La convocatoria a construir el socialismo del siglo XXI que formuló Chávez ha replanteado los debates sobre caminos, tiempos y alianzas para forjar una sociedad no capitalista. Esta discusión reaparece cuándo el grueso del progresismo se había acostumbrado a omitir cualquier referencia al socialismo. La recuperación de la credibilidad popular en este proyecto no es aún visible, pero la meta emancipatoria se debate nuevamente en las organizaciones populares que buscan un norte estratégico para la lucha de los oprimidos. ¿Cuál es el significado actual de un planteo socialista?
Cinco Motivaciones
América Latina se ha convertido en un escenario privilegiado para esta reconsideración por varias razones. En primer lugar, la región es el principal foco de resistencia internacional al imperialismo y al neoliberalismo. Varias sublevaciones populares condujeron en los últimos años a la caída de presidentes neoliberales (Bolivia, Ecuador y Argentina) y afianzaron una contundente presencia de los movimientos sociales.
En un cuadro de luchas -que incluye reveses o represión (Perú, Colombia) y también reflujo o decepción (Brasil, Uruguay)- nuevos contingentes se han sumado a la protesta popular. Estos sectores aportan un renovado basamento juvenil (Chile) y modalidades muy combativas de autoorganización (Comuna de Oaxaca en México). El socialismo ofrece un propósito estratégico para estas acciones y podría transformarse en un tema de renovada reflexión.
En segundo término, el socialismo comienza a lograr cierta presencia callejera en Venezuela. Esta difusión confirma una proximidad ideológica del proceso bolivariano con la izquierda que estuvo ausente en otras experiencias nacionalistas. En la época de la Unión Soviética, algunos mandatarios del Tercer Mundo adoptaban la identidad socialista con fines geopolíticos (contrarrestar las presiones norteamericanas) o económicos (obtener subvenciones del gigante ruso). Como este interés ha desaparecido, el rescate actual del proyecto tiene connotaciones más genuinas.
El resurgimiento del socialismo se comprueba también en Bolivia en los planteos de varios funcionarios y está presente en Cuba, al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y agresiones imperialistas. Si el desmoronamiento que arrasó a la URSS y a Europa Oriental se hubiera extendido a la isla, nadie postularía actualmente un horizonte anticapitalista para América Latina. El impacto político de esa regresión hubiera sido devastador.
El socialismo constituye, en tercer lugar, una bandera retomada por la oposición de izquierda a los presidentes socio-liberales, que abandonaron cualquier alusión al tema para congraciarse con los capitalistas. Bachelet, Lula y Tabaré Vázquez desecharon todas las referencias al socialismo en sus discursos, renunciaron a introducir reformas sociales y se han ubicado en un terreno opuesto a las mayorías populares. Bachelet ni recuerda el nombre de su partido cuándo preside la Concertación que recicla el modelo neoliberal. Lula se ha olvidado de su coqueteo juvenil con el socialismo para privilegiar a los banqueros y Tabaré repite este mismo patrón, cuándo tantea los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. En los tres países el socialismo es un estandarte contra esta deserción, que reaparece en un marco regional muy distinto al predominante en los años 90.
La etapa de uniformidad derechista ha concluido y los personajes más emblemáticos del neoliberalismo extremo salieron de la escena. El militarismo golpista ha perdido viabilidad y a través de la movilización se han conquistado grandes espacios democráticos Por eso los mandatarios conservadores coexisten con presidentes de centroizquierda y con gobiernos nacionalistas radicales.
En América Latina se insinúa, en cuarto lugar, un cambio de contexto económico que favorece el debate de alternativas populares. En varios sectores de las clases dominantes tiende a despuntar un giro neo-desarrollista en desmedro de la ortodoxia neoliberal, luego de un traumático período de concurrencia extra-regional, desnacionalización del aparato productivo y pérdida de competitividad internacional.
El viraje en curso es “neo” y no plenamente desarrollista porque preserva la restricción monetaria, el ajuste fiscal, la prioridad exportadora y la concentración del ingreso. Solo apunta a incrementar los subsidios estatales a la industria para revertir las consecuencias del libre-comercio extremo. La vulnerabilidad financiera de la región y la atadura a un patrón de crecimiento muy dependiente de los precios de las materias primas induce a ensayar este cambio. Pero este giro afecta a todos los dogmas económicos que dominaron en la década pasada y abre grietas para contraponer alternativas socialistas al modelo neo-desarrollista.
En América Latina se verifica, en quinto lugar, una generalizada tendencia a concebir programas nacionales en términos regionales. Esta actitud predomina también entre las organizaciones populares que perciben la necesidad de evaluar sus reivindicaciones a escala zonal. Este nuevo espíritu permite encarar el debate sobre el ALCA, el MERCOSUR y el ALBA con reformulaciones regionalistas del socialismo. Los tres proyectos de integración en danza incluyen propósitos estratégicos de relanzamiento del neoliberalismo (ALCA), regulación del capitalismo regional (MERCOSUR) y gestación de formas de cooperación solidaria compatibles con el socialismo (ALBA).
