¡Yo me le escapé a un esbirro!

Era tanto el sigilo que ahora, cincuenta y más años después, me entero que la “Fuente de Soda Pacífico”, sita en  San Bernardino, era lugar de encuentro también para revolucionarios de alta factura (“Chela” Vargas, Rodríguez Bauza, Alfredo Maneiro) Para el momento en que ocurrió lo que relato en seguida, les juro que sentíamos que nos la estábamos “comiendo” con eso de reunirnos en lugar público y a la vista de todos. ¿Qué policía de Estado iba a creer que esos “peligrosos” activistas estudiantiles se citarían en sitios de luz y tertulia? ¡Ni pensarlo! pensábamos nosotros. Y de verdad que los muy burros ni lo pensaban. Allí recibí las instrucciones. 

Frente a sendas cervezas “Cardenal”, el contacto me transmitió el mensaje: “Tienes que llevar a tu gente a la U.C.V. pasado mañana, 7 de 21 de Noviembre, porque se va a tirar una vaina en la plaza del Rectorado. No lleven nada porque allá tenemos lo necesario; lleven cédula y punto, así que nos vemos temprano.” Dada la situación hubo que moverse rápido, pero el correaje para la comunicación estaba bien montado y funcionó. Cada responsable de “radio” se comunicó con cada responsable de “célula” y éstos a su vez con sus pocos camaradas (no más de cinco ó seis, poco más, poco menos) El día previo no fue plácido, porque si las emociones son libres el miedo es una de ellas. Pero trabajar con el “Frente Universitario”, para nosotros imberbe “Frente Estudiantil” (liceísta) era un honor y un compromiso. Debíamos mostrarles a esos habladores que nosotros también vestíamos pantalones largos.  

Yo tenía dos inconvenientes: la intuición de mi madre que seguro iba a sospechar de mi inapetencia y aplicación repentinas (“No voy a desayunar, no tengo hambre y tengo una clase de recuperación muy temprano”) y un espía que nos vigilaba todo el día, desde temprano hasta la hora de salida, recostado en una esquina cercana al “Liceo Alcázar”, que era el instituto de marras. El esbirro era un gordito de bigotes que simulaba leer un periódico que a lo mejor sí leía. Su rutina era invariable hasta en el traje: siempre el mismo gris con rayas y una insolente corbata azul. Además tenía una costumbre que lo perdió: se hacía lustrar sus zapatos negros todos los días, y con el mismo limpiabotas ambulante que era más puntual que un reloj suizo.

Como había que ir al liceo y salir de allí  en cambote pero de dos en dos (¿por qué carajo no salimos de otra parte?, pregunto yo ahora) pues previamente había que desembarazarse del “seguranal”. Fue sencilla la tarea y el limpiabotas nos ayudó: cuando comenzó esa mañana temprano su lustrada, lo hizo con crema marrón y manchó el zapato negro del atorrante. Simuló darse cuenta del error con terror, y le ofreció mil excusas que completó con una propuesta: “Oiga, mayol, pa’ que me peldone y no deje de lustrase conmigo, le voy a desmanchá el zapato y voy a ponele unos clavitos gratis” (estaba de moda usar clavitos en las suelas, que sonaban en la calzada, y yo no se para qué los quería un sigiloso sapo policía) Bueno, en todo caso le entregó su par de pisos al mozalbete, y éste comenzó a clavetearlos. Fue el momento que aprovechamos nosotros para salir del liceo. El esbirrazo de la historia estaba sentado en una mesita de la heladería “Gilda”, que quedaba en la esquina. Desde allí nos vio pasar, y atónito no supo qué hacer. ¿Cómo iba a seguirnos si no tenía los zapatos puestos? Cuando los pidió con premura al lustrador, éste, palabreado por supuesto desde antes, arrancó a correr con caja, martillo y calzado. Jamás se me olvidará la cara del sorprendido espía, y supongo que a él tampoco se le olvidarán las nuestras.  

Lo demás fue cantar y gozar. Estuvimos en el campo universitario presentes en una de sus gestas históricas. Entraron los soldados y los increpamos, chiflamos, retamos. “¡Soldado, no dispares contra tu pueblo!” les decíamos. Cantamos el Himno Nacional, “Bella Ciao” y “Jóven Guardia”. Atónitos como el descalzado de la mañana, esos milicos tampoco supieron qué hacer con aquellos críos. Luego de alguna conversación, se retiraron al rato. En seguida salió la muchachada hacia la “Plaza Venezuela” y allí sí que nos esperaba la policía. Zafarrancho hubo y repliegue apurado hacia la U.C.V también, carrera heróica y gozosa. ¿Saben qué? La celebración en la “Pacífico” esa noche fue de órdago. Había comenzado ese día en Venezuela la revolución que todavía no ha concluido. Pero nosotros cumplimos aquel día.  

coguevara@yahoo.com


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César O. Guevara


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