El escenario es muy sencillo: Chávez es un dictador, es comunista, es enemigo de la propiedad privada, quiere robarse los niños, quiere quitarnos las cuatro lochas [1] que tanto trabajo nos ha costado robarnos en la Cuarta República. Decisión: hay que guardar los reales en un lugar seguro, mejor si lo sacamos del país. Y no hay mejor lugar que el que nos recomienda Luis Giusti, quien fue uno de los más destacados y preclaros prohombres de este país, quien se ha dado el lujo de “asesorar” a Bush en materia petrolera y financiera. El lugar --obvio es decirlo ahora-- era el Stanford Financial Group, del cual es miembro de su comité consultivo.
Ahora vienen con la consabida cantaleta de echarle la culpa a Chávez. Por eso no nos extraña esta afirmación que "…venezolanos de clase media y ricos confiaron su dinero al grupo financiero del tejano Allen Stanford, acusado de un “fraude masivo”, porque creían que sus ahorros estaban más seguros allí que en los bancos del país gobernado por el presidente Hugo Chávez". Todo lo contrario. Chávez nos dijo que había que pensar en el país, que debíamos tener nuestro dinero aquí, que la banca podía contar con la protección del gobierno a través de Fogade, apoyó a la clase media para la eliminación de los créditos indexados o "cuotas balón"; prohibió el cobro de intereses sobre intereses que cobraban los bancos comerciales a sus clientes para la adquisición de inmuebles o vehículos; controló las tasas de interés activas y pasivas para evitar la especulación y estimular el ahorro; protegió a los ahorristas y solicitantes de préstamos cuando la banca; y finalmente, para disuadir a los que sacaban su dinero del país, impuso un control de cambio, que hasta el día de hoy ha resultado muy eficaz.
Pero no, tenía que estar de por medio Globovisión con su diaria prédica antinacional, con la difusión cotidiana de mentiras, que distribuyen con excesiva prodigalidad entre sus aterrorizados televidentes. Por eso, ciertos compatriotas creyeron más en ese terro-canal y en Luis Giusti que en Hugo Chávez, y allí tienen las consecuencias. Los ahorristas del Stanford Bank en Venezuela, tienen asegurado su dinero, pero aquellos que hicieron trampas y se burlaron de la Ley, ahora tienen que irse a llorar a Antigua , uno de los paraísos fiscales, donde supuestamente estarían depositados los reales de nuestros compatriotas.
Algunos venezolanos que sufren de la llamada “disociación psicótica” a causa de la constante prédica de Globovisión fueron tan safriscos que se dedicaron a competir con los gringos para ver quiénes eran más estúpidos. En efecto, se estima que, según la agencia Reuters, los depósitos de los venezolanos “…representarían más de una cuarta parte de los 8.000 millones de dólares, que fueron invertidos con el anzuelo de tasas de interés inusualmente altas. Lo más censurable es que no aprendieron ni les quedó nada de las experiencias que nos dejó aquella crisis bancaria del gobierno de Rafael Caldera.
Muchas familias perdieron todo su patrimonio familiar. Vendieron inmuebles, fincas agropecuarias, sacaron sus depósitos en moneda nacional y se entregaron a la voracidad del capital extranjero. Como dice el refrán, “encima de cornudo, apaleado”, ahora temen que el Gobierno les descubra las triquiñuelas que hicieron, con la complicidad del banco, en la violación de las normas del control de cambio.
¿Y ahora qué? Pues que se vayan a protestar a Globovisión, a ver si Alberto Federico Ravell les puede ayudar en “algo”. Lo menos que puede hacer es hacerle “otra llamada maaaassss” a Luis Giusti para que les haga cualquier diligencia y ver si pueden recuperar algo para doña Lola y don Enrique, o si hay “acontecimientos en pleno desarrollo”. ¡Así son las cosas!
[*] Locha es la denominación de una antigua moneda venezolana que equivalía a 2.5 centavos, correspondiente a la unidad monetaria predecesora del llamado "Peso Fuerte"; y de 12.5 céntimos, perteneciente a la unidad monetaria sucesora, el Bolívar. En el nuevo cuño monetario se ha reactivado esta moneda con el valor de 12,5 céntimos. En Venezuela se referían a “locha” para hablar de dinero, pero en sentido connotativo, es decir, en sentido figurado, para evitarse los alardes de riqueza. Por eso era muy frecuente oír decir, “sólo tengo cuatro lochas”, cuando en realidad ocultaban una apreciable fortuna, o “me costó cuatro lochas” para indicar que lo que aparentaba ser muy costoso habría sido pagado con poco dinero.
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