El contexto latinoamericano actual incita, por lo tanto, a retomar los programas anticapitalistas en varios terrenos. Pero estas orientaciones se plasman en estrategias diferentes. Una vía posible implicaría desenvolver la lucha popular, alentar reformas sociales y radicalizar las transformaciones propiciadas por los gobiernos nacionalistas. Este curso exigiría desenmascarar las duplicidades de los mandatarios de centroizquierda, cuestionar el proyecto neo-desarrollista y fomentar el ALBA como un eslabón hacia la integración regional pos-capitalista. Hemos expuesto algunos lineamientos de esta opción en un texto reciente .
Otro rumbo plantea una secuencia diferente. Auspicia preceder la construcción del socialismo por un largo un período capitalista previo. Promueve desarrollar esta fase con políticas proteccionistas, a fin de mejorar la capacidad competitiva de la zona. Por eso observa con simpatía el actual giro neo-desarrollista, alienta el MERCOSUR y avala la expansión de una clase empresaria regional. Convoca a forjar un frente entre los movimientos sociales y los gobiernos de centroizquierda (Bloque Regional de Poder Popular) e imagina al socialismo como un estadio posterior al nuevo de capitalismo regulado .
El Problema del Comienzo
En ningún aspecto del debate está en juego la instauración plena del socialismo. Solo se discute el debut de este proyecto. Construir una sociedad de igualdad, justicia y bienestar sería una ardua y prolongada tarea histórica, que requeriría eliminar progresivamente las normas de la competencia, la explotación y el beneficio. No es una meta a realizar en poco tiempo.
Especialmente en las regiones periféricas como América Latina, este proceso presupondría la maduración de ciertas premisas económicas que permitan mejorar cualitativamente el nivel de vida de la población. Estos logros se desarrollarían junto a la expansión de la propiedad pública y la consolidación de la auto-administración popular. Como esta evolución exigiría varias generaciones, el debate inmediato está únicamente referido a la posibilidad de iniciar este proceso.
Comenzar la erección del socialismo implicaría sustituir la preeminencia de un régimen sujeto a las reglas del beneficio por otro regulado por la satisfacción de las necesidades sociales. Desde el momento que un modelo económico y político -guiado por la voluntad mayoritaria de la población- asuma estas características, empezaría a regir una forma embrionaria de socialismo .
Este debut es la condición para cualquier avance posterior. Una sociedad post-capitalista no emergerá nunca, si el giro socialista no se concreta en algún momento del presente. Los opresivos mecanismos de la ganancia y la concurrencia deben quedar drásticamente neutralizados, para que una nueva forma de civilización humana comience a despuntar.
El punto de partida de esta transición socialista sería completamente opuesto a la gestación de un modelo neo-desarrollista. Ambas perspectivas son radicalmente contrarias y no pueden conciliarse, ni desenvolverse en forma simultánea. La competencia por el beneficio impide la gestación paulatina de islotes colectivistas al interior del capitalismo, ya que la concurrencia distorsiona a mediano plazo todas las modalidades cooperativas de estos emprendimientos. Los dos proyectos de sociedad tampoco podrían convivir pacíficamente entre sí, hasta que uno demostrara mayor eficiencia y aprobación general. Solo erradicando el capitalismo podrán abrirse las puertas hacia una emancipación social. La gran pregunta es si en América Latina puede comenzar a desenvolver este cambio.
¿Etapa o Proceso?
La tesis pro-desarrollista responde negativamente al interrogante clave del período actual. Estima que en la región “no existen condiciones para una sociedad socialista” . Pero no aclara si estas insuficiencias se verifican en el plano económico, tecnológico, cultural o educativo. ¿Qué le falta exactamente a la zona para inaugurar una transformación anticapitalista?
América Latina ocupa un lugar periférico en la estructura global del capitalismo, pero cuenta con sólidos recursos para comenzar un proceso socialista. Estos cimientos son comprobables en distintos terrenos: tierras fértiles, yacimientos minerales, cuencas hídricas, riquezas energéticas, basamentos industriales. El gran problema de la zona es el desaprovechamiento de estas potencialidades.
Las formas retrógradas de acumulación que impuso la inserción dependiente en el mercado mundial han deformado históricamente el desarrollo regional. No hay carencia de ahorro local, sino exceso de transferencias hacia las economías centrales. El retraso agrario, la baja productividad industrial, la estrechez del poder adquisitivo han sido efectos de esta depredación imperialista. El principal drama latinoamericano no es la pobreza, sino la escandalosa desigualdad social, que el capitalismo recrea en todos los países.
La hipótesis de la inmadurez económica está desmentida por la coyuntura actual, que ha creado un gran dilema en torno a quién se beneficiará del crecimiento en curso. Los neo-desarrollistas buscan canalizar esta mejora a favor de los industriales y los neoliberales tratan de preservar las ventajas de los bancos. En oposición a ambas opciones, los socialistas deberían propugnar una redistribución radical de la riqueza, que mejore inmediatamente el nivel de vida de los oprimidos y erradique la primacía de la rentabilidad. Los recursos están disponibles. Hay un amplio margen para instrumentar programas populares y no solo condiciones para implementar cursos capitalistas.
