La increíble y triste historia del “progreso”

Antes de ser un autobús el progreso fue un ferrocarril. Sus orígenes se remontan al siglo XIX, cuando el lema “orden y progreso” se popularizó como expresión de una corriente filosófica denominada positivismo. Especie de culto cientificista inventado por Augusto Comte, en oposición al “iluminismo” que tenía por lema Sapere aude (atrévete a pensar).

El padre de esta idea de progreso pensaba que formando científicos especialistas en el estudio de la sociedad, se descubrirían sus leyes, como quien descubre una vacuna, la velocidad de la luz o la ley de la gravedad. Con tal conocimiento, sustentado en hechos estrictamente “reales”, se comprenderían y por ende se resolverían los problemas sociales. ¿Que fácil, no?.

Así nació la sociología como ciencia. 180 años después abundan los sociólogos y otros científicos sociales, pero ya se sabe que sus investigaciones y descubrimientos no son suficientes para resolver los problemas de la sociedad si los gobernantes carecen de dos requisitos indispensables: sensibilidad social y voluntad política.

La verdad es que los grandes problemas que impiden el “progreso” de las naciones no suelen ocurrir por falta de conocimiento científico, sino por grandes injusticias como el colonialismo, la explotación y la discriminación en todas sus formas. Enfermedades y prejuicios tan arraigados como el racismo, clasismo, intolerancia religiosa, homofobia o machismo; no se curan por el trabajo de unos cuantos especialistas o asesores. Se requiere una Revolución política, social y cultural, como la que vive Venezuela actualmente, para desafiarlos.

Volviendo a la idea positivista de progreso, en los Estados Unidos, en pleno auge de la industria del acero, la ideología del progreso se materializó en la construcción de ferrocarriles que conquistaban las praderas del lejano Oeste al tiempo que ensanchaba la “civilización”. Ese “territorio salvaje, infectado de búfalos y piel rojas” estaba destinado a progresar. El hobby de muchos hombres civilizados era el tiro al búfalo desde el tren en marcha. A veces los cazaban para comer, pero en la mayoría de los casos lo hacían por entretenimiento.

Con este nuevo “deporte”, que tenía como antecedente el “tiro al indio”, los colonos civilizados lograron, en pocas décadas, dos grandes victorias del progreso estadounidense: Arrinconar en pequeñas reservas, a los sobrevivientes de la población aborigen norteamericana, y reducir la población de búfalos, que se contaban por millones, a especie en vías de extinción. Después del ferrocarril, el mayor exponente del progreso se llamó William Frederick Cody, mejor conocido como Buffalo Bill.

Sorprendentemente, el positivismo y su ideología capitalista de progreso se popularizó en el mundo occidental y se mantuvo vigente durante todo el siglo XX. A principios de los años '60; después de haber progresado tanto, nuestros hermanos norteamericanos se acordaron de la pobre América Latina, y con la buena intención de brindarnos su apoyo económico, político y social, crearon el programa conocido como “Alianza para el Progreso”.

La idea era simple: repartir unos 20 millones de dólares para “mejorar la vida de todos los habitantes del continente”, para ayudarnos a salir de abajo, pues. ¿A cambio de qué? De casi nada, del compromiso de los EE.UU de cooperar en los aspectos técnicos y financieros. En otras palabras, a cambio de la soberanía, que se iría perdiendo sutilmente por medio de esta avanzada neocolonial que terminó sirviendo para comprar voluntades, conciencias y gobiernos.

El verdadero objetivo de esta Alianza, recibida con gran beneplácito por la “opinión pública” y muchos gobernantes serviles, ávidos de dinero fresco, era frenar el “mal ejemplo” que la Revolución Cubana le estaba dando al resto de América, al elegir un camino distinto al del progreso capitalista.

La estrategia imperialista fue denunciada públicamente por el Che Guevara en 1961, en el mismo momento de su nacimiento: La Conferencia Internacional de punta del Este (Uruguay). Abriendo su intervención el Che fue al grano citando a José Martí: “Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad... El influjo excesivo de un país en el comercio de otro se convierte en influjo político…. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. El pueblo que quiere ser libre, sea libre en negocios.”

Hoy como ayer, esas palabras de Martí están más vigentes que nunca y sólo para algunos permanece vigente esa ideología capitalista y colonialista de progreso. En los últimos años de su vida Buffalo Bill reconoció que había sido un error haber eliminado casi por completo una especie de la faz de la tierra. ¿Entenderá algún día Henrique Capriles el error que a causa del progreso neoliberal está llevando a la especie humana al borde de la extinción? Bastaría con que lo entiendan los que piensan votar por él.

cathebaz@gmail.com
Profesora UBV – Comunicación Social


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Catherine García Bazó


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