Manuel Rosales Forever

Si usted se toma un tiempo y convierte al ocio en su negocio, y con pena pero sin pausa revisa el currículum vitae de Manuel Rosales que graciosamente aparece publicado en ese rincón de retozos cibernéticos juveniles llamado My Space, poniéndose la mano en el pecho tendrá que admitir que el señor es la construcción malhecha de una sociedad mediocre y cómplice.

Manuel es Sagitario, nacido bajo la impronta de Júpiter (el mismo Dios Zeus de los griegos) que le pide a sus súbditos “vigilar la inclinación hacia los excesos, el dogma y la arrogancia”. Manuel es todo excesos, ciertamente. Nace bajo la mentira, cuando afirma que su lar natal es Santa Bárbara del Zulia, pero su hilarante nicho en Internet señala que “nació en la ciudad de Mérida, capital del Estado homónimo, por un traslado de emergencia de su madre desde Santa Bárbara del Zulia, el 12 de diciembre de 1952”.

Nace Manuel a la carrera, apurado por las circunstancias, enchumbado de ese poder con olor a mierda que lo impregna, porque ni el mas caro jabón quita el tufo a adeco, a adeco que subió la escalera que en su último peldaño partidista llevaba a aquella cosa innombrable llamada CES, hijo del viejo CEN de AD donde los escupitajos ininteligibles de Gonzalo Barrios dictaban la pauta a seguir, eran la inconfundible voz del oráculo que llamaba a robar diciendo “en este país se roba porque no hay razón para no robar”.

Era el AD de CAP, que brincando las lagunas mentales de su propia mediocridad llegaba al poder en 1973, mientras su pupilo Manuel se conformaba con ser el auditor interno del Concejo Municipal de Colón, es decir, el hombre de los cobres. Sale CAP del gobierno, derrochador, corrupto, dejando la estela de la podredumbre de una sociedad ahíta y, por lo tanto, alcahueta de lo malo, del incapaz, del diente roto.

Sale el gocho, y llega el otro, asumiendo en 1979 como concejal en Colón, para luego dedicarse a la docencia, a enseñar como a punta de dinero todas las puertas se abren, hasta las del conocimiento de las academias fosilizadas en su imbecilidad. Luego del país hipotecado de Luís Herrera, descubrimos que Jaime Lusinchi es como tú, que Manuel Antonio es como tú, que todos somos como ellos porque sino ellos no estuvieran allí. Y así comienza la homérica epopeya de un hombre signado por el destino, por los dioses (¿Júpiter?) a aprovecharse del poder, de los dineros públicos, de la caja chica y los contratos, de los viáticos y el carro oficial, de los pasajes gratis y almuerzos a cuenta de los gastos de representación, del jalabolismo que se convierte en sexual placer de las mentes ignaras.

Llega entonces Manuel Antonio a la Asamblea Legislativa, aplicando durante 11 años como diputado la única ley del cuanto hay pa’ eso, llega a la Alcaldía de Maracaibo a deconstruir la ciudad en aceras y brocales que se trastocan en oro mal habido, haciendas y casas, llega a la Gobernación a repetirse hasta la saciedad, a averiguar si la escalera tiene más peldaños, si la ignorancia tiene límites y si existe algo como suficiente corrupción.

En total, 4 como concejal, 11 como diputado, 4 como alcalde y 8 como gobernador suman 27 años (la mitad de su vida) de consecutiva ineficacia y robo que en cualquier sociedad fueran suficiente para revocarle su condición de usurpador del erario público, aún con el maquillaje de los periodistas que compiten entre sí por quien se arrastra más ante semejante adefesio político.

Hoy Manuel desciende en la escalera y se lanza para alcalde. Los bolsillos de la sociedad cómplice desde ya entonan cánticos de alegría: el chorro no cesará. Y nuestro peculiar tiempo jupiteriano (en donde un año dura 12 años) será testigo del reciclaje eterno de una basura política llamada Manuel Rosales, el intocable, el injuzgable, el interminable “servidor público” de este circo sin nombre, de esta Pompeya sin volcanes, de esta Sodoma y Gomorra sin Dios Castigador.



*Periodista/Docente UBV-Zulia


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Rafael Boscán Arrieta*

Periodista y Docente universitario

 boscan2007@gmail.com      @raboscandanga

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