Durante el proceso de la conquista y colonización de nuestros espacios originarios, no solo hubo extracción de recursos naturales, despojo de tierra y casi exterminio de nuestra población y cultura originaria. Nuestros dominadores también trajeron su cosmovisión antropocéntrica, su cultura europea, su institucionalidad. La educación por tanto, es hija de la colonia y debemos caracterizar su profunda carga de dominio eurocéntrico, capitalista, antropocéntrico, tecnocrático y ecológicamente templado. Esta caracterización es reflejo de los procesos históricos europeos desde el teocentrismo, geocentrismo, heliocentrismo hasta el antropocentrismo, imperando esta visión desde la filosofía, la religión y las ciencias, donde el género humano es el centro del universo y la naturaleza está su servicio. A esta concepción de mundo antropocéntrica, individual o colectiva, propia del eurocentrismo ha respondido nuestra educación en todos sus niveles y formas. Nosotros no pertenecemos a la discusión si dios, la Tierra o el hombre es el centro del universo. Somos ajenos a las filosofías nacidas en Grecia, Roma; al pugilato religioso monoteísta; a las discusiones elitescas del iluminismo europeo.
En el contexto de la discusión de cambios educativos, es preciso considerar nuestra cosmovisión original en la interculturalidad como aporte sustancial para la transformación de nuestra sociedad. A diferencia de la visión eurocéntrica, en nuestra cosmovisión, el género humano forma parte del cosmo, está integrado a la naturaleza, vive en armonía con todos sus integrantes, no tiene derecho alguno a desequilibrar el sistema, para lograr calidad de vida individual o colectiva. El destino de la humanidad está férreamente amarrado al de la naturaleza. Se establecen relaciones espirituales y sensibles entre la Madre Tierra, el Padre Sol, los hermanos árboles, animales, lluvia, luna, viento, ríos y los humanos. Esta visión de mundo debe estar presente a lo largo del proceso educativo pero no para su estudio o información de que existieron, sino como doctrina formativa de las nuevas generaciones, en todos sus niveles, espacios y ámbitos, sean desde el claustro o uclaustro.
En solo 500 años la “civilización racional científica” ha causado graves daños sociales y ecológicos en estas tierras, a diferencia de las culturas originarias, que en aproximadamente 14 mil años han convivido en una sociedad más justa (utopía eurocéntrica llamada socialismo) y en absoluta integración y armonía con la naturaleza.
Los sectores más progresistas y humanistas de nuestra sociedad actual, han buscado afanosamente los remedios socioculturales de nuestros males, en los referentes teóricos de la misma cultura que ha causado tales destrozos. Buscar exclusivamente en el eurocentrismo (europeo o americano), las fuentes teóricas y experiencias para corregir nuestros desmanes, es seguir siendo súbditos intelectuales de las metrópolis.
No tiene sentido reconocernos como mestizos, si nuestro ser, pensar, hacer y convivir están inspirados en la cosmovisión eurocéntrica y teorías antropocéntricas que han causado tantos desequilibrios.
En la práctica educativa lo multiétnico, pluricultural e intercultural no debe circunscribirse a la información histórica, al acceso de los aborígenes y afrodescendientes al sistema educativo; a la consideración de sus lenguas y expresiones folklóricas; a la publicación de cuentos infantiles; a la cientificación de lo cultural. Es un desacierto condenar nuestra ancestralidad al pretérito, como “lo que hacían nuestros antepasados”, por el contrario nuestras comunidades originarias son, hoy día, referentes sociales concretos y a su cosmovisión originaria, debemos considerarla como filosofía formativa y darle proyección de futuro, para la construcción de nuestras utopías.
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