecentándose, y mientras las finanzas recuperan su salud
con la misma velocidad a la que se le inyectaron ingentes cantidades de dinero,
la economía real sigue resintiéndose gravemente con altos índices de desempleo
y bajo crecimiento económico. O se acaba radicalmente con eso, o se sufre con
todas sus consecuencias.
Para quienes invierten en los mercados financieros la situación continúa siendo
excelente. Las subidas de la bolsa y las consecuentes ganancias en la
compra-venta de acciones y el reparto de dividendos, y las actividades
especulativas de los inversores financieros (en especial los fondos de alto
riesgo como los que atacaron a España y Grecia hace unos días) siguen
ofreciendo altos niveles de rentabilidad. El casino se mantiene abierto.
Pero la contraparte continúa sufriendo los mismos e innumerables problemas de
siempre y con unos fundamentos muy débiles. La economía real sigue sin levantar
cabeza y el paro aflige a millones de personas, mientras el débil crecimiento
económico no invita a esperar una pronta mejora en dicha situación. Las arcas
públicas se han vaciado y las deudas de los Estados amenazan con recortes
presupuestarios que deteriorarán aún más los precarios sistemas públicos.
Aprovechando esta coyuntura y ante la falta de fuerza de la izquierda política
y social, una nueva estrategia neoliberal está en ciernes y la Unión Europea
–un organismo altamente antidemocrático- es la correa de transmisión que
servirá para imponer a los diferentes países su visión dogmática y errada de la
economía. Grecia ha sido el primer país en tener que acometer unos ajustes
claramente regresivos, pero sin duda detrás del país heleno vendrán muchos
otros más. Estamos presenciando la restauración del neoliberalismo, pero en una
versión mucho más salvaje de todas las que habíamos visto hasta ahora en
Europa.
Y, parece obvio decirlo, pero si las bases de este capitalismo financierizado
se mantienen actualmente tan firmes, entonces estamos asistiendo también a una
verdadera huída hacia delante que no hará sino posponer la llegada de una nueva
crisis, esta vez mucho más fuerte. Una crisis que se cebará una vez más y,
sobre todo, con los más desfavorecidos. Una crisis que no será sino la segunda
parte de la actual, de la que se está huyendo sin mirar cómo.
Una vez más hemos de señalar que la única respuesta al renovado tsunami
neoliberal que se avecina es la unión de todos los sectores y movimientos
progresistas y la más amplia movilización intelectual y social para dar
respuestas en todos los frentes a las agresiones laborales y humanas que
se están cocinando una vez más, aunque ahora con fuerza quizá inusitada.