Es cierto que el marco objetivo que rodea a los distintos países es muy desigual. Las ventajas que acumulan las economías medianas no son compartidas por las naciones más pequeñas y empobrecidas. La situación de Venezuela difiere de Bolivia y Brasil no carga con las restricciones que agobian a Nicaragua. Pero ha perdido vigencia la evaluación de un cambio socialista en términos exclusivamente nacionales.
Si las clases dominantes conciben sus estrategias a nivel zonal, también cabe imaginar un proyecto popular a escala regional. Los opresores diagraman su horizonte en función de la tasa de beneficio y los socialistas podrían formular su opción en términos de cooperación y complementariedad económica. Este es el sentido de contraponer el ALBA con el ALCA o el MERCOSUR.
No existe ninguna limitación objetiva para desenvolver este curso igualitarista. Es un error suponer que la región deberá atravesar por las mismas etapas del desarrollo que recorrieron los países centrales. La historia siempre ha transitado por senderos inesperados, que mixturan diversas temporalidades. América Latina se desenvolvió con un patrón discordante de crecimiento desigual y combinado, que tiende a determinar también los desenlaces socialistas.
¿Quién Pagará los Costos?
La tesis que propone preceder el socialismo por un modelo capitalista se asemeja a la “teoría de la revolución por etapas”. Esta concepción –que tuvo muchos adherentes en la izquierda- postulaba “erradicar los resabios feudales” de Latinoamérica antes de iniciar cualquier transformación socialista. Para lograr esta primera meta proponía recurrir al auxilio de las burguesías nacionales de cada país.
La nueva versión introduce un matiz regionalista en el mismo enfoque. No se limita a fomentar los grupos capitalistas nacionales, sino que convoca a forjar un empresariado zonal. El primer esquema no prosperó durante todo el siglo XX y existen grandes limitaciones para materializar su complemento zonal en la actualidad.
Una burguesía sudamericana sería efectivamente más fuerte que las balcanizadas fracciones que la precedieron, pero enfrentaría también una competencia más ardua. En vez de rivalizar solo con las corporaciones norteamericanas, inglesas o francesas debería también lidiar con bloques imperialistas regionalizados y contrincantes financieros globalizados.
Quiénes apuestan a la revitalización del capitalismo latinoamericano suponen que en las próximas décadas prevalecerá un contexto internacional multipolar. Sólo en este marco podrían florecer procesos de acumulación perdurables en las regiones periféricas. Este presupuesto considera, además, que América Latina será un protagonista ganador en ese escenario. ¿Pero quiénes serán entonces los perdedores? ¿Las grandes potencias imperialistas? ¿Otras zonas dependientes? Los estrategas del capitalismo regionalista eluden las respuestas. No auguran -como los neoliberales- una prosperidad generalizada, ni tampoco presagian un derrame de beneficios compartidos por todo el planeta. Simplemente avizoran grandes éxitos para el capitalismo latinoamericano en un marco global indefinido.
Este enfoque da por sentado que las clases dominantes sudamericanas abandonaran sus antecedentes centrífugo y trabajarán en común bajo la disciplina del MERCOSUR. De hecho, supone que se repetirá un curso semejante al seguido por la unificación europea, a pesar de la evidente disparidad que existe entre ambas regiones. La desnacionalización que predomina en la economía latinoamericana tampoco es vista como un gran obstáculo para la formación del empresariado regional. Ni siquiera la intensa asociación que mantiene cada grupo capitalista local con sus socios foráneos es percibida como un impedimento para el neo-desarrollismo regional.
En realidad, la concreción de este proyecto no es totalmente imposible, pero es altamente improbable. El capitalismo contemporáneo está suscitando ciertas sorpresas (China), pero el ascenso conjunto y exitoso de un bloque periférico latinoamericano es muy poco factible. Las especulaciones sobre esta posibilidad pueden ser infinitas, pero las víctimas y beneficiarios de este proceso están a la vista. Cualquier desenvolvimiento capitalista será costeado por las mayorías populares porque los banqueros e industriales exigirían ganancias superiores a la media internacional para embarcarse en esa iniciativa. Como los explotados u oprimidos cargarían con todas las pérdidas, los socialistas bregamos por un modelo anticapitalista.
En cualquiera de sus variantes el MERCOSUR neo-desarrollista sería un proyecto incompatible con reformas sociales significativas y con mejoras perdurables del nivel de vida de la población. Se sostendría en una concurrencia por el beneficio que implicaría atropellos contra los trabajadores. Estas agresiones podrían ser atemperadas durante cierto período, pero resurgirían con más brutalidad en la etapa subsiguiente. Ninguna regulación estatal permitiría contrarrestar indefinidamente las presiones ofensivas del capital.
Esta certeza debería conducir a todos los socialistas a preocuparse menos por la factibilidad de uno u otro modelo burgués y a prestar más atención a las oportunidades de un curso anticapitalista. Al posponer indefinidamente este rumbo, los teóricos favorables al MERCOSUR neo-desarrollista no ofrecen ningún indicio del socialismo. Presagian la erección de un empresariado regional, sin aportar ninguna sugerencia sobre el inicio del proyecto emancipatorio durante el siglo XXI.
