Mucho ha avanzado el Homo sapiens en materia de tecnología pero muy poco desde el punto de vista humano. Más aún, como el motor del desarrollo tecnológico ha sido el afán de acumulación de capital y de dominación territorial, muchos de los logros en ese campo en vez de servir para el bienestar de la mayor cantidad posible de habitantes en todo el planeta, han devenido en factores de exclusión entre clases sociales y en herramientas para la dominación por parte de las grandes empresas de los países ricos, que patrocinan y comercializan tales avances. La fuerza y no la razón, como proclaman los judíos en sus “protocolos”, es sin duda la bujía que mueve la historia. Así lo demuestran hechos ocurridos hace siglos y eventos recientes o actuales, como la invasión y posterior destrucción de Afganistán e Irak por parte de las tropas gringas, o la guerra de exterminio que con más fuerza, adelantan en este momento los judíos contra los palestinos, quienes han sido confinados a cuatro sectores de la parte media de Cisjordania y la estrecha Franja de Gaza, con apenas 40 km de longitud.
Ciertamente el maléfico poder judío, disperso en decenas de países pero mayormente concentrado en Estados Unidos y Europa, controla al mundo. Su fuerza se basa en la posesión de enormes capitales, que han invertido en miles de empresas vinculadas a la propaganda como son las cinematográficas, pero también de alimentos, transporte, fabricación de armamentos, farmacéuticas, bancarias, de informática y telecomunicaciones, de fabricación de instrumentos científicos, de construcción de inmuebles, de centros comerciales como los grandes malls que han trastocado la arquitectura de muchas ciudades. A ello se agrega la exportación de sus conocimientos en materia de espionaje, represión y tortura. Nada escapa a la maldad del autodenominado “pueblo elegido” (para destruir obviamente), cuyo poderío económico quita y pone presidentes, apoya invasiones, destruye pueblos completos, y soborna y saquea para lograr sus objetivos, vinculados normalmente con lo más sucio del capitalismo. Los judíos y el sionismo son la representación más genuina de la muerte, aunque su imagen se lave a fuerza de publicidad a través de las cadenas de medios de difusión que controlan.
La muestra más reciente de que los judíos son la antítesis de Dios está en marcha desde el 27 de diciembre del 2008, cuando en aparente vinculación con el fracaso político del corrupto Ehud Olmert, el fin del mandato del bárbaro Bush y el inicio del gobierno del primer negro sionista como presidente en USA, comenzaron la que podría ser la fase final del aniquilamiento del pueblo palestino, en correspondencia con el plan inicial de Ben Gurion, como refiere Juan Gelman, destinado a la apropiación de la totalidad del territorio que la ONU, de manera inicua e inconsulta con sus legítimos ocupantes, decidió repartir en favor de los judíos en 1947. Y todo ello ocurre ante la mirada complaciente del resto del mundo, incapaz de reaccionar de manera efectiva, más allá de lo declarativo, para frenar el asesinato de los pocos millones de palestinos que aún sobreviven y resisten.
Tal masacre no es única. Según cifras citadas por Darcy Ribeiro y referidas por Galeano, los nativos de esta parte del mundo eran no menos de setenta millones cuando llegaron los conquistadores europeos a finales del siglo XV, pero 150 años más tarde se habían reducido a sólo tres millones y medio. El exterminio, oficialmente bendecido por la Iglesia Católica a pesar de unas pocas voces disidentes, no tiene parangón en la historia, pero los europeos no han sentido jamás el menor remordimiento por tales crímenes, quizás porque de entrada, ni siquiera consideraban a los indígenas americanos como seres humanos, y mayormente porque el botín de guerra, que se tradujo en el desarrollo de Europa y el subdesarrollo nuestro, fue lo suficientemente grande como para olvidar cualquier remordimiento. Algún Papa pidió perdón en su momento por las atrocidades de la inquisición durante la Edad Media en el viejo continente, pero ni siquiera tan simple formalismo ha planteado la iglesia por el rol de los curas en el sometimiento de los nativos americanos al poder colonial español, cuya brutal desaparición era negada por los prelados aludiendo que “se escondían para no pagar los tributos a los conquistadores”. Ni pensar en el regreso del oro y la plata saqueados, a sus legítimos propietarios.
Así como ayer el mundo europeo fue cómplice y usufructuario de la brutal extinción de centenares de etnias indígenas americanas, hoy la mayoría de los países guarda un silencio alcahueta ante las humillaciones y asesinatos que los judíos infligen desde hace más de cincuenta años a los palestinos. Como la amenaza del poder judío-gringo no exime a nación alguna, los pueblos de la tierra que aún no han sido tomados por el sionismo, deberían mirarse en ese espejo y actuar en consecuencia. Hoy por ti, mañana por mí. Los países que defienden una visión multipolar del mundo no tendrán las armas de destrucción masiva ni el capital ni la tecnología que poseen las potencias del eje USA-Israel, pero sí tienen y deben manifestar la dignidad y valentía suficientes para acordar medidas como la ruptura de relaciones con los sionistas y el boicot ante los productos elaborados en fábricas que son propiedad de judíos. Esa debería ser la posición de los países del ALBA y por lo menos de los políticamente más avanzados de MERCOSUR. Cuando van 640 víctimas de los asesinos nazi-sionistas en la Franja de Gaza, y miles de heridos, Venezuela acaba de dar el primer paso expulsando al embajador judío y otros miembros del personal diplomático. No podíamos esperar menos del gobierno del Presidente Chávez. Al mismo tiempo, el cínico Obama afirma que tendrá mucho que decir sobre el caso, una vez que asuma la presidencia. Probablemente se refiere a una oración fúnebre tan hipócrita como él mismo, y coherente con el veto gringo al Consejo de Seguridad de la ONU, que pretendía la “enérgica medida” de pedir un alto al fuego.