La Misión Cultura es una misión atípica. No es reivindicativa como las otras. Procura la transformación de treinta mil venezolanas y venezolanos en verdaderos “cuadros” socialistas, capaces de sacar “pan de las piedras”, de aprovechar aun la más adversa circunstancia en aras de la transformación estructural del país, que pasa por la adquisición de convicciones sociales determinantes de nuevas actitudes, desarrollos, pretensiones y logros.
La pregunta “de las treinta y cuatro mil lochas” es cómo se logra que un pueblo violentamente obligado durante quinientos años a jugar el papel de peón sumiso en un orden socioeconómico impuesto por verdaderos animales de supervivencia (es difícil calificarles como personas o como seres humanos), se libere de tales cadenas intelectuales y se emancipe, y se atreva a subvertir el orden diseñado para oprimirle. Son mil y un… millardos de caminos los que hay para controlar seres humanos, ponerlos al servicio de, esclavizarlos a. Y el mejor camino es aquel que permite atar a la gente sin que ésta se de cuenta, o sin que aun dándose cuenta prefiera o quiera liberarse. Los técnicos llaman a este último camino “alienación”, también “enajenación mental”. Un buen amigo mío italiano-venezolano dice que “alienación” es una palabra elegante para decir “locura”.
Locura triste la de un pueblo acostumbrado por sometimiento a ser servil, corrupto, dependiente, aprovechado, egoísta, individualista, cómodo, cobarde, solapado.
Soy
testigo acular de cómo los mejores cerebros de mi país, los más dispuestos,
las mejores mentes y las mejores manos, los más connotados ejemplares
revolucionarios, luchan contra las prisiones mentales que les han sabido
colocar los dominadores durante quinientos años y se revelan contra
los elementos que les pretenden facilitar la liberación. Cómo optan
por la costumbre vieja “porque es más cómoda” o “conocida”
antes que por el riesgo atrevido de aprender… aunque sea a punta de
golpes. Cómo se denigra de los cambios, así estos representen
mejoras ostensibles.
Quien escribe tampoco ha salido indemne del elaborado proceso de dominación aplicado sobre él por los dominadores. Igual sufre y se atrasa, y pierde el camino. Nadie en este país es todavía libre… ni el niño que nace mientras escribo.
La
Misión Cultura se ha propuesto el caro objetivo de liberar a nuestro
pueblo de su miseria aprendida como herencia cultural; miseria incrustada
con finos instrumentos candentes en cada uno de nosotros para que no
podamos arrancárnosla, como una res no puede arrancarse la marca que
le deja en la piel el hierro al rojo vivo. Y como duele arrancarse una
marca, es normal que uno se resista a abandonarla, a dejársela arrancar
o a arrancársela uno mismo.
A
la Misión Cultura le está costando lo que tan difícil objetivo cuesta.
La alienación no se rompe por decreto, sino con trabajo paciente, laborioso,
lento y aparentemente infructuoso… si se pretende romperla en paz,
sin mayores traumas ni dolores profundos. La guerra es un camino
más rápido, pero también mucho más duro, doloroso, injusto y cruel.
La Misión Cultura entraña el camino de la paz, de la marcha hacia
niveles de conciencia crítica y política; la única vía estructural
posible para “sembrar” un cambio que no podrá ser sino intergeneracional.
Lo dijo Alí Primera y lo repitió el Presidente Chávez: “Nosotros hagamos la Historia y que otros la escriban en un mundo mejor” yo agregaría, aun corriendo el riesgo de sonar medio cursi, la segunda parte de esa misma estrofa: “Buscar, buscar la lucha adentro por transformar el mundo significa amor”.
Busquemos, pues, la lucha adentro, adentro de nosotros mismos, el trozo de raíz semipodrido o perdido que nos quede luego de tanta dominación inteligente, enfermiza, miserable y desgraciada. Cultivemos esa raíz. Va a doler cuando nos brote por dentro. Como reptiles vamos a soltar pieles arrancadas por nosotros mismos a vivo dolor. Quizás desfallezcamos en el intento una y mil veces hasta morir. Pero es mejor morir tratando de ser libres (porque en esencia íntima ya lo seremos) que morir esclavos indiferentes o gustosos de tan bajo destino. Dijo Martí: “Yo quiero cuando me muera/ sin Patria, pero sin amos/ tener en mi loza un ramo/ de rosas y una bandera”. Logró tener todo cuanto quiso… y más.
julioruiz633@yahoo.com