El esquema pro-desarrollista es concebido con criterios gradualistas, etapas preestablecidas y estrictas conexiones entre la madurez de las fuerzas productivas y las transformaciones sociales. Por eso abre muchos espacios para hablar del capitalismo y deja poco lugar para sugerir algo concreto sobre el socialismo.
La Tesis del Enemigo Principal
El auspicio de un modelo neo-desarrollista se traduce en el sostén al eje político centroizquierdista que en Sudamérica lideran Lula y Kirchner. Sus promotores estiman que estos gobiernos representan al industrialismo contra la especulación financiera y al progresismo contra la derecha oligárquica. Observan el proyecto socialista como una etapa ulterior a la derrota de la reacción y conciben a esta victoria como una condición insoslayable del socialismo del siglo XXI .
¿Pero es tan contundente la división entre neo-desarrollistas y neoliberales? ¿No existen innumerables vínculos entre los industriales y los financistas? Las conexiones entre ambos sectores han sido muy estudiadas y sorprende su omisión, a la hora de apostar a un choque entre los dos grupos. La amalgama es tan fuerte, que un líder natural del pelotón neo-desarrollista como Lula ha mostrado –hasta ahora- mayor afinidad con el capital financiero, que con los sectores industriales.
Pero incluso aceptando un escenario de fuerte oposición entre ambas fracciones capitalistas cabe otra pregunta: ¿En qué medida el apoyo a los neo-desarrollistas aproximaría a los oprimidos a su meta socialista? Se podría argumentar que el modelo industrialista creará empleo, mejorará los salarios y fortalecerá la lucha de los trabajadores por su propio proyecto. Pero si el capitalismo fuera capaz de asegurar estos resultados, la batalla por el socialismo no tendría mucho sentido. Bajo el régimen actual, las ganancias de los poderosos nunca se difunden hacia el conjunto de la sociedad. Solo generan más competencia por la explotación y tormentosas crisis, que se descargan sobre los oprimidos.
Otra justificación del sostén neo-desarrollista podría destacar los efectos positivos de este curso sobre la correlación de fuerzas que opone a los trabajadores con los capitalistas. Pero si los explotados apuntalan un proyecto que no les pertenece pierden capacidad de acción. Jamás podrían mejorar sus posiciones trabajando a favor del sistema que los oprime. Por ese camino conspiran contra sus propios intereses.
La carencia de agenda propia es el principal obstáculo que afrontan los oprimidos para luchar por el socialismo. La política pro-desarrollista acentúa esta falta de autonomía, al subordinar las reivindicaciones de los asalariados a las necesidades de los capitalistas. En lugar de aumentar la confianza de las masas en su propia acción, esta orientación refuerza las expectativas en el paternalismo burgués.
Algunos teóricos igualmente afirman que el sostén al neo-desarrollismo será transitorio. ¿Pero que lapso se le concede a ese período? ¿Varios años o varias décadas? Un modelo industrialista no madura en poco tiempo. Para lograr cierto desenvolvimiento necesita transitar por una larga etapa de acumulación a costa de los explotados. Durante esa fase el modelo solo se estabilizaría si los capitalistas avizoran un horizonte de ganancias que los induzca a invertir. Y esta predisposición -en el contexto competitivo internacional- exigiría un grado de disciplina laboral incompatible con cualquier perspectiva anticapitalista.
El socialismo solo avanzará por el camino opuesto de acciones reivindicativas y conquistas sociales que tiendan a desbordar el marco capitalista. Y esta batalla solo será exitosa si los oprimidos asimilan ideas revolucionarias a partir de una crítica radical al sistema actual. Los elogios a la opción neo-desarrollistas van a contramano de esta maduración política.
El Sentido de las Alianzas.
Quiénes observan el futuro económico regional en función del choque entre neo-desarrollistas y neoliberales tienden a considerar que las únicas alternativas políticas posibles se limitan a la centroizquierda y la centroderecha . Pero del seguimiento de este conflicto no surge ninguna pista para el socialismo d el siglo XXI. En un tablero dominado por la disputa entre Lula, Kirchner o Tabaré con sus contendientes derechistas, no hay resquicio para imaginar qué sendero podría recorrer un proceso anticapitalista. Este bloqueo es aún mayor, si ubica a Chávez y a Morales dentro del mismo bloque centroizquierdista y se le asigna a la izquierda el silencioso rol de acompañar a esta alianza.
Esta estrategia presupone que las organizaciones populares y los gobiernos de centroizquierda tienden a converger naturalmente, como si los intereses de las clases dominantes y los movimientos sociales fueran espontáneamente coincidentes. Este empalme exigirá en realidad un arduo trabajo de ablandamiento previo de todas las reivindicaciones mayoritarias.
