Ya antes de que Hugo Chávez ganara las elecciones presidenciales de 1998, sectores de la derecha se habían propuesto evitar que se materializara un triunfo que lucía indetenible; más, como sabemos, tal pretensión no cuajó.
Luego, ya instalado en Miraflores, el Comandante Chávez, durante los 14 años en los que estuvo al mando de la nación, fue sometido a un acoso permanente para derrocarlo, a fin de contenerlo en su propósito de establecer las bases estratégicas del proyecto político que significó, qué duda cabe, un cambio revolucionario de las relaciones de poder preexistentes en nuestro país por más de doscientos años.
En ese infructuoso esfuerzo participaron, coaligados, factores externos, con el imperialismo estadounidense a la cabeza, la derecha internacional, los organismos financieros multinacionales y toda la caterva de instituciones (llámese ONGs, medios de comunicación, agencias de inteligencia, etc.) que le sirven de sostén en sus afanes de dominación; y los factores internos, liderados por la burguesía apátrida, junto con la llamada meritocracia petrolera, la oposición política tradicional y sus grupos derivados, la mediática privada local, la jerarquía eclesiástica católica, la desacreditada burocracia sindical, la “exquisita” dirigencia académica y cultural y grupos antipatrióticos de la oficialidad militar, etc.
Para derrocar a Chávez apelaron a todas las mañas y artimañas, habidas y por haber, a saber: golpe de estado, paros petroleros y empresariales, manipulación mediática, guarimbas, intentos de magnicidio, saboteo económico, guerra psicológica, pronunciamientos de militares activos y retirados, acciones con paramilitares colombianos, llamados a abstención electoral, presión política y financiera internacional, amenazas imperiales, etc., en fin, de las más diversas iniciativas, convencionales algunas, rocambolescas y tiradas de los pelos otras, pero todas con resultados vanos e infecundos.
Estos opositores externos e internos, en vez de ocuparse en construir una oposición política seria, una alternativa a la par del formidable contrincante político que resultó ser el líder de la revolución bolivariana, se dedicaron fue a transitar por los atajos de la improvisación y de la desesperación, con lo cual sólo consiguieron cosechar derrota tras derrota.
Mientras ello acontecía, Chávez estaba enfocado en levantar su proyecto bolivariano de nueva sociedad y, con sabia visión, en edificar una nueva geopolítica internacional que sirviese de contención a los previsibles embates que el imperialismo emprendería en contra del país contentivo de las más apetitosas riquezas presentes en su suelo y sobre todo en el subsuelo venezolano.
Por ello, tras la derrota histórica que Chávez le propinó, al imperialismo, haciendo gala de su inescrupulosa soberbia, no le quedó otra salida que inducirle una enfermedad letal con tal de quitarlo del medio e impedir que su impronta transformadora y libertaria continuara irradiándose entre los pueblos nuestroamericanos.
Tenía el convencimiento el imperialismo y sus secuaces internos que el sustituto del Comandante sería pasto fácil para sus ansias de retomar el control del país, pero, el caso, es que Nicolás Maduro les ha resultado un hueso más duro de roer que lo previsto.
A pesar de la contumacia con que han actuado, al cabo de 4 años, no han podido derrocarlo; han obrado, si acaso, con más saña y virulencia, en este corto tiempo, que la empleada contra Chávez en tres lustros. Continúan cometiendo el error de subestimar la calidad del liderazgo bolivariano tanto cuando con Chávez como ahora con Maduro y antes que dedicarse a desarrollar una oposición constructiva han optado por arreciar los ataques contra un gobierno supuestamente dictatorial contra el que se vale todo tipo de acción por más deleznable que sea, por supuesto, para eso cuentan con el apoyo irrestricto de la tergiversadora y manipuladora mediática transnacional.
Llevados por la desesperación, cual modernos borbones, no logran olvidar sus derrotas ni aprender de sus errores.
Obcecados como están por retomar el control del país a como dé lugar, tanto los círculos imperialistas como los factores desplazados del poder, han desarrollado desde el primer instante una feroz y violenta campaña destinada a tumbar el gobierno. En este sentido apuntalados en un diabólico plan, que implica, por un lado, una inclemente guerra económica basada en el saboteo a la producción y distribución de alimentos y medicinas, el contrabando de extracción, una inflación inducida y en la manipulación cambiaria y monetaria y, por el otro, en una abierta y descarada amenaza intervencionista estadounidense y de la derecha internacional; han desatado una orquestada acción terrorista camuflada en protestas “pacíficas” con la que pretenden generar una situación insurreccional conducente al derrocamiento de la revolución bolivariana.
En función de tal orquestación se han negado a concurrir al llamado de diálogo que reiteradamente ha formulado el presidente Maduro y, en particular, a participar en la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) convocada para propiciar un espacio de debate en el que los venezolanos podamos dirimir civilizadamente nuestras diferencias.
Por el contrario, en el marco insurreccional en el que se están moviendo han estado propiciando convocatorias sistemáticas de marchas, guarimbas y cierre de calles en sitios puntuales de algunas ciudades del país, condimentadas con hostigamiento a instalaciones públicas, saqueos a centros de acopio de alimentos, ocasionando muerte y desolación, tratando de acentuar, vía redes sociales y medios de comunicación burgueses, la imagen y sensación de que el país vive en medio del caos, producto de la ineficacia del gobierno nacional, cuya única respuesta, según esta interesada y aviesa versión, ha sido la de una desmedida represión, violatoria de los derechos humanos.
Razón por lo cual estaría sustentada la invocación que vienen haciendo de los artículos 333 y 350 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela que avalan el derecho del pueblo venezolano a luchar por la vigencia de las garantías democráticas y de los derechos humanos; casualmente la misma Constitución que ellos han venido desconociendo y abjurando desde el mismo momento en que fue promulgada en el año 1999.
Es decir, la idea es generar todo un caldo de cultivo, con el que poder justificar el llamado a la abstención para la elección de la ANC, planteada para el próximo domingo 30 de julio y, en consecuencia, incitar y justificar el paro nacional que han venido preparando concienzudamente con sectores empresariales (Fedecámaras, Consecomercio, Cavidea, Conindustria, etc.), la jerarquía eclesiástica y otros grupos apátridas para días previos a la cita constituyente.
La pelea es peleando y mientras estos grupos pujan por la violencia y la muerte, el pueblo venezolano opta por la paz y la alegría.
Está claro que el móvil que los motiva es el derrocamiento del gobierno y la extinción de la revolución bolivariana, objetivo que han estado persiguiendo infructuosamente desde hace 18 años y por el que han sido derrotados en tantas oportunidades, y, en esta, lo serán nuevamente en virtud de que ahora las fuerzas patrióticas bolivarianas están mejor organizadas, dotadas de una mayor conciencia política y con la unión cívico-militar más sólida que nunca y con un liderazgo mucho más experimentado; quedando claro, también, que en esta ocasión quienes propugnan el terrorismo y la entrega del país, recibirán la sanción ejemplar que se merecen, para eso está la Asamblea Nacional Constituyente, para implantar la paz y castigar a quienes atentan contra la integridad y el futuro de la Patria.