Ocho meses van desde que la pandemia se expandió a nivel mundial, un virus mortal que ha azotado a naciones enteras, sin distingo, de raza, religión, color, o ideología. Simplemente llegó y dejó al desnudo aquellos países con gobiernos prepotentes que se hacen llamar del primer mundo. Llegó para demostrar que el héroe no es el que dispara el misil, sino el que salva una vida, que un ejército de batas blancas es mucho más importante que un ejército con fusil en mano y sin embargo el virus ha sido tan cruento como una guerra, nos ha obligado a replegarnos y a cambiar los hábitos de vida. Ha arrebatado miles de vidas, sin un disparo, nos puso en toque de queda y ha atacado a todas las edades.
Quisiéramos decir que está pandemia nos dejará una lección y que después que cese, seremos mejores seres humanos, que aprendimos a valorar la naturaleza, a respetar la vida en todas sus especies, o algo tan sencillo como ser mejores vecinos, pero nada de esto pasará por el contrario los monstruos han despertado, sacando cosas feas en los seres humanos. En aquellos países mal llamados desarrollados descubrimos que la vida vale menos que una bala, porque gastan millones en comprar armamento, mientras la salud es frágil costosa, deficiente y privada, no accesible para la gente más vulnerable, que como cosa rara se hacen llamar potencias y su población padece de todas las carencias posibles. Ni hablar de aquellos adoradores y aduladores que ponen su pueblo en peligro, actuando con servilismo a los gobiernos que los usa como trapeador, para cambiarlos cuando ya no les son útiles, su gentilicio ha pagado con creces la culpa de ese servilismo infame, los llamados a guerra no han cesado, la salud se volvió mercancía al mejor postor y las economías del mundo se vienen abajo, mientras la ambición y la avaricia crece.
En nuestro caso particular, los demonios son otros, fuimos acogidos por el gobierno, el tratamiento y pruebas son gratuitos, aunque hay muchas versiones de la atención, unos dicen que es maravilloso, otros que no, está información lamento ser egoísta pero le pido a Dios, no confirmarla con experiencia propia. Pero no todo queda ahí. La codicia, la ira, la corrupción y el odio, salieron a pasear las calles, en pandemia terminó de dolarizarse el país, ya nadie habla del bolívar soberano, todos hablan de dólares, y el ministro de economía simplemente lo propuso indirectamente, se dio cuenta y guardó silencio. Y se desató la pesadilla, en las calles vemos la especulación más atroz, nunca supimos cual fue el precio acordado, y tuvimos que adaptarnos sin reclamar, porque estamos en pandemia y como que afectó algunos oídos, o quizás dañó algunos ojos. Total que sobrevivimos a los especuladores, todos se quejan de los bajos sueldos, sin darse cuenta que al comerciante ladrón, nunca le será suficiente su avaricia, pero ¿ Cómo podemos reclamar a la Sundde o a otro organismo, si estamos en pandemia? Es simple sarcasmo porque ellos nunca han funcionado. No son los sueldos que no son suficientes, son los ladrones especuladores los que crecieron y con ellos las ansias de robar "Legalmente" y es que ellos no tienen sensibilidad ni conciencia humana, tienen bolsillos y rotos, porque nunca se les llenan.
Hasta los animales domésticos y silvestres han sido víctimas de la miseria humana, el abandono y el maltrato a nuestras pequeñas mascotas se ha evidenciado en todos los rincones del país, las historias que vemos en las redes sociales y las que hemos presenciado, las torturas de la que son víctimas estos inocentes, mueven el piso a aquellos que le damos verdadero sentido a la vida y la protección del más indefenso. Y ni se diga de los depredadores de la naturaleza, se muestran orgullosos luciendo como trofeo a una especie silvestre que capturan y matan, porque hay que decirlo, la naturaleza en su breve descanso de la explotación humana ha liberado sus criaturas, para que disfruten su habitat. Pero se encontraron con el depredador más agresivo de la cadena alimenticia, el hombre y ahora más despiadado que nunca.
El odio ¡Dios Santo! Que terrible tumor está carcomiendo nuestra sociedad, desde que se detectó la pandemia, el odio y la ira más enfermiza hizo presa de muchas mentes adversas al gobierno. Los deseos insanos comenzaron a aflorar pidiendo el contagio, para los miembros del gobierno, cada líder revolucionario que ha resultado contagiado ha sido blanco de los malos deseos de estos amasadores del odio y la miseria humana porque no puede dársele otro nombre. Hace pocos días perdimos a un camarada luchador de toda la vida, Darío Vivas fiel a nuestro proceso revolucionario y las redes sociales estallaron, dividiéndose en dos partes, aquellos que nos duele cada persona que muere víctima del COViD-19, porque cada uno de ellos es un soldado muerto en batalla, en está guerra contra este enemigo invisible pero letal. Y aquellos que celebran la muerte con un morbo que da asco y piden más. Esos son los demonios que nos ha tocado enfrentar.
Y por si fuera poco seguimos haciendo lista en la agenda de Donald Trump, un ser sanguinario y que según propias declaraciones de algunos psiquiátras de su país, su lucidez mental no está muy clara para gobernar, pero lleva allí un período de gobierno arremetiendo duramente contra nosotros, y ahora puso octubre como fecha límite para desatar una invasión militar y cualquier cantidad de sanciones y bloqueos, todo esto de la mano del presidente de Colombia que está sirviendo como antesala a la guerra, quizás quieran propiciar un Irak en Venezuela, porque Iván Duque está hablando de misiles comprados por Venezuela a la república de Irán. Y todo esto ocurre mientras ambos países, se encuentran en la cima de los contagios y muertos por la pandemia. Sin mencionar las masacres que se han acrecentado en Colombia, pero curiosamente quien necesita intervención es nuestro país.
Los demonios andan sueltos, el virus sacó lo peor de nosotros y créanme, aquí no tiene nada que ver con gobierno u oposición, tiene que ver con nuestro yo interno, con lo que somos como personas y duele ver que el humanismo y la solidaridad la hemos perdido, esa no se contabiliza en ninguna moneda. Esa es la semilla que sembramos y de allí la cosecha que recogeremos.