Nada va a quedar igual

La brutal ofensiva del capitalismo financiero contra las trabajadoras y los trabajadores, aprovechando la crisis imperialista mundial, está cambiando aceleradamente el panorama. Los métodos de trabajo, los estilos de funcionamiento y hasta los planteamientos políticos de las décadas “pacíficas” anteriores, ya no sirven. Tampoco es que sirvieran para mucho antes pero, con la nueva situación, su obsolescencia se hace insoportable.

Nada va a quedar igual. La vida discretamente acomodada de la mayoría de los trabajadores se esfuma, a la vez que crece el paro, bajan los salarios, se congelan las pensiones actuales, se recortan las ayudas por desempleo y se pierden derechos laborales. El asunto ha pasado a ser trabajar las horas que sean, con el sueldo que sea, con la duración del contrato que sea, y sin rechistar. La competencia entre los propios trabajadores por un puesto de trabajo se vuelve feroz. El camino a recorrer no es novedad: termina en trabajar por un bocadillo o prostituirse.

El sueño europeo, la idea de que en Europa no sólo se tenían más “libertades” sino que, económicamente, se vivía mejor que fuera de ella, se está desmoronando a pasos agigantados. El futuro de, aún siendo asalariados, seguir siendo los “ricos” del mundo, se cae a cachos, desvelando un porvenir bien sombrío.

Pero ahí no va a acabar la cosa. Viene la prolongación de la vida laboral con el retaso de la edad de jubilación a los 67 años, aunque ya se trazan planes para prolongarla hasta los 70. Y la reducción drástica de las pensiones futuras, con el cambio del método de cálculo. Viene también el final de la atención médica universal y gratuita con el “copago” sanitario y la expulsión del sistema sanitario de los parados.

Nada va a ser igual tampoco para los sindicatos que, a pesar de los deseos de sus cúpulas burocratizadas, tendrán que cambiar radicalmente o desaparecer: descartados por la burguesía nuevos “pactos sociales”, la liquidación de la negociación colectiva, anulando la eficacia general de los convenios y la “desjudicialización” de las relaciones laborales –que quedarán al albur de la arbitrariedad administrativa– los reduce, en su forma actual, a ser un mero juguete roto. Lo mismo cabe decir de los despachos laboralistas, que se quedarán sin clientela.

Y que se vayan despidiendo los sindicatos de tener delegados sindicales y comités de empresa, a los que se quiere eliminar, por no hablar de las subvenciones que ahora reciben. Hay una voluntad decidida de borrarlos del mapa. Ya ven: tantos años de “responsabilidad” y acuerdos, y así se lo agradecen.

Y tampoco nada va a quedar igual en la izquierda. Si la unidad ha sido siempre una necesidad objetiva, ahora es ya claramente una cuestión de vida o muerte, cada vez más asumida subjetivamente por la mayoría de la clase obrera consciente y los sectores anticapitalistas. Quienes, anclados en las viejas formas y en los viejos y rutinarios métodos, pongan trabas a la necesaria unidad para hacer frente a la ofensiva capitalista o, simplemente, los que no hagan todos los esfuerzos para conseguirla, van a ser barridos a la cuneta de la historia.

La nueva situación, con todo lo complicada que es, abre a la vez la oportunidad de un cambio revolucionario. Si las organizaciones y cuadros de la izquierda actual no se pone a la altura de las circunstancias, tarde o temprano otros lo harán, aún a costa de mayor sufrimiento y mayores dificultades.

Para bien o para mal, nada va a quedar igual.


(*) miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)


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Teodoro Santana*


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