Los frentes destinados a sostener modelos capitalistas presentan otro problema: tienden invariablemente a girar hacia la derecha. Sus promotores siempre registran la aparición de algún nuevo enemigo oligárquico, cuya derrota requiere mayores concesiones al establishment. Este corrimiento también obliga a revestir de virtudes progresistas a muchos sectores que anteriormente eran identificados con la reacción. Las propuestas de aproximar nuevos aliados al MERCOSUR para reforzar la batalla contra el ALCA es un ejemplo típico de esta política. A veces incluso el “subimperialismo español” es visto como candidato a participar de esta coalición . Por este camino pierden relevancia todos los cuestionamientos al saqueo que realiza Repsol y se entierran en pocos segundos las denuncias acumuladas durante años.
La estrategia de alianzas crecientes contra la oligarquía conduce a preservar el status quo. Es el sendero que empujó a Lula, Tabaré y Bachelet hacia el social-liberalismo y es el curso que actualmente tiende a recorrer Daniel Ortega. El nuevo presidente de Nicaragua ya no guarda ningún parecido con su viejo origen revolucionario. Avala las privatizaciones, defiende la supervisión del FMI y acepta la continuidad del tratado de libre comercio con Estados Unidos (Cafta) .
Sobre estos pilares no puede erigirse ningún Bloque de Poder Regional que contribuya al socialismo. El social-liberalismo y la centroizquierda no sólo impiden este avance, sino que también obstruyen las tendencias antiimperialistas y las reformas sociales que promueven los gobiernos nacionalistas radicales. Un gran objetivo de los conservadores del MERCOSUR es justamente diluir el ALBA.
El neo-desarrollismo es el programa de Petrobrás para preservar la expoliación del gas en el Altiplano. Es también la plataforma del convenio comercial con Israel que Kirchner promovió mientras Chávez denunciaba las matanzas de los palestinos. Un modelo capitalista regional exige atemperar todos los conflictos con el imperialismo para crear un clima favorable a los negocios en la región. Por eso en Venezuela y Bolivia se localizan las grandes disyuntivas del momento.
Las Encrucijadas de Venezuela
Desde la derrota propinada hace cuatro años a los golpistas, Venezuela se ha convertido en un terreno fértil para desenvolver un proceso socialista. La derecha ha sufrido varios reveses electorales y quedó debilitada. Ensayó algunos contragolpes (intentos secesionistas, provocaciones armadas, campañas internacionales), pero carece de un plan viable para desplazar a Chávez.
Este triunfo popular se ha proyectado a escala internacional en la sucesión de irreverencias que debió aceptar Bush en el frente diplomático (ONU, No Alineados), petrolero (OPEP), geopolítico (Irán, Medio Oriente, provisión de armamento ruso) y económico (acuerdos con China). Estados Unidos necesita el abastecimiento petrolero de Venezuela y no puede embarcarse en otra aventura bélica, mientras afronte el desastre de Irak. La figura de Chávez se ha potenciado y por eso muchos analistas evalúan el ajedrez electoral de la región, en función de los aliados que logra o pierde el presidente venezolano.
El dilema socialismo versus neo-desarrollismo se procesa en este país por medio de una disputa entre tendencias a la radicalización y al congelamiento del proceso bolivariano. Es el conflicto que han afrontado otros procesos nacionalistas y que tuvo un desemboque positivo en la revolución cubana y desenlaces regresivos en muchos otros casos. Este choque en Venezuela opone a los partidarios de profundizar las reformas sociales con los defensores del orden capitalista. La población percibe este enfrentamiento como un conflicto entre el liderazgo progresista de Chávez y las presiones de los grupos más conservadores de la burocracia estatal.
Profundizar el proceso bolivariano implicaría complementar las mejoras sociales (reducción de la pobreza, aumento del consumo popular, gasto en misiones) con una estrategia de utilización productiva de la renta petrolera. Esta política debería tender a expandir la industrialización, crear empleo productivo y multiplicar las cooperativas. Por esta vía se lograría erradicar la atrofia que padece una economía muy dependiente de las importaciones y muy corroída por los subsidios que capturan las clases dominantes.
La perspectiva socialista exigiría anular estas subvenciones, transformar las relaciones de propiedad (especialmente en el campo) y generalizar formas de cogestión obrera ya ensayadas en compañías estatales (Alcasa) y empresas recuperadas (Invepal).
El programa neo-desarrollista apunta hacia la dirección opuesta. Tiende puentes con los grupos capitalistas que se aproximan al gobierno para desenvolver negocios lucrativos (grupos Mendoza y Polar) y promueve un nuevo empresariado, que ya emerge entre ciertos grupos del chavismo. Si este curso se afianza, tenderán a profundizarse los desequilibrios que ha creado la administración de una floreciente coyuntura, sin estrategias de transformación radical (aumento de las importaciones, rebrote de la inflación, ausencia de inversiones privadas, consumismo sin correlato productivo) .
En esta perspectiva se inscriben proyectos tan cuestionables como el gasoducto, controvertidos contratos petroleros (empresas mixtas, apertura al capital extranjero) y el malgasto de los recursos públicos en cancelaciones de la deuda externa que favorecen a los grandes bancos.
