Ricky Mendoza, era uno de los más entusiastas guarimberos del municipio. Tenía una moto de alta cilindrada y muy moderna. Se movía entre los escombros, cauchos quemados, desperdicios sólidos y postes tumbados, como si anduviera en un brioso caballo. Sus compañeros lo admiraban. Era arriesgado y a la hora de formar guarimba, era el primero en estar presente y hasta colocar, a medianoche o de madrugada, él mismo los obstáculos para cerrar las calles y luego esconderse y esperar que vinieran los otros para formar el bochinche y así impedir el libre tránsito, violando lo establecido en la Constitución Nacional. Pero a Ricky no le importaba eso, ni mucho menos sabía que decía la Carta Magna, pues nunca la había leído.
A Ricky Mendoza, no se le conocía oficio o qué trabajo ejercía, sólo se sabía que había aparecido por ahí, con el fin de llevar aquellas protestas “pacíficas”, que se realizaban en cierta parte de municipio, donde habían quemados instituciones públicas y hasta se habían degollados motorizados por la guaya que atravesaban en las calles.
Pero un día Ricky, en vista de que hacían falta unas bombas molotov, se montó en su caballo de hierro y en veloz carrera fue a buscarla, con tan mala suerte que se estrelló contra un poste y ahí perdió la vida…
¿Qué te parece Ricky?, le preguntó el diablo.
El Guarimbero aún sorprendido, viendo a todas aquellas personas, acostada sobre colchones de candela, otras guindando por los testículos y otras introducidas entre tambores de estiércol lleno de gusanos, donde solo sobresalían las cabezas; respondió: “A mí me parece señor Satanás que esto que estoy observando es mucho castigo para un hombre por mucho mal que haya hecho”.
El rey de las tinieblas, soltó una larga carcajada y le volvió a preguntar:
- ¿Te parece, Ricky, que es mucho castigo todo esto?
- Si, dijo el guarimbero.
Y fue ahí que el diablo sonriendo le dijo: Pues no, amigo, esto que ve no es ningún castigo, esta es la sala de recreación del infierno, así que prepárese.