Cuando la Central de Inteligencia Americana (CIA) definió la Guerra Fría como la “batalla por la conquista de las mentes humanas”, se dedicó a estudiar y fundir las neurociencias con la narrativa.
Los laboratorios imperiales de guerra psicológica saben (por los descubrimientos de las neurociencias) que cuando el cerebro humano recrea una historia (y si es narrada con todos los recursos audiovisuales es más poderosa), esta se transforma de inmediato en una vivencia que puede marcar el resto de la vida.
En consecuencia, toda la industria cultural y maquinaria de entretenimiento se puso al servicio del capitalismo a fin destruir o desprestigiar cualquier referencia positiva hacia el comunismo.
Hoy en pleno siglo XXI, la industria cultural y de entretenimiento imperial –el mayor productor de contenido del planeta – continúa construyéndonos, describiéndonos una realidad que influye en la percepción, la vida emocional y política de millones de personas en el mundo.
La Revolución Bolivariana (el socialismo, el imaginario Chávez, la utopía) debe construir una política-acción de grandes dimensiones para la conquista de la subjetividad, del imaginario, y el modo de vida para cada segmento sociodemográfico de la población.
Es un error subestimar y no evaluar autocríticamente la irracional -obsesiva- empatía bélica que muestra un pequeño sector de la juventud (incluye niños y adolescentes) por la agresión del imperio, al que ven como el héroe anticomunista.
Por ello no es casual el enfermizo afán de los ¿líderes? opositores de retratarse con presidentes o funcionarios imperiales.