En Venezuela chocan los proyectos neo-desarrollistas de la burguesía con una perspectiva socialista que debería sostenerse en la movilización. Esta presencia popular se ha reforzado en los últimos años con el surgimiento de una nueva base militante en los organismos juveniles, femeninos, campesinos y cooperativas. El intenso proceso de afiliación a una nueva central sindical (UNT) con gran incidencia de la izquierda es un aspecto central de este progreso . Cuánto mayor sea la autonomía y solidez organizativa que logren los movimientos populares, más peso tendrán los sujetos que podrían protagonizar un avance hacia el socialismo.
Las Disyuntivas en Bolivia
Con un formato diferente las mismas encrucijadas que se observan en Venezuela están presentes en Bolivia. También aquí el socialismo del siglo XXI ha irrumpido como meta en los debates del movimiento popular . Varias insurrecciones (2000, 2003 y 2005) tumbaron en el Altiplano a los mandatarios neoliberales con demandas muy radicales en el plano político (asamblea constituyente), económico (nacionalización de los hidrocarburos) y social (inmediatas mejoras para todos los oprimidos).
El triunfo de Morales representa una severa derrota para la derecha, que busca revertir este retroceso auspiciando diversas conspiraciones (sabotajes a la Asamblea Constituyente, paros patronales en Oriente, amenazas de secesión en Santa Cruz, campañas de la Iglesia). Las elites presionan también dentro del gobierno para neutralizar los proyectos reformistas.
En este gabinete conviven empresarios conservadores, intelectuales de clase media y dirigentes de los movimientos sociales. El gobierno del MAS no cuenta con una estructura política preparada para lidiar con la presencia popular en la calle y los complots derechistas, en un país caracterizado por conflictos muy acelerados y violentos. Hasta ahora Morales implementa políticas contradictorias y emite mensajes de moderación y radicalización .
La antinomia entre neo-desarrollismo y socialismo está condicionada por el balance de fuerzas entre la derecha y las masas. Algunos centroizquierdistas desconfían del carácter persistente de las demandas sociales, sin registrar que el futuro del proyecto popular depende de esta capacidad de los maestros, mineros y pobladores para hacer valer sus reclamos. Los oprimidos que han esperado cinco siglos para vivir dignamente, no quieren aguardar ni un minuto más y esta decisión alimenta la lucha por el socialismo.
La disputa social en juego también depende del perfil que asuma la nacionalización de los hidrocarburos. Si el estado se apropia del 70% de la renta petrolera, el fisco acumularía recursos suficientes (67.000 millones del dólares en las próximas dos décadas) para erradicar la miseria (el 67% de la población no cubre las necesidades básicas). Solo por la aplicación de las leyes que elevan los impuestos y las regalías, el estado recibirá inmediatamente el triple de lo recaudado en los últimos años. La nacionalización ha servido para reconquistar la renta petrolera que embolsaban las compañías multinacionales, pero al precio de convalidar la presencia de estas empresas en el país .
Hasta ahora solo ha concluido el primer round de una larga batalla que definirá el monto de los recursos. Pero más importante aún será la asignación de estos fondos. En un contexto económico favorable –y exactamente inverso al endeudamiento e hiperinflación que carcomió a Siles Suazo en los años 80- el nuevo excedente puede servir para ensayar un modelo neo-desarrollista o para solventar las mejoras populares.
El sendero capitalista exigiría canalizar la renta hacia la consolidación del latifundio de la soja, la privatización de los yacimientos de metales y la ortodoxia monetarista. Un rumbo socialista sostendría la reforma agraria, los aumentos de salarios, la re-nacionalización de la minería y un proceso de industrialización sin subsidios al capital. Como en el resto de la región, estas dos opciones son antagónicas.
El Impacto Sobre Cuba
La estabilización de modelos capitalistas en América Latina o un giro hacia la izquierda incidirían directamente sobre el futuro de Cuba. Hasta ahora la revolución ha desmentido todos los pronósticos fatalistas que auguraban su desplome. Frente a un inédito colapso económico y una agobiante presión imperialista, la población cubana sostuvo al régimen.
Este antecedente debería moderar a los analistas que tanto especulan sobre la forma que asumirá la restauración cuando fallezca Fidel. La doble identidad nacional y socialista que sostiene a la revolución (orgullo antiimperialista y defensa del igualitarismo) es un enigma incomprensible para quiénes celebran (o se resignan) a la regresión capitalista .
La convocatoria venezolana a construir el socialismo del siglo XXI ofrece una alternativa frente a este retroceso, en un marco muy distinto a los años 90. Durante ese período Cuba afrontó incontables conspiraciones (planes de la CIA para asesinar a Fidel), en un clima de aislamiento regional y hostigamiento neoliberal. En cambio en la actualidad, Bush está aislado, la derecha perdió varios gobiernos y la diplomacia cubana recuperó influencia. La autoridad de Fidel y la memoria del Che están presentes en los movimientos sociales de la región y la solidaridad bolivariana ha permitido atenuar muchas dificultades de la isla.
