La nave de los locos

Calmada ya la situación (http://www.aporrea.org/actualidad/a210190.html), ahora fuera del mercado, lejos de las miradas curiosas y de los pasillos atiborrados, le di mis datos a los agentes policiales y les rendí también mi declaración: conocía a la señora, la vi caer y traté de auxiliarla. Es todo.

─Pero ella dice que usted trató de robarla ─dijo uno de los policías, el que estaba conmigo como una de las partes en litigio.

─¿Cómo va a ser eso? ─Le expliqué con calma─: ¿Un ladrón que roba y no se va corriendo, cargado con las bolsas propias de las compras y, de paso, auxiliándola cuando la robada cae al suelo? Cualquiera la habría ayudado. Me tocó a mí, que la habría ayudado igual incluso sin conocerla.

El policía levantó la vista y a una señal del otro, que estaba con mi amiga la yogui olvidadiza, se intercambiaron. El que llegó me dijo:

─Ella dice que usted la estaba persiguiendo por los pasillos del mercado, acosándola, mirándola con fijeza; que se puso nerviosa y que, cuando lo vio de nuevo y de repente en una esquina, se asustó mucho y se desmayó, perdiendo su compra. Se le quebraron los huevos y con su caída aplastó algunas frutas. Dice que usted la registraba.

─La verdad es que el asunto es tremendo malentendido ─le respondí─. Conozco a la señora, se llama Nancy, es compañera de un curso de yoga en Sabana Grande. La vi y naturalmente fui a saludarla. No entiendo nada. Ahora no me conoce y, peor aun, dice que la robo… ¡La verdad no entiendo nada! ¿Cree usted que pueda hablar unos segundos con ella? ─le pregunté al policía.

─No creo ─me respondió─. Está muy alterada y furiosa. Como si le hubiera hecho algo en verdad fuerte…

Levanté la vista y la miré a lo lejos, reponiéndose con los paramédicos, hablando con el otro agente, mirando de cuando en cuando hacia donde yo estaba. Revisaba el contenido de sus bolsas con un gesto de calamidad.

Después de un rato, que ya daba la impresión de mucho tiempo para una estupidez entre unos compradores del mercado, el agente policial que la acompañaba se vino hasta nosotros y dijo:

─La señora no presentará cargos siempre y cuando el señor acá presente cubra los gastos del cartón de huevos perdido y un par de melones. Y situación zanjada.

─¿Cargos? ─exclamé yo indignado, pero en el acto callé porque vino a mi mente una ligadura de hechos y conclusiones para los que parecía yo destinado a vivir y comprender aquel día. Un montón de chavistas habían salido a votar en las elecciones primarias del PSUV, formando largas colas en los centros de votación, hecho que mandó al carajo el razonamiento y expectativa opositoras de que nadie votaría, descorazonado todo el mundo como debía de estar, víctima el venezolano de una carestía económica que ellos mismos, los extremistas escuacas, han generado. Se les fundió la mollera al tratar de comprender por qué un pueblo que no consigue pan tiene todavía fuerzas para ir a votar por aquél que presuntamente lo hambrea; así como también se les quebró su sueño de perlas principal: ganar la Asamblea Nacional el 6 de diciembre. ¿Si así votaron entonces los chavistas, en una elección menor, cómo será en la que viene, que es principal? Y andan, en fin, por allí como locos, almas en pena en la ciudad de Caracas, de luto, adoloridos, aporreados, disociados, el primero el Dr. Pancho, mi vecino, quien del golpe se quedó paralítico, y ahora esta vieja cacatúa, a quien conozco desde hace tiempo y ahora sale con un teatro de desconocimiento y victimización muy digno y propio de la nave de los locos medieval─. ¡Ahora sí que la completé yo! ─exclamé casi para mis adentros, para la lógica interna de mis reflexiones. “¿Víctima? ─pensé─. ¡Víctima yo de esta cuerda de orates!”

Los policías me miraron con cara de querer salir ya del capítulo, y yo, de buen grado (¡qué me importaba!), accedí a pagarle las cosas a la doña y entregué en manos de los funcionarios BsF. 750 por un par de melones y un cartón de huevos. Me dijeron que podía irme, pero me dilaté un rato más acomodando mis compras en las bolsas y mirando unos boles a través de una vidriera adyacente. Los agentes se fueron hasta la doña, la pusieron de patas sobre la vía y se fueron.

Y yo vi, incrédulo cómo la señora cacatúa, desconocida amiga mía, empezó a caminar dirigiendo sus pasos hacia donde yo aún estaba, sonando con estruendo sus bolsas y haciendo temblar peligrosamente su encopetada peluca. Me hice un loco más de la nave y simulé escrutar con más detalles el bol en la vidriera, presintiendo que de un momento a otro aquel avechucho podía agredirme. ¡Tan parecido a ellos me tenían los escuálidos! ¡Ah, chavistas de mi alma, dejad a esta pobre gente en paz! Ellos quieren que vosotros muráis para nuevamente disponer de Venezuela a su arbitrio e inmoralidad. ¿Morirán ustedes y los complacerán?

─¡Ladrón, ladrón! ─me acusó cuando pasó a mi lado, los ojos ardientes─. ¡Corrupto, corrupto! Nos robas a la gente, a Venezuela, nuestra esperanza, el derecho a vivir mejor. ¡Roba-votos, roba-votos! ¡Sucio!



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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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