Con el perdón de la
fauna, ¿qué clase de bestias son los judíos? La pregunta cabe ante
la incontinencia asesina de los sionistas en la Franja de Gaza y la
impotencia o alcahuetería del resto del planeta para detenerlos. Cuando
llevan acumulados más de mil palestinos muertos y 4.400 heridos, incluyendo
entre las víctimas fatales centenares de niños y mujeres en 19 días
de masacre; cuando hasta algunos judíos, dentro y fuera de Israel,
se han pronunciado contra la carnicería y cuando las fotografías y
videos ilustrativos de la barbarie le dan la vuelta al mundo (asumidos
como denuncia o como advertencia según las partes), ahora surge un
ejemplar que parece superarlos a todos en bestialidad. Un tal diputado
y ex ministro Avigdor Lieberman, ha pedido que para rematar a los palestinos
y de paso borrar todo vestigio de vida en Gaza, se aplique el mismo
tratamiento que dieron los Estados Unidos a Japón cuando este último
país ya estaba vencido en la Segunda Guerra Mundial, obviamente con
una bomba nuclear solo-mata-árabes y de radio restringido.
A los sionistas no les
basta con asesinar mediante el empleo de armas convencionales, sino
que además emplean bombas en racimo con fósforo blanco y experimentan
nuevos artificios en la piel de los palestinos, como los denominados
explosivos de metal inerte denso (DIME), según denuncian dos médicos
noruegos que trabajan en un hospital todavía en funcionamiento en la
Franja de Gaza. Cualquier parecido con los experimentos realizados por
los nazis usando a judíos como animales experimentales durante la segunda
guerra mundial, y que tantos beneficios por taquilla han dado a los
magnates cinematográficos paisanos de aquellas víctimas, son pura
casualidad. Para los poderosos no hay Convención de Ginebra o cualquier
otra norma que valga. La fuerza bruta del “occidente civilizado”
arrasa al este subdesarrollado y romántico, que aún sueña con un
futuro de equidad y justicia como sustentos para la paz.
Si la noción de humanidad
se asocia con valores morales y espirituales como el respeto al derecho
ajeno, la igualdad ante la justicia, la equidad entre razas, sexos,
religiones, procedencias o cualquier otra categorización de la gente;
si la idea de ser humano trae consigo implicaciones sociales e históricas,
y se fija a sí misma la meta de la perfección, sea desde el enfoque
religioso y evolutivo de Chardin, de parecerse cada vez más a Dios,
o mediante la utopía socialista de igualdad de oportunidades, entonces,
ante la visión espectral de un pueblo completo que desaparece a manos
de otro, en transmisión viva y en directo, cabe preguntarnos si los
victimarios, o sea los judíos sionistas, son realmente seres humanos.
Los sionistas son una
casta antropomórfica insensible al dolor ajeno, que se considera predestinada
para dominar la economía mundial e imponer su visión capitalista,
con un enfoque de clan y el empleo de métodos fascistas. Son la encarnación
de un materialismo insaciable llevado al extremo.
En el equilibrio al cual
han llegado los ecosistemas naturales aún no invadidos por el hombre,
ningún depredador sacrifica más que las presas que requiere para su
sustento. A través de un proceso evolutivo milenario que privilegia
la biodiversidad, cada especie ha podido lograr un nicho ecológico
que garantiza su permanencia.
A los sionistas en cambio,
no les basta con controlar la economía de muchos países, al ser dueños
de empresas transnacionales vinculadas a las finanzas y variadas industrias
tan disímiles como las de armamentos, las farmacéuticas y las de la
construcción o el transporte. Tampoco les basta con controlar gobiernos
a través del soborno, ni con haber obligado a los palestinos a retraerse
en su territorio ancestral por presión de Gran Bretaña en 1947. Ellos
tienen que demostrar permanentemente su capacidad destructora ilimitada,
como bestias apocalípticas que son. Urge un reordenamiento del planeta
para controlar la bestia, y pareciera que ello sólo es posible si se
basa en las fuerzas éticas del Sur que renace. La ONU nació con defectos
estructurales irreparables y hace rato que se convirtió en el burdel
favorito de los poderosos.