Se ha estabilizado el crecimiento y los padecimientos energéticos decrecieron con los ingresos del turismo, las nuevas exportaciones y los convenios con China. Existe también la posibilidad de comenzar a utilizar productivamente las ventajas de calificación que detenta la población cubana.
Pero el país afronta un momento crucial porque -según reconoció Fidel en un importante discurso de noviembre del 2005- la revolución puede auto-destruirse. Frente a esta amenaza hay rumbos que facilitarían la renovación del socialismo y caminos que conducirían al retroceso capitalista. El contexto latinoamericano contribuiría a uno u otro desenlace.
Si en América Latina se afirman los modelos neo-desarrollistas la presión capitalista persistirá aunque se afloje el bloqueo. El dinero ya no buscará penetrar en la isla por medios militares, sino a través de los grandes negocios. La revolución ha debido coexistir en los últimos años con las desigualdades sociales creadas por las remesas y la implantación de un enclave dolarizado. Los neo-desarrollistas del MERCOSUR buscarán reforzar está fractura y promoverán a todos los aspirantes a conformar la nueva burguesía de la isla. La resistencia social, el crecimiento de la izquierda y el despunte del socialismo en América Latina operarían en la dirección opuesta.
Cuba no puede, ni debe, aislarse. El búnker norcoreano es la peor opción y es por eso necesario recurrir a disposiciones mercantiles y asociaciones con inversores que serían desechadas en otras circunstancias. Pero conviene explicitar cuál es el camino posible de la restauración. Este curso no anida tanto en los pequeños mercados, el comercio informal y el trabajo independiente, como en las conexiones internacionales de las elites interesadas en comandar un modelo social-demócrata (concertado con Europa) o un esquema autoritario (afín al precedente chino). El neo-desarrollismo latinoamericano es un socio potencial de ambas alternativas.
Una etapa de acumulación empresaria regional también influiría sobre dos problemas recientemente subrayados por varios líderes de la revolución: el consumismo y la corrupción. Cuánto más solidez presente el vecindario capitalista, mayor será la presión disolvente de los principios de solidaridad colectivista que se promueven en Cuba. En lugar de facilitar la adopción de un patrón de consumo consensuado colectivamente –en función del nivel de recursos y carencias- se estimularía un individualismo devastador .
La corrupción es un problema más grave porque conviene recordar el antecedente de la URSS y Europa Oriental. Allí los grupos restauradores se nutrieron del maltrato, el robo y la depredación de los recursos del Estado. La desidia frente a la propiedad pública suele reflejar que un sector de la población visualiza a esos recursos como bienes ajenos y esta actitud no se supera sólo con exhortaciones, especialmente si coexiste con signos de apatía entre la juventud. El único antídoto efectivo es la participación popular, en un sistema político crecientemente democratizado.
Conciliar la defensa de la revolución con debates más abiertos, alineamientos políticos más diferenciados, libertades sindicales y medios de comunicación modernizados es la gran asignatura pendiente para una renovación del socialismo en Cuba. El neo-desarrollismo latinoamericano es un manifiesto enemigo de esta evolución.
Dos Tradiciones
Todos los partidarios del socialismo del siglo XXI subrayan acertadamente que la liberación latinoamericana no será una copia de esquemas ensayados en otras latitudes. Destacan que la batalla por una sociedad igualitaria converge en la zona con tradiciones antiimperialistas propias. Una línea histórica de nacionalismo radical -que se expresó en Martí, Zapata o Sandino- comparte los cimientos del proyecto emancipatorio con varias corrientes del marxismo.
Este legado conjunto conforma un cuerpo de tradiciones muy distante del nacionalismo conservador en el terreno patriótico y muy alejado del librecambismo socialdemócrata (que inauguró Juan B Justo) en el plano socialista El nacionalismo antiimperialista es opuesto al chauvinismo militarista y la izquierda radical es la antítesis del social-liberalismo de la Tercera Vía.
Este empalme de dos pilares del socialismo se manifiesta en Latinoamérica en un caudal de símbolos (rechazo a los yanquis), figuras (el Che) y realidades (la revolución cubana), que ejercen gran influencia sobre las nuevas generaciones. Por esta razón el proyecto emancipatorio ha sido retratado como una síntesis de varias trayectorias regionales . Esta amalgama también incluye la rehabilitación de la cultura andina y la reivindicación de tradiciones indigenistas que fueron silenciadas durante siglos de opresión étnica y cultural.
El socialismo del siglo XXI es una fórmula universal con fundamentos zonales. Propicia una mixtura que retoma el enriquecimiento y la diversificación del programa comunista. Un ideal surgido a mitad del siglo XIX en Europa Occidental asumió otro significado durante su intento de materialización en Rusia, Asia o Europa Oriental. Esta asimilación regional también determinó las singularidades intelectuales que ha presentado el marxismo en Oriente y Occidente .
Reconocer esta variedad es importante para superar la visión simplificada de muchos críticos de la izquierda latinoamericana, que observan a este sector como un conglomerado corroído por el conflicto entre positivas tendencias autóctonas y negativas influencias europeizantes. Esta caracterización omite que todas las vertientes son tributarias de mixturas locales y extranjeras.
Las fuentes extra-regionales no son patrimonio exclusivo de los teóricos de la izquierda más influidos por concepciones foráneas. También los pensadores que desenvolvieron una teoría del socialismo nacional (o regional) –como Jorge Abelardo Ramos- se inspiraron en tesis concebidas en Europa y aplicadas en Asia o Estados Unidos. Postularon que la nación (o la zona) constituye una entidad prioritaria de la vida social, más gravitante que las clases y los antagonismos sociales.
El único aspecto latinoamericano de esta visión es el ámbito geográfico reivindicado. Aborda todos los problemas con los mismos presupuestos esgrimidos por los teóricos nacionalistas de otros rincones del planeta. Su universalismo solo difiere del postulado por los internacionalistas por el tipo de síntesis que propone entre fundamentos nacionales y extranjeros de la lucha popular.
Esta divergencia presenta incontables matices y no define por sí misma ninguna divisoria de aguas significativa en el plano político. Lo que determina, en cambio, una separación contundente en la izquierda latinoamericana es el grado de consecuencia en la lucha por el socialismo. La mayor o menor afinidad con el pensamiento europeo es un problema secundario, en comparación a la propuesta de recrear o superar la opresión capitalista.
Lo que distingue la herencia de Jorge Abelardo Ramos del legado de teóricos marxistas como Mella o Mariategui es la defensa y crítica respectiva de una etapa capitalista anticipatoria del socialismo. Esta polémica es el aspecto esencial del debate contemporáneo. El primer pensador buscó próceres desarrollistas entre las burguesías locales y los segundos apostaron a la acción socialista de las masas. Ambos caminos reaparecen en el siglo XXI como dos opciones políticas contrapuestas .
La tradición de Mariategui y Mella es particularmente contrapuesta a la herencia de Haya de la Torre. Los socialistas que introdujeron el marxismo en Perú y Cuba promovían una estrategia socialista ininterrumpida, mientras que el fundador del APRA auspiciaba la unificación capitalista de la región, como peldaño insoslayable hacia cualquier futuro igualitario . El debate en curso del socialismo como un proceso anticapitalista o como una etapa posterior del MERCOSUR actualiza esa vieja controversia.
Dos Actitudes
Postular que el socialismo puede ser iniciado en un período contemporáneo conduce a defender sin ocultamientos la identidad socialista. Favorecer en cambio una etapa neo-desarrollista induce al titubeo en la lucha contra el capitalismo. Para transitar por un camino en común con los industriales y los financistas hay que adoptar un comportamiento moderado, demostrar responsabilidad frente a los inversores y colocar todas las intenciones socialistas en un disimulado segundo plano.
El proyecto del socialismo del siglo XXI plantea también serios problemas a los teóricos que gustan estudiar los desequilibrios del capitalismo, sin preocuparse por avizorar algún camino hacia otra sociedad. El socialismo es un tema molesto para quiénes interpretan el mundo sin buscar cambiarlo, porque plantea problemas que sacuden su contemplativa mirada del universo circundante.
La ausencia de proyectos socialistas en la izquierda es mucho más nociva que cualquier desacierto en los diagnósticos del capitalismo contemporáneo. Por eso resulta indispensable retomar el uso del término socialismo, sin prevenciones, ni sustituciones. Este concepto no es un vago sinónimo de “lo social”. Alude concretamente a un sistema emancipado de la explotación y no a genéricos inconvenientes de cualquier agregación humana. No bastan las difusas referencias al “post-capitalismo” para esclarecer cómo debería construirse una sociedad futura. Hay que exponer programas alternativos.
Algunos analistas estiman que el socialismo no puede difundirse luego del colapso sufrido por la URSS. Consideran que la noción cayó en desuso y perdió prestigio. Pero el repentino resurgimiento del concepto en Latinoamérica debería inducirlos a reconsiderar el réquiem que ya han pronunciado.
Muchos términos sufrieron un manoseo semejante al padecido por el socialismo. La democracia ha soportado por ejemplo distorsiones equivalentes. Fue el estandarte de los peores atropellos imperialistas durante el último siglo y esta deformación no indujo a su reemplazo por ninguna otra palabra. Nadie ha postulado otro término para definir la soberanía popular, ya que para denotar ciertos fenómenos hay nociones irreemplazables.
La vigencia del socialismo debe ser evaluada con cierta perspectiva histórica porque que ha estado sometida a un vaivén semejante al sufrido por la democracia. La invención contemporánea de este último ideal se produjo en 1789, pero el principio de igualdad política solo conquistó autoridad en el curso de un largo período posterior. Al cabo de este tiempo fue aceptado como principio superador de las jerarquías medievales, que en el pasado eran identificadas con la propia existencia humana.
Con la invención del socialismo ocurrirá algo parecido. El debut de 1917 quedará como un gran precedente de la gesta humana por alcanzar la igualdad social y liberar al individuo de las cadenas del mercado. El comienzo del siglo XXI permite empezar a plasmar ambos objetivos.
Buenos Aires, 28